La respuesta de Irán y la declinación del poderío norteamericano

Los imperios no se derrumban como un viejo árbol que le hayan aserrado el tronco, cerca de sus raíces. Más bien van cayendo en una sucesión de crisis que evidencian su debilitamiento, la pérdida de su fuerza y su confianza, hasta que, de pronto, se desintegran. Así ocurrió con los imperios británico, francés y ruso-soviético. Así ocurre con los Estados Unidos y quizás su derrumbe definitivo esté tan cerca que lo veamos nosotros, sin esperar a que nuestros nietos crezcan.

Estados Unidos lucía en la década de los noventa del siglo pasado en la cúspide de su poderío, cuando su principal rival mundial, la URSS, otro imperio que se derrumbó después de mostrar sus debilidades en lo económico, y perder el control de las crisis con Yugoslavia, China, Checoslovaquia, Egipto, Etiopía y, para rematar, Afganistán. Por supuesto, las crisis externas se agregaron a las internas, al profundo desconcierto y desorientación de su dirigencia, que intentó dar un nuevo aire al "socialismo real" con la Perestroika y la Glashnost, pero no logró superar la prueba de sus propias contradicciones.

Algo parecido viene ocurriendo con Estados Unidos. Ya varios científicos sociales habían previsto la decadencia, ya desde los noventa, década que se supone fue la del clímax del único superpoder mundial. Pero ya hoy, las situaciones en torno a Palestina, Taiwán y Ucrania, así como un Trump receloso con la OTAN, activando las tradiciones aislacionistas norteamericanas, revelan que el otrora imperialismo norteamericano se parece ya demasiado a las chocheras de su presidente actual.

La situación de guerra y genocidio que el mundo presencia aterrorizado en Palestina, es otro episodio del derrumbe del poderío norteamericano. El lanzamiento de un centenar de drones iraníes contra objetivos militares israelíes, que fue en respuesta a un ataque de Israel contra un consulado iraní, a consecuencia del cual murieron dos diplomáticos, despertó variadas reacciones. Irán enseguida explicó el alcance de su acción: es una respuesta a una agresión y no habría una escalada. La ONU y China mostraron preocupación por el "ataque" (es importante el lenguaje en estos asuntos) y llamaron a resolver diplomática, política y pacíficamente el conflicto. Estados Unidos y sus aliados enseguida se alinearon con Israel. El payaso de Milei hasta llamó a una reunión de emergencia para respaldar a Netanyahu, en contraste con las declaraciones mexicana, venezolana y latinoamericanas en general, que expresaban alarmas ante la posible conversión del conflicto al Medio Orienta y más allá, sobre todo cuando Putin manifestó su apoyo a Irán.

Algunas reacciones de la galería de las redes sociales, fueron patéticamente infantiles. Aprecio que es irresponsable que cuadros medios de la política empiecen a aplaudir y a gritar consignas a alguno de los bandos de este conflicto, como si se tratara de un partido de futbol. Las proporciones de este conflicto puede llegar a ser mundiales y envolvernos en una guerra que devendrá en el fin de la Humanidad y hasta de la vida en este planeta.

Seamos un poco serios entonces. En primer lugar, estos lodos sangrientos, el evidente genocidio que se comete en la franja de Gaza, vienen de los polvos de decisiones políticas lamentables, con claros responsables. Hay que recordar que la solución del conflicto, el reconocimiento de dos Estados en la zona, casi llegó a realizarse cuando se firmaron los acuerdos de Camp David y Oslo. Recordemos: el 17 de septiembre de 1978, Egipto e Israel firmaron un acuerdo que incluía el principio del reconocimiento de los dos Estados: Israel y Palestina. Por ahora, se constituiría una Autoridad Nacional Palestina que regiría en las fronteras convenidas por mutuo acuerdo entre Palestina e Israel. Incluso Estados Unidos, cuyo presidente era Jimmy Carter, propuso que Israel se retirara del 95% de Cisjordania y el resto sería anexado a Israel. Incluso Anwar el Sadat, por Egipto, y Menachem Begin, por Israel, recibieron el Nobel de la Paz en 1979 por ese acuerdo. En 1993 se creó, de mutio acuerdo, la Autoridad Nacional palestina, dirigida por la OLP, la organización del legendario Yassir Arafat, como otro paso hacia el reconocimiento del Estado palestino. Luego en 2000, el presidente norteamericano Clinton, Ehud Barak por Israel Y Yasser Arafat, intentaron continuar las negociaciones, sin éxito, en Camp David II. Los Estados Unidos iban a quedar como cabeza de una coalición internacional para lograr que las partes llegaran a un pacto. En 2005 Ariel Sharon, premier israelí, dio otro paso en la dirección de la paz, cuando ordenó la retirada de las fuerzas armadas y 25 colonias israelíes, de la Franja de Gaza.

Las dificultades crecieron con la llegada al poder en Israel del líder derechista Benjamín Netanyahu en 2009. Informado de las dificultades internas entre los políticos palestinos para aceptar la existencia del Estado de Israel, el gobierno de Israel en manos de ese señor de extrema derecha, se dedicó a apoyar y financiar la oposición fundamentalista islámica al gobierno de la Autoridad palestina dirigido por la OLP; es decir, Israel apoyó a Hamás. Nada menos que 1.300 millones de dólares, canalizados por Qatar, fueron entregados a los fundamentalistas islámicos, entre 2012 y 2022, según el diario francés "Liberation". Los diarios de Jerusalem comentaban: "por años, los sucesivos gobiernos de Netanyahu, han procurado dividir a los palestinos, haciendo doblar las piernas a la Autoridad Nacional Palestina de Abbas (OLP), favoreciendo a Hamas". Y remataba el "Times de Jerusalem" a raíz del ataque fundamentalista de octubre de 2023: "ahora esa bomba nos ha estallado en la cara".

Pues bien, el gobierno norteamericano nunca se dio por aludido con la política doble de Israel que iba en contra de su política explicita de respaldar la solución de los dos Estados. Por el contrario, vetó las resoluciones de la ONU en las que se ha condenado el genocidio que ese país comete en la Franja de Gaza. No es necesario que repita aquí las barbaridades que han cometido las fuerzas israelíes, atacando la población civil, hospitales y hasta misiones humanitarias de varias nacionalidades en Gaza. El rechazo mundial al genocidio ha venido creciendo, como se evidencia en las manifestaciones en muchas capitales del mundo, especialmente en Estados Unidos y Europa. Es más, ha ocurrido algo que es síntoma de la decadencia. La candidatura de Trump crece en la población estadounidense de origen árabe o africano. Trump se ha burlado de los fallidos intentos de Biden por detener la carnicería en Gaza y llegar a un cese al fuego "humanitario".

Si Israel recontrarresponde a los drones iraníes (que fueron, a su vez, una respuesta a un asesinato cometido por las fuerzas israelíes), la cosa se enreda todavía más en Medio Oriente, para beneplácito de todos los extremismos, tanto el sionista, como el islámico. Y Estados Unidos ya perdió la iniciativa. Solo le queda seguir tras el paso de Netanyahu. Esa escalada bélica exigirá más recursos a Estados Unidos en momentos en que tiene que responder a otras crisis: Taiwán y, sobre todo, Ucrania.

Ya los republicanos se han opuesto en el Congreso al incremento de las ayudas militares a Ucrania. Incluso Trump ha expresado su voluntad de dejar de financiar a la OTAN. Algunos observadores señalan que esto es solo un aviso del retiro de Estados Unidos del conflicto ucraniano. El aislacionismo parece imponerse con el patán del líder republicano. Esto tiene consecuencias en Medio Oriente. Significa que Estados Unidos le deja manos libres a los fundamentalistas para que se "arreglen ellos solos" en una orgía apocalíptica de sangre.

Últimamente, hay una moda del lenguaje de los "analistas", eco lejano de alguna lectura del "Conflicto de Civilizaciones" del geopolítico norteamericano Huntington, de hablar de "Occidente" para darle realce ideológico (incluso, "civilizatorio") a las posiciones norteamericanas. Pues bien: lo que ya se vislumbra es que "Occidente" se derrumbe, en medio del florecimiento de un duro fundamentalismo de corte religioso en Medio Oriente. Ya las ideas de la modernidad como democracia, libertad de pensamiento, crítica, parecen entrar en un eclipse, ante la "guerra de dioses" que amenaza (no, amenaza no: ya lo está haciendo) con eliminar a pueblos enteros. No olvidemos que Netanyahu, el mismo que ha fomentado esta situación durante más de una década, había sido acusado por masivas manifestaciones en Israel por pretender acabar con el Estado de Derecho y el equilibrio de los Poderes Públicos; justo las ofertas del "Occidente".

¿Y nosotros, los latinoamericanos, los venezolanos? Nada: tenemos que seguir con nuestra lucha por democracia, frente al autoritarismo, pero también frente a los agentes del sionismo (Milei). Huntington nos presenta en su libro como una zona marginal, efectivamente el Patio Trasero del poderío de la civilización cristiana protestante encabezada por Estados Unidos. Aquí hacen falta todas nuestras tradiciones de laicismo y lucha popular y democrática, para zafarnos de ese destino, combatiendo a la vez a los sionistas y a los protestantes oportunistas.



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Jesús Puerta


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