Conviviendo con el gorila

Discutir sobre Chávez es cosa cotidiana. Como tenemos que convivir, asistir al mismo sitio de trabajo, calarnos las mismas colas urbanas, acudir a los mismos servicios, quejarnos de la misma inseguridad, ver las mismas chicas preciosas en la calle, ya los dos bandos hemos venido asumiendo el debate cotidiano con una ironía relajada. La misma que nos permitió no matarnos en las colas para echar gasolina a las puertas de la bomba en aquel casi olvidado paro de 2002.

Pero a raíz del golpe en Honduras, me he percatado de pronto, y a propósito de un encuentro en un pasillo de mi universidad, de un suceso, de una suerte de catástrofe, que excede la rutina de mutuas mordacidades y provocaciones risueñas en que convivimos.

Al principio pensé que podía representármelo como la apertura de una falla geológica, una fractura en la superficie de lo que tenía como el sentido común político de los venezolanos. Corrijo la imagen, y termino por preferir la de dos planetas diversos.

Me refiero a eso que constituye el lenguaje básico, lo presupuesto, en la comunicación diaria, a propósito de los asuntos políticos. Hablo del suelo donde descansa el “nosotros”. Eso que podemos llamar, fenomenología mediante, el “mundo circundante”. A esa concepción del mundo que nos permitía identificar en el mismo Pinochet al propio Pinochet. O sea, convertir a Pinochet en una categoría general, en la antonomasia.

Pero ahora algunas experiencias mínimas, que se fueron acumulando atropelladamente en el lapso mínimo de dos o tres días, hasta convertirse en un cerro, me convencieron de que sí, se había producido una ruptura terrible que había reventado y arrojado a un rincón, como un coroto inservible y con los engranajes y resortes afuera, el lenguaje y todos los adminículos que nos permiten comunicarnos con nuestros prójimos.

Lo que a todas luces es un golpe de estado clásico, para algunos no lo es. Parecía que usábamos el mismo lenguaje, las mismas palabras, pero no. Como si, señalando un pájaro, el otro me discutiera y defendiera con fiereza que era un camello.

Un energúmeno, presentado por la locutora de radio como especialista en derecho constitucional llegaba a afirmar en el programa de opinión, a grito pelado, que lo que ocurría era que los “presidentes comunistas” estaban dominando la OEA y la ONU. Claro: eso me provocó una hilaridad semejante a la que me producen algunos arranques paranoicos de Martha Colomina o esos mensajes de INTERNET donde se anuncian profecías como la eliminación de la patria potestad, la confiscación de las casas y los televisores, el alojamiento forzado en nuestras habitaciones de unas familias pobres o de cubanos, las cámaras escondidas en los bombillos de la Misión Energía, y otros delirios “normales” dentro de nuestra anormalidad.

Incluso esa analogía forzadísima entre Zelaya (sacado de su casa en la madrugada a punta de fusiles militares, expulsado de su país, destituido de la presidencia después de la lectura de una falsa renuncia) y Ledezma (alcalde metropolitano, reconocido por los organismos electorales del país, con disposición de presupuesto, ejerciendo su cargo, afectado por una redistribución de las competencias hecha de una manera legal aunque muy discutible desde un punto de vista estrictamente político), esa equivalencia, digo, la asumía como una más de esas maniobras polémicas, erísticas, que permiten confundir a algunos y desviar la atención, muy propias del debate diario, cotidiano, ya casi aburrido.

Lo que me empezó a preocupar fueron esas loas al golpe, a la supuesta valentía a los gorilas, los mensajes francos y sinceros de unos tipos, jóvenes y viejos, que anhelaban bolas hondureñas en militares venezolanos. Claro, hay el antecedente de aquel, hoy autoridad universitaria, que envió unas pantaletas a unos generales para decirles que eran unas “mujercitas” que no se atrevían a sacar a Chávez por la fuerza. Ahí fue cuando me di cuenta de que vivimos en dos mundos distintos. Que no hay comunicación posible.

Y donde no hay posibilidad de conversar, sólo la fuerza decide.

jesus_puerta566@hotmail.com


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Jesús Puerta


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