"Now and Then": Homenaje a la necrofilia Beatle

A Milena

Justo cuando un grupo de jóvenes pintores y escultores, poetas y novelistas, inauguraban en Caracas una extraña exposición artística donde las “obras” eran cortes de carne vacuna y porcina, embadurnadas algunas con gotas de pintura u otras sustancias no muy agradables para el gusto de esa ciudad que se asomaba a una “modernidad” entre comillas, forzada a punta de ingresos petroleros; justo en ese entonces, digo, en una británica ciudad portuaria y, por eso mismo, llena de locales ruidosos y dudosos, prostitutas y jóvenes dispuestos a caerse a  trompadas por cualquier motivo fútil, un vendedor de discos avispado, dispuesto a hacer crecer su negocio, un poco intimidado por el ambiente lleno de humo, ruido y groserías, trataba de establecer una relación amistosa con unos muchachos que interpretaban a gritos y feedback eléctricos, una música propia de negros norteamericanos adoloridos de esclavitud recién emancipada.

Los jóvenes caraqueños, entre los que se distinguían un flamante médico graduado en España, un cuentista recién estrenado, quizás abogado, un novelista de creciente barba y hasta un filósofo, y más allá, un poeta, y un pintor, y un largo etcétera de eruditos borrachos, no tuvieron mucha suerte con su galería. Pronto las obras empezaron a descomponerse y las moscas invadieron los espacios ya asfixiantes. Ellos esperaban un escándalo público, una reacción de espanto de la Caracas burguesa, una respuesta a su provocación, porque se trataba de eso: aludir a la temible represión que el gobierno ejercía contra los rebeldes de su misma edad que habían decidido empuñar un fusil. Esperaban, pues, que los reprimirían, pero no los funcionarios del Ministerio de Sanidad al día siguiente de la inauguración, sino los mismos verdugos que en esos días perseguían a los compañeros clandestinos, intoxicados, no con ron y otras sustancias, sino con el mito heroico de los guerrilleros de la Sierra Maestra. Mientras tanto, en Liverpool, los chicos músicos tenían mejor suerte. Por fin el vendedor de discos había logrado hablar con ellos y comentarles que su disco era muy solicitado en la tienda que él regentaba. Estaba interesado en ser su “manager”. John, el jefe del grupo se mostró entusiasmado con la idea, aunque el resto no entendió muy bien en qué consistía aquello. Ya entenderían después que se hallaban ante un acontecimiento que se proyecta hacia el siglo.

Los jóvenes artistas en Caracas (ya más de un avisado lector se habrá imaginado) eran los integrantes de un grupo de vanguardia, denominado “El Techo de la Ballena”, la fórmula poética de los antiguos vikingos para referirse al mar, según un escritor argentino que parecía inglés, Jorge Luís Borges. La exposición de un solo día de cortes de carnes putrefactos, se llamó “Homenaje a la Necrofilia”. Los muchachos de Liverpool, que trataban de imitar las rítmicas quejas de los negros norteamericanos, ya se hacían llamar los “Beatles”, algo así como, en español, “las cu-güarachas” o “las chi-rit-pas”. Los artistas plásticos y escritores venezolanos, de origen rural, pero ya con una trayectoria vital cosmopolita, pasaron, unos años después, a ser estudiados en las Escuelas de Letras (reforma universitaria mediante) y los postgrados de Literatura y Arte, como los máximos representantes de la segunda ola de vanguardia en el país. Sus contemporáneos de Liverpool son considerados hoy en día, como el grupo más importante de la historia de la Industria Cultural Musical del mundo. 

Es posible establecer los contrastes entre los sesentas latinoamericanos (o venezolanos) y los europeos y norteamericanos. Pero también son significativos los paralelismos. Por estos lados, la mitología del heroísmo guerrillero, cuyo máximo símbolo fue el Che y el líder de referencia, el Comandante Fidel; por aquellos lados, además del ícono argentino-cubano, figuraban Martin Luther King, líder del movimiento por los derechos civiles de los afroamericanos, Jerry Rubin, dirigente de los SDS (Students for a Democratic Society), Malcolm X, Ángela Davis; una figura colectiva, los hippies, y, en general, la revuelta estudiantil y juvenil contra la guerra de Vietnam, guerra imperialista por excelencia. Y en medio de todo esto…¡los Beatles! Aquí se enredan las cosas y se oscurecen las perspectivas. Porque los sesenta también fue la década de la Revolución Cultura China que también figuraba en el imaginario de los jóvenes manifestantes en Europa y Estados Unidos que portaban las fotos de Mao. Incluso, los maoístas occidentales llegaron a simpatizar con aquel proceso (una sangrienta locura ultra, desde esta perspectiva que dan los años) como alternativa al aburguesamiento de los Partidos Comunistas y la burocratización de los funcionarios soviéticos.

¿Y los Beatles? Después de un boom musical-comercial, que pudo hacer las delicias de Theodor Adorno y sus compañeros de la Escuela de Frankfurt, que le aportó una porción importante al PIB británico durante la primera mitad de la década, lo cual les valió el nombramiento de Caballeros (Lords) por parte de la Reina, en un acto al cual asistieron con una “real” nota de marihuana, siguieron evolucionando musicalmente, mezclando géneros y estilos heterogéneos, experimentando con la electrónica, con orquestas sinfónicas y octetos de cuerdas, refinando sus composiciones, la armonización de las voces, hasta que destacados músicos clásicos los reconocieron como unos nuevos Schubert. Incluso se podía reconocer alguna variación de temas de Bach y de Beethoven en sus baladas. También, versos como los de los beatniks norteamericanos o los bohemios franceses de finales del siglo XIX. El reconocimiento se hizo universal. Después de unos años siendo prohibidos en la Cuba fidelista, los del PC se rindieron ante la excelencia, y la calidad musical de los chicos de Liverpool tuvo que ser acreditada por los más destacados compositores de la Nueva Trova Cubana (o sea, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Noel Nicola y otros), quienes reconocieron su influencia. En Argentina, el prodigio del piano y el rock, Charly García, reconocía en Lennon a su “padre musical”. Los Beatles pasaron de ser cantantes de cancioncitas de adolescentes enamorados que solicitaban tomar la mano de la chica, a poetas de la soledad (“Hombre de ninguna parte”), la alienación (“Yo soy la morsa”) y, por qué no, de las alucinaciones químicas que llamaban también la atención de escritores consagrados como Aldous Huxley (“Happines is a warm gun”). La clave de su calidad era esa capacidad de síntesis que los llevaba a letras que muy bien pudieran ser originales del más volado de los poetas surrealistas, a arreglos orquestales articuladas con efectos electrónicos inimaginables para la música popular de la época. 

Y todo ello, con una divertida despreocupación que lucía llena de irreverencia absoluta (“los Beatles son más populares que Jesucristo”, dijo John, causando la ira de la “Bible Belt” norteamericana), cuando no de ácida crítica social. Los manifestantes contra la guerra de Vietnam frente a la Casa Blanca, reseñados por Norman Mailler, se ataviaban con las vistosas indumentarias del Sargeant Pepper´s Lonely Hearts Club Band. Más adelante, uno de ellos (ya saben: John Lennon) expresó, clara y escandalosamente, su rechazo a la guerra imperialista y a un presidente norteamericano en particular: Richard Nixon. Incluso llegó a componer canciones que se interpretaron en las marchas antibélicas como himnos revolucionarios: “Power to the People”, “John Sinclair”, “Woman is the nigger of the world” y, más tarde, el manifiesto utópico por excelencia: “Imagine”. Hasta el más “seriecito” de los cuatro, Paul McCartney (es un decir: no se acostaba con su mujer ante la prensa como hacía John), había ya manifestado su apoyo al movimiento por los derechos civiles de los afroamericanos (escuchar “Blackbird”, por ejemplo, con una introducción que no es otra cosa que un fragmento de Bach), sino de algo más ruidoso, dicho por un Sir inglés: Denle su tierra a los irlandeses. Eso sí: John ya había advertido, en “Revolution”, que si los revolucionarios tan solo estaban expresando su odio, que querían únicamente destruir y portar fotos del Presidente Mao, mejor no contaran con él, aunque “haría lo que podía” para apoyar el cambio. 

De modo que ese símbolo, como todos los auténticos, se fue cargando de significaciones. Los Beatles, como grupo, solo duró unos diez años. Ya en 1969 estaban disueltos. Pero su música se ha seguido escuchando y simbolizando cada vez más cosas para las sucesivas generaciones. Por eso es perfectamente comprensible que haya sido un gran éxito (comercial, sí, pero también musical) ese logro de la tecnología que es “Now and then”. ¿Industria Cultural? Así es ¿Fenómeno global? Obvio ¿Aplicación de nuevas tecnologías para lograr aislar la voz de un muerto, de una grabación mediocre en un cassete, tecnología desconocida para los chamos de hoy? Así es. Antes ya los Beatles habían experimentado con el sintetizador y el Teremín, las magias de los estudios con docenas de pistas, las mezclas de trozos de cintas rodadas al revés, o sea, con la tecnología. 

¿Es un nuevo “Homenaje a la Necrofilia” esta nueva producción de un grupo que ya no existe, de un cantante y compositor que desde 1980 no está en este mundo ingrato, que aprovecha una tecnología de punta, la Inteligencia Artificial, que “aprende” el timbre de una voz para reproducirla? Quizás. Hasta podría decirse que es una inmensa operación comercial, en un momento de dudosa creatividad (y productividad) de la Industria Cultural musical global.  Incluso puede aseverarse que es la explotación de un muerto, asesinado por un loco revuelto por el propio mito de Lennon, o estimulado por alguna conspiración secreta, como gusta especular alguna gente. Pero con Lennon y los Beatles nunca se pueden simplificar tanto las cosas. Siempre hay algo más.

El amor a los muertos es una actitud religiosa que aparece en todas las culturas. Los muertos solo mueren si se les olvida, como dicen las tradiciones mexicanas, por ejemplo. Además, cabría asumirse que los muertos siempre nos dicen algo y hasta pueden cantarnos algo. Esta canción, por supuesto, ya no expresa un Lennon militante; se trata tan solo de un talentoso enamorado, capaz de demostrar que el tiempo no pasa, que es una ilusión. Y así como quiso ser libre como un ave (“Free as a bird”), practicando un amor real (“Real love”), ahora nos canta, con arreglo de cuerdas, con armonización de voces, con los acentos inconfundibles de la batería de Ringo, hasta con Inteligencia Artificial, que ahora, como entonces, podemos volver a ser los mismos irreverentes, rebeldes y maravillosos. Y no es nostalgia. Sino un mensaje que vence al tiempo y la muerte, gracias a la música. 

 


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Jesús Puerta


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