El síndrome 1933

El Papa Francisco, hace pocos días, mencionó la existencia de un "síndrome 1933". Por el contexto de sus declaraciones (el avance electoral de Miley en Argentina como parte del auge de la ultraderecha en todo el mundo), es obvio que se refería a las condiciones anímicas y sociales de la Alemania que permitieron que esa nación le abriera los brazos al Führer Hitler, como si fuera un "salvador de la Patria". Vale la pena recordar un poco aquella circunstancia.

Alemania sufrió como pocos países el impacto del "crack" financiero de 1929, el cual ocasionó en la economía germana un terrible cuadro caracterizado por el desempleo (en 1928 hubo un lock out generalizado), la inflación y el encono de los conflictos sociales y políticos. Sobre el país pesaba la carga del castigo financiero impuesto por las potencias ganadoras de la Primera Guerra, la humillación del orgullo nacional por la pérdida de algunos territorios y la frustración de toda una generación, presa fácil del resentimiento que dio pie a "teorías conspirativas" que acusaban de la derrota a una "puñalada por la espalda", cuyos culpables eran, por igual, los judíos, los socialdemócratas y la izquierda en general. El nacionalismo fue agitado hasta intensificarlo en un chovinismo racista. Por el otro lado, los comunistas, siguiendo la línea ultrosa de Moscú que, en correspondencia con la colectivización forzosa en la URSS (que ocasionó millones de muertos), los llevó a enfrentar, como enemigo principal a la socialdemocracia, despreciando el peligro nazi en ascenso. La "República del Weimar", tan fértil desde el punto de vista artístico e intelectual, se caracterizaba por el caos y los enfrentamientos callejeros entre "tropas de asalto" de las distintas tendencias políticas. En medio de este desastre social y económico, los nazis intentaron, primero un golpe de estado, pero luego Hitler decidió llegar al poder por las elecciones, y lo logró en este contexto de odios y luchas sangrientas. En las elecciones del 10 de abril de 1932, los nazis llegan de segundo, dejando en el tercer lugar al comunista Thaelmann, mientras que el viejo héroe de guerra, el general Hindenburg, de derecha, pero apoyado por la socialdemocracia, gana la presidencia. Luego de intentar hacer gobierno con varios líderes de la vieja derecha (los ministerios se asignaban de acuerdo a la representación parlamentaria), Hindenburg no tiene más remedio que disolver al Reichstag (parlamento) un par de veces. Los gabinetes no sobrevivían mucho tiempo, mientras en las calles se enfrentaban comunistas, nazis y sociademócratas. A pesar de haber perdido una porción de sus votos en las repetidas elecciones parlamentarias, Hitler se presenta como la única manera de enfrentar la "amenaza comunista" e instaurar la paz y el orden, y es juramentado por Hindenburg como canciller el 30 de enero de 1933. En su gabinete solo pudo designar tres ministros nazis, pero pronto, en los pocos años subsiguientes, logró consolidar su poder como Fúhrer de la primera fuerza política de Alemania.

El auge de la nueva ultraderecha no se produce exactamente en el mismo contexto del del crecimiento nazi, pero sí tiene la misma "intensidad emocional" del ambiente político de entonces. No solo hay factores económicos críticos, sino también elementos que fácilmente adquieren una discursividad racista, como el auge de la migración de las zonas empobrecidas del mundo hacia Europa y los Estados Unidos. Por ejemplo, Donald Trump expresó, en su momento, la rabia social del proletariado blanco de las zonas desindustrializadas por la globalización. Putin y la "cuarta teoría" elaborada por su "filósofo", Alexander Dugin, que fundamenta la primacía de Rusia en el "deber" de recuperar un "glorioso" pasado imperial, la religión ortodoxa donde basa su conservadurismo, su odio hacia "Occidente", es decir, al orden político liberal, el escepticismo filosófico y la globalización, que según él, chocan contra las "auténticas tradiciones rusas". En Alemania, igual, emerge una ultraderecha chovinista y racista, enfrentada a la OTAN y a los Estados Unidos. Y así, el caso de Le Pen en Francia, el caso Italia, aunque con un tono más pragmático; el caso turco. En América Latina, el irresponsable Bolsonaro.

Hace poco, sacó una importante votación en las elecciones primarias de Argentina, un líder político de apellido Miley, identificado con una doctrina que se denomina "libertarismo". Según algunos comentarios, esta teoría es una especie de neoliberalismo extremo. Es curioso porque tenía entendido que el neoliberalismo extremo fue el representado por Pinochet, Margaret Thatcher y Ronald Reagan en su momento. De modo que tuve que revisar un poco para aclararme qué es esta nueva ultraderecha que insurge en Argentina. Algunos la ven como parte de toda una tendencia continental, en la cual participarían, aparte de Bolsonaro, Bukele en el Salvador, y otros líderes, como María Corina Machado en Venezuela. Por supuesto, este auge hay que contextualizarlo en la ola de corrupción de gobiernos populistas (aunque también neoliberales, ojo), así como el empeoramiento de la situación económica en general. En ese marco, se hace muy atractiva la oferta de arrasar a toda la "casta política", esa caterva de delincuentes que han robado impunemente el erario público, ocasionando el empobrecimiento bestial de toda la población, por la inflación y la devaluación aguda de las monedas nacionales. Es la repetición, amplificada si cabe, de una consigna gritada masivamente en la misma Argentina a principios de siglo, a propósito de la caída de un gobierno neoliberal, por cierto: "que se vayan todos". Además, el político que hace esta oferta de desquite o venganza social, se muestra como un "carajo (o "doña") arrecho". Un macho (o "macha") que mediante una acción contundente logre limpiar la administración pública. De verdad que la idea de que los políticos son el problema principal de los países, por haberse convertido en una especie de aristocracia parasitaria.

Ahora bien, ¿qué es este libertarismo de Miley? Resulta que sí: se trata de todo un planteamiento teórico proveniente de la economía, de las teorías llamadas anarco-capitalistas. Tiene en común con el neoliberalismo la "estadofobia" que una vez Michel Foucault caracterizó como propia de todo el neoliberalismo. Es decir, la idea de que hay que retirar al Estado de la economía y privatizar todo lo privatizable.

El denominado libertarismo tiene años. Su teoría fue desarrollada por economistas como John Hospers, Murray Rothbard, David Friedman, Robert Nozick y Hillel Steiner, denominados también anarcocapitalistas, quienes propusieron como principal garantía legal, principio y objetivo político, todo a la vez, la Libertad. O sea, la Justicia solo se logrará mediante la Libertad; se subordina a la libertad, deriva de ella. Para hacernos una idea de lo que esto significa, en una sociedad organizada con la máxima libertaria, el tráfico de drogas, la prostitución infantil, la venta de órganos o el suicidio estarían dentro de la ley; tampoco sería obligatorio ir a la escuela, vacunarse, estar en la mesa cuando hay elecciones o socorrer a un herido en un accidente de tráfico.

Pero esta Libertad se fundamenta en la Propiedad (no sé por qué me suenan tan parecidos estos enunciados a los de Salas Rohmer, allá en 1998). Cada persona tiene pleno derecho de propiedad sobre sí misma (como ya lo formulara John Locke, el clásico del pensamiento liberal) y que lo único que no puede es violar los derechos de los demás, por lo que resulta imprescindible tener explicitado un «sistema coherente de derechos de propiedad».

En cuanto a los principios que regulan los derechos de propiedad sobre los objetos, el proyecto libertario establece: 1. Que una persona será la legítima propietaria de un bien cuando lo haya adquirido a través de una transferencia voluntaria y justa, expresa o tácita, con o sin contrapartida material o monetaria, con la persona que anteriormente era dueña legítima. Aquí caben: la compra la herencia, el regalo, la creación personal, el alquiler…etc. Hay que descartar la venta de niños (pues el derecho a la libertad de éstos tiene preferencia sobre los derechos de propiedad de los padres) y las trasferencias fraudulentas, aunque trabajar por un salario miserable cuando no existe otra alternativa, por ejemplo, no se considera fraudulento sino voluntario. Y, 2. Que el legítimo propietario inicial de un bien será quien lo reivindique primero.

Estos principios (autopropiedad, transferencia justa y apropiación original) son los que configuran, coherentemente, lo que los libertarios dirían que es una sociedad justa. A condición de que éstos sean escrupulosamente respetados para y por todos, poco importan: el nivel de bienestar agregado, la suma de utilidades individuales, las desigualdades de renta y riqueza, ni los denominados "óptimos de Pareto" (un punto de equilibrio en el que no es posible mejorar la situación de un individuo sin perjudicar a otro), ni la asignación eficiente de los recursos o cualquier otro concepto o idea que incorporemos de la ciencia económica. Las consecuencias de los actos no importan (no es un enfoque consecuencialista) y tampoco la estructura que tenga la sociedad (no es un enfoque configuracional).

El Estado, en ese contexto, tendría que ser pequeñísimo, un simple «guardián nocturno», del derecho a la Propiedad y la Libertad individual. Todas las demás iniciativas (culturales, productivas, sanitarias, investigadora, etc), pertenecerían al ámbito privado. El mercado sería el mecanismo exclusivo para la asignación de recursos. Las fronteras, las restricciones arancelarias, los obstáculos al tráfico de mercancías y personas, los impuestos, las leyes antimonopolio, la educación y sanidad gratuita, por citar algunos ejemplos, estarían fuera de lugar.

En el seno de la misma economía liberal (no neoliberal, ojo), se han hecho algunas objeciones al libertarismo. Si bien este sostiene que basta la protección estricta de los derechos de propiedad para lograr la eficiencia económica y el bienestar social; no se admitirían leyes que regulen las emisiones de gases o las capturas de peces o las condiciones laborales. En caso de conflicto entre derechos de propiedad y eficiencia económica, siendo coherentes, peor para la eficiencia económica, será la sacrificada. La segunda objeción hace referencia al lugar que la igualdad en renta y riqueza ocupa dentro del proyecto libertario. Para los libertarios no hay mayor ni mejor igualdad que la «igualdad de derechos» que ellos proclaman. Otra vez, por decirlo en una palabra: en caso de conflicto entre igualdad y derechos libertarios, peor para la igualdad que será la sacrificada. La tercera objeción ética es que la libertad que garantizan los principios libertarios es una libertad formal, es decir, un derecho sin contenido ni alcance reales, porque el acceso a los medios necesarios para ejercer la libertad, aunque explícito en los principios, no está garantizado para todos ni constituye una preocupación para los defensores de esta tradición. Alguien podría, cumpliendo con los principios libertarios, contratar a otra persona por un salario de miseria, exigirle que trabaje horas extras gratis los domingos y pedirle, además, que esté siempre contenta. Claro que nadie le obliga y, si no tiene otra fuente de ingresos, pues es su problema, no el de los libertarios. En una palabra: la libertad de los libertarios no parece que configuraría una sociedad justa.

El aparente éxito electoral de estos planteamientos, tan reñidos, no solo con el socialismo, sino con un mínimo de propuesta de sociedad centrada en la justicia, "Estado de Bienestar", derechos de segunda y sucesivas generaciones (laborales, de género, etc.), que podrían ser asumidos por un socialdemócrata o un demócrata cristiano, desplaza el eje de la discusión política, a la derecha. Esto complica las cosas y exige un mayor rigor en las elaboraciones teóricas, que deben renovarse desde el punto de vista de la izquierda, con todos sus matices. Esto es lo estimulante de la actual situación histórica, más allá del riesgo del llamado "síndrome 1933" que pueden llevar al poder a un fanático duro y destructor. Se hace necesario construir una nueva opción de izquierda.

En ese contexto, cabe decir que el madurismo, no solo no es izquierda, mucho menos una doctrina; es únicamente un estilo de política basado exclusivamente en la lucha por el mantenimiento del Poder, guiado por un consecuencialismo radical, es decir: el fin (de mantenerse en el Poder) justifica cualquier medio. De allí su "flexibilidad" (prefiero llamarlo su oportunismo) en lo discursivo y geopolítico. No otra cosa sino el ventajismo institucional se puede esperar de él: judicialización de los asuntos de los partidos que se le oponen, compra de dirigentes, la corrupción más descarada, la manipulación de los centros de votación, etc. El agotamiento político del "madurismo", que ya extinguió las posibilidades democráticas del "chavismo", hoy solo se basa en el miedo de unos "pequeños burócratas" de perder privilegios, entre ellos el mediocre de la posibilidad de obtener un carguito "donde haiga". Es esa conducta la que alimenta a "vengadores" como Miley o la "doña" MCM que, si bien, se confía en que la inhabilitación la detenga, sí puede despertar fuerzas que nos metan más abajo, en el agujero.



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Jesús Puerta


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