La guerra continúa

No hubo paz. La guerra continúa. No se acabó. Tanto invocarla y ya su sombra nefasta se proyecta sobre nosotros. Tanto jugar con ella para encubrir los errores, para sentirse puerilmente héroes. Los hechos son tercos y siguen ocurriendo a pesar de que una votación, con propiedades mágicas, los borre.

Hubo una derrota, por supuesto. La obvia derrota de unos grupitos de muchachones medio vándalos que creían que tumbarían un gobierno militar, mediante unas barricadas de palos, bolsas de basuras y alambres, que encerraban a sus propios vecinos mudando su apoyo en rechazo, que devolvían las lacrimógenas con proezas de audacia juvenil, pero que no podían devolver los balazos ni las cargas de unas fuerzas debidamente disciplinadas y armadas. La enésima derrota de una dirigencia mediocre, fragmentada, emocional, zigzagueante, impedida de pensar desde su derrota histórica en 1999 y en 2002 y en 2005 y en, etc., etc. Y no lo digo yo. Lo dicen "cerebros" (un profesor ahí de apellido Maldonado, entrevistado entusiastamente por Patricia Poleo) que hacen las delicias del exilio de Miami señalando a sus más conocidos líderes de "colaboracionismo". Porque de verdad, con enemigos así, quién necesita de amigos. Se trata de una victoria política, pero no con demasiados méritos. Vamos: que ganarme a mí en boxeo no es igual que ganarle a Muhamad Alí.

La guerra sigue. Pero la guerra ha servido para todo. La guerra se ha enmascarado a sí misma, haciéndose excusa, simulacro, ficción heroica, puerilidad irresponsable. Por ejemplo, la "guerra económica", suerte de "teoría de la conspiración" por la cual la CIA está detrás de cada comerciante que remarca precios (porque todos remarcan precios, cada semana); el imperialismo está detrás de cada alto burócrata en conchupancia con empresarios para otorgar esos dólares preferenciales sin control para alimentar la especulación de los dólares y seguir acumulando capital a la manera mafiosa de siempre. Esa misma "guerra económica" que convierte mágicamente una página web en rector de la política monetaria del país, y que encubre "decisiones postergadas indefinidamente", errores macroeconómicos inmensos, como ahora señala Rafael Ramírez. Y lo señaló él y Alí Rodríguez y Víctor Alvarez y muchos más en el comienzo del período presidencial de Maduro, y no se les prestó atención, porque hubo algunos asesores (pagados algunos con dólares) que insistían en que los controles de precios y el cambio diferencial tenían una "esencia revolucionaria" que sólo tenían efectos macroeconómicos desastrosos.

La guerra continúa y ella sirve para encubrir, hace cerrar filas para evitar autocríticas verdaderas, para ocultar cifras en el BCV, para insistir en que "no hay inflación" (sino especulación; sino la estupidez esa de "inflación inducida", como si TODA política económica no indujera a algo). La guerra sigue porque sirve para perseguir traidores y traidoras a la sociedad de cómplices que mide su lealtad a través del silencio, de "hacerse el loco", de callarse o "hacer las críticas a tiempo y en los organismos correspondientes" como si desde hace mucho tiempo el Partido dejó de ser una organización donde se discute política, para convertirse en un aparato donde se ordena y se obedece.

Por supuesto que la guerra continúa ¿Pero no sabemos, por la teoría que decimos interpretar, que hay una lucha de intereses entre clases, fracciones de clases, estamentos, segmentos, grupos, etc.? ¿Acaso una votación iba a detener esa lucha de clases que persiste? ¿Acaso se acabó la violencia cuando hay un gobierno supraconstitucional, plenipotenciario, pero no todopoderoso, porque en realidad ya luce impotente? ¿Acaso no se ha producido la anulación de una constitución y unas instituciones, y hay hasta un proyecto de legislación acerca de emociones tan humanas como el odio? ¿Acaso no hay violencia cuando se cierran emisoras, se amenaza con penas de hasta 50 años a "traidores de la Patria"? ¿Acaso se acabó la violencia de la inflación y el desabastecimiento, la rumiadura de las frustraciones y la rabia en las colas y los recorridos infructuosos por farmacias?

La guerra es, ha sido, sigue siendo, internacional. Eso no es nada nuevo tampoco. Y allí se ha jugado siguiendo el principio de "el enemigo de mi enemigo es mi amigo", y por eso las "ayuditas" a la campaña presidencial de Trump. Por eso los intentos de la formación de "bloques", en los que varios miembros ya se han sumado a la Alianza del Pacífico y a tratados de libre comercio. Y ahora se buscan amistades donde no hay sino intereses, y con una suerte de aventurerismo geopolítico, nos lanzamos en los brazos de China y Rusia (y hasta la India, que ni siquiera vino a la reunión de los no alineados; y Brasil gobernado por la derecha), ilusionados tal vez con aquella antigua "solidaridad internacionalista" del siglo pasado, que convirtió a Cuba en un satélite de la URSS, sólo para someterse, cuando el PCUS cayó, a un bestial "período especial" que evidenció que la isla seguía tan dependiente y tan pobre como siempre. Pero, estamos en el siglo XXI, tan cruel como el anterior. China y Rusia son hoy potencias capitalistas. China nos cobra en petróleo y cobrará en activos. Compromete ya una porción importante de nuestra mermada producción para pagarse una deuda de decenas de miles de millones de dólares; hará negocios con nuestros bonos, sólo si es un buen negocio para ella. Rusia apoyará tal vez moral y políticamente, en procura de alguna negociación; pero ¿qué se espera? ¿Qué se quiere? ¿Convertir a Venezuela en un punto caliente de una nueva Guerra Fría? EUA y la URSS negociaron a espaldas de Cuba los misiles. ¿Qué no harán hoy en día que la Rosnet y la Exxon son socios en varios negocios? Por supuesto, lo que están haciendo: salivando con la entrega de los activos mineros de un gobierno desesperado que desde ya ofrece ventajas impositivas y hasta laborales a los capitales extranjeros que harán con nuestros ecosistemas lo que han hecho en el resto del mundo.

La guerra sigue porque prosigue la lucha de clases. No hubo paz. Y la lucha sigue siendo por la soberanía nacional.



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Jesús Puerta


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