Los polos de la gran guerra

Filósofos de la política y politólogos, o practicantes de ambas disciplinas como Fernando Mires o, en la otra acera, Alexander Dugin, entre otros muchos, han tratado de darle una fundamentación doctrinaria a la actual Guerra Fría que ocurre en el mundo y que, queramos o no, condiciona todas las acciones políticas en nuestros países. Esta producción ideológica, copiosa y a veces muy sofisticada, nos recuerda que hay una necesidad humana, demasiado humana, de justificar con razones o disfrazar con racionalizaciones, las verdaderas motivaciones, instintos, pasiones e intereses en función de las cuales se desatan las más sangrientas guerras, se estructuran "modelos" de regímenes políticos y se causa tanto sufrimiento aquí, allá y en otras partes. Esto es consustancial a nuestra especie. Para decirlo de manera tajante: es casi una determinante biológica.

De esta manera, se estructuran unos esquemas, generalmente binarios, lo más simples posibles, que permiten representar lo real, organizar las experiencias, ubicarse uno mismo o a los nuestros. Este procedimiento está respaldado, por el lado de los nazis, por el jurista Schmitt (y, naturalmente, por el propio Hitler), quien decía que lo más importante en política es saber quién es el amigo y quién el enemigo, y por el lado de los comunistas, por Mao Ze Dong (y Stalin, claro) quien afirmaba que lo primero es determinar cuál es el enemigo principal. Pero tiene antecedentes en la vieja pelea entre Dios y el Diablo. Aunque demasiadas veces, los antagonistas son más bien compañeros en un juego de apuestas, como en el caso del pobre Job.

Así, el mundo es siempre bipolar para esta gente. Hoy, en un polo está Estados Unidos y sus aliados europeos y del resto del mundo, es decir, "Occidente" (aunque en ese grupo está un Estado de lo más oriental, como lo es Japón). En el otro polo, está Rusia y China y sus asociados, también esparcidos por todo el mundo, y dentro de los cuales se encuentra el sospechoso grupo BRICS.

La cosa se complica porque, dentro de cada polo, hay otros polos. Por ejemplo, a Biden le sale Trump en los Estados Unidos. Entonces, el juego se reorganiza de acuerdo al principio de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo. De allí que Dugin alabe a un periodista de FOX por hacerle una entrevista a Putin; mientras Mires claramente ubique a Trump del lado de Putin.

Estas reglas de juego, por supuesto, exigen unas mentes bien rígidas e intolerantes. Cualquier observación o crítica desde las propias filas "le hacen el juego al enemigo", frase muy recurrida, tanto de un lado como del otro. Así, cualquiera que insinúe que MCM debiera buscar un sustituto porque no le van a permitir inscribirse como candidato, es un tarifado de Maduro. Igual: meten presos a defensores de Derechos Humanos, como Rocío San Miguel, porque todas las ONG son de la CIA. Porque, otra cosa: las simetrías tienden a repetirse en ambos lados del espejo.

Desde el siglo pasado, la disputa adquirió unas connotaciones ideológicas comparables con las religiosas de los siglos anteriores, aunque se le dio disfraces laicos y hasta racionalistas. Como dice Solzhenitzin: disponer de una ideología, incluso la más estúpida pensable, siempre es un recurso de los verdugos para justificar sus tropelías. La idea es que el Otro (así, con mayúsculas) no es gente. De esa manera, se evita cualquier resto de empatía, esa molesta tendencia de los humanos de sentir que al otro le duele. Es un rasgo psicópata, por supuesto. Pero es que esa lógica binaria es de lo más loca. Y furiosa. Algo así como la "Furia" madurista que mete presos sindicalistas, mientras libera a unos malandros en Petare.

En la actual Guerra Fría, el antagonismo se presenta ideológicamente como una confrontación de civilizaciones. El cuento lo inventó (o reeditó) un norteamericano, Samuel Huntington, en un libro cuyo éxito se evidencia cuando constatamos que su terminología la usan, tanto Mires, como Dugin, los pensadores modelos del antagonismo mundial de hoy. El esquema es así: Occidente se enfrenta a Oriente (o a Rusia y China).

Antes era capitalismo vs comunismo. Incluso, Primer Mundo vs Tercer Mundo. O liberación nacional contra el imperialismo. El asunto es que, una vez planteado el juego, la tarea de los ideólogos es justificar las posiciones de cada quien. Las significaciones de cada lado son, en parte, herencia de anteriores confrontaciones. Pero también hay novedades. Por ejemplo, Mires asegura que la Democracia (con mayúsculas, y representada por los Estados Unidos, claro) se enfrenta hoy con la Autocracia, autoritarismo o Dictadura (o sea, Rusia, China, etc.). Los valores occidentales se asumen que DEBEN SER universales, por lo que, coartarlos, es un atentado contra la Humanidad misma, que debe ser respondido por…ya saben quién. Por su parte, Dugin habla del enfrentamiento entre tradiciones culturales y políticas, es decir, tiene que ver con la autenticidad y el respeto hacia sus respectivas historias de cada "civilización". De esta manera, Occidente es el liberalismo, tanto político como económico, lo cual representa el culto al "cochino dinero", la propensión a la imposición imperial, a los condicionamientos políticos e ideológicos, la concentración del poder en unos pocos ricos que son, además, enemigos de la familia tradicional, es decir, son gays y pedófilos. Es decir, las novedades en el enfrentamiento envuelven asuntos como el trato a las mujeres, a las orientaciones sexuales y (fundamental) las etnias que se han desplazado en las grandes oleadas migratorias, algunas con reivindicaciones nacionales o de territorio.

Estos últimos temas han motivado nuevos antagonismos en el seno de cada polo. Por ejemplo, las migraciones, sobre todo, las africanas, a Europa, y las latinoamericanas, a Estados Unidos, han tenido una respuesta reactiva muy fuerte, que coincide con viejos racismos, de raíces en la historia de cada país. De esta manera, ya la pelea de los obreros pobres y blancos norteamericanos no es contra los odiados negros, sino contra los latinos, sospechosos todos de ser narcotraficantes y miembros de siniestras pandillas. Por supuesto, hay una brizna de verdad en esto No es descabellado afirmar que organizaciones criminales como "El Tren de Aragua", de evidentes nexos con representantes del madurismo, se han internacionalizado con la masiva migración de venezolanos. Pero de ahí a afirmar que todos los paisanos migrantes son delincuentes sanguinarios, hay todo un salto lleno de prejuicios racistas.

También esta derecha coincide con el conservadurismo moral (una pregunta: ¿por qué será que los conservadores de todas clases asimilan la moral únicamente con el comportamiento sexual? ¿Obsesión propia de perversos reprimidos?), tanto de raíces católicas, como ortodoxas, islámicas, judías, etc. Irrumpe así la llamada "Nueva Derecha". Claro, como todo rótulo, tiende a simplificar la realidad para entenderla. No es exactamente lo mismo, en el plano doctrinario, el "anarcocapitalismo" de Milei y el "suprematismo blanco" de Trump. Pero ambos coinciden en temas como el aborto, que ya había sido un avance del feminismo en varios países, y hoy recibe un fuerte rechazo en los conservadores de todo el mundo.

Este "neoconservadurismo" es, a su vez, una reacción a la llamada cultura "woke": una mezcla de feminismo radical y movimiento LGBT y "Queer", que ha conquistado el matrimonio homosexual y también ha impuesto, por ejemplo, que en las películas de Disney siempre tenga que aparecer algún personaje homosexual. La batalla es entonces cultural. Llama la atención que algunos propagandistas de Milei en Argentina han reconocido esto y asumido los aportes teóricos de Antonio Gramsci, un comunista italiano, leninista además, que estudió concienzudamente la lucha en la "superestructura" de la cultura y la educación. Nociones gramscianas como "batalla cultural", "hegemonía" y otras, guían entonces a los "influencer" derechistas en su pelea contra la liberación sexual que avanzó en las décadas de los 60 y 70 del año pasado, cuyos polvos (sin alusiones genitales) trajeron el lodo de las reivindicaciones feministas y gays.

Esta onda conservadora ha afectado a algunos tipos en Venezuela. Un tipo medio loco como Pablo Aure (quien hasta Secretario de la Universidad de Carabobo es) pretendió en su momento emular a Agustín Laje, el cruzado de la nueva derecha latinoamericana, propagandista de Milei, denunciando unas supuestas estrategias pedagógicas por las que a los niños se les vestía de niña para que asumieran que tal vez su sexo no era el que tenían cuando nacieron. Todo esto es mentira y hasta ridículo en un país donde a las escuelas se les cae el techo y le pagan sueldos de hambre a las maestras, pero igual. El tipo con una histeria ahí con un peo que nadie ha visto. Y más histérico se puso, cuando MCM se mostró abierta a aceptar el matrimonio gay. Después de ser mano derecha del supuesto y rabioso cerebro de una gran insurrección contra el chavismo, como el extrotskista Alberto Franceschi, el Aure mordió la mano de la favorita de los norteamericanos (y los opositores venezolanos: hay que ser justos) y sugiere que a esta gente solo se la puede sacar con las armas en la mano. Pero también el conservadurismo de moda afectó a esas autoridades zulianas que detuvieron a un tipo, solo porque se tomó fotos, disfrazado como angelito, con el templo de la Chinita al fondo. Doy como un hecho que la conversión evangelista de Madurito va por ahí también; aunque lo dudo del Vampiro, quien hace poco se declaró seguidor de los chinos, tema que trataré en un próximo artículo.

Uno, que se formó en política con los esquemas de la Guerra Fría del siglo XX, a veces le cuesta entender las nuevas coordenadas de este enfrentamiento ideológico, "civilizacional", en el cual, por ejemplo, planteamientos más serios como el de los ecologistas y algunos decolonizadores (me refiero a los serios, insisto), han quedado un tanto opacados. Uno, claro, entiende las justificaciones de Putin, basadas en la historia de Rusia y las aprensiones geopolíticas ante la agresividad de EEUU en su momento de declive referidas a la integridad del Estado ruso. Uno está dispuesto hasta a leer con paciencia las exageraciones chovinistas de Dugin, este sí delirante cuando habla de la elaboración de una filosofía ad-hoc para desplazar tanto al liberalismo como al marxismo, con base en las creencias religiosas ortodoxas y las tradiciones del gran pueblo ruso. También comprende que los Estados Unidos justifiquen el genocidio (sí, repito, genocidio) que está cometiendo el Estado de Israel con el pueblo palestino, mencionando valores "occidentales" como la tan manida defensa de la democracia (aunque los seguidores de Netanyahu emitan claramente una ideología racista suprematista, de "pueblo elegido por Dios", para defender sus crímenes). Esas justificaciones ilustran claramente la concepción marxista clásica de ideología como "falsa conciencia". Y hasta ejemplifican el cinismo de la ideología en la actualidad. Es decir, no una "falsa conciencia", sino conciencia plena de la inmundicia que se está haciendo y de todos modos hacerlo.

Lo que cuesta es aceptar (si se entiende, al final) es que tanta barbarie esté recubierta con tantas "grandes palabras". Dicho en términos de Alí Primera: que tanto perfume se use para darle buen olor al estiércol.



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Jesús Puerta


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