El Mal

Desde una perspectiva exterior, desde las estrellas, en la lejanía espacial y temporal, no hay bien ni mal en el mundo. Todo lo que ocurre se encuentra más allá o más acá. Incluso las grandes catástrofes, la muerte de las estrellas, el estallido de los planetas, la aniquilación de millones de especies, pueblos o civilizaciones, las guerras más crueles, las atrocidades más espantosas, al final resultan ser sólo la preparación de otra etapa en el devenir de las cosas. Desde esa perspectiva tan distante, en las que las escalas son de siglos o milenios, o de continentes, o naciones, parece cumplirse aquello de no hay mal que por bien no venga, porque no hay plan divino ni mucho menos. En todo caso, hay una mezcla de causalidad y casualidad, de azares y causas, de suerte y determinantes. 

Si descendemos a la escala humana (la otra también lo es; pero algo megalómana), podríamos observar que, si bien hay grandes tendencias a largo plazo, siempre hay la posibilidad de que las decisiones de los seres humanos, a veces de un grupo reducido de ellos o hasta de una individualidad, tuerzan el curso de los acontecimientos hacia destinos inesperados. Siempre los grandes sabios (no solo Marx: antes y después lo ha habido) han tratado de hacer pronósticos o al menos vislumbrar los horizontes, remedando a los profetas que tenían la ventaja (decían ellos) de contar con la palabra divina que, de dos mil años para acá, parece el ruido y la furia de un loco o las desconcertantes señas de un mudo histérico. Al marxismo le pasó eso, pero también a las otras teorías rivales. Comparto la opinión de Néstor Francia de que en el marxismo hay mucho de ese mesianismo judeocristiano. También que la historiografía muchas veces se escribe con la inspiración homérica y mucha intención manipuladora. Pero muchas de esas predicciones quedaron en el mundo de lo que pudo haber sido y no fue. Abad Faciolince se refiere a esos “exfuturos” de lo que pudo haber ocurrido si se hubiese tomado otra decisión o la nariz de Cleopatra hubiera sido un poco más perfilada, como dijo Pascal. Es decir, además de lo aleatorio y lo determinado, se encuentra la resolución humana.

Es ahí, a escala humana, donde se empieza a distinguir el Bien y el Mal. No me refiero, por supuesto, a una presencia espiritual maligna, eterna, satánica, como la de los dos dioses enfrentados en la polarización del maniqueísmo persa, sino, simplemente, a las ya suficientemente terribles decisiones y proyectos humanos. Es cierto que Auschwitz es el Mal absoluto, igual que el archipiélago Gulag stalinistas, los campos de matanza la Camboya de Pol Pot, el genocidio del Congo belga o las jaulas de niños dispuestos para la saciedad de los pedófilos billonarios del mundo. Después de eso, como dijo una vez Theodor Adorno, es difícil justificar cualquier momento de frivolidad o ligera diversión, e incluso el disfrute de una buena música suena criminal, muestra de una culpable indiferencia. Pero tampoco es para retirarnos a una vida monacal, que también fue rechazada nada menos que por el Buda. Menos porque, en realidad, todos esos infiernos fueron creados por decisiones humanas, de gente como usted lector, o como yo, hijo de mi mamá, papá de mis hijos, abuelo de mis nietos.

El Mal es tan solo el riesgo de las decisiones humanas. Es completa responsabilidad de unos seres que se les puede observar de muy cerca, pues son tan pequeños como nosotros, cuando resuelven hacer esto o aquello. En esa escala es donde se puede juzgar el mal gobierno, por ejemplo, o la mala política. Y, a este nivel, el adjetivo pierde esa resonancia metafísica que le dan categorías como pecado, culpa, delito, crimen. Más allá de ese Mal Absoluto, también humano, demasiado humano, hay esos males relativos. Es malo para unos, al mismo tiempo que bueno para los otros. Por otra parte, está lo malo en el sentido de malhecho, burdo, grosero, chimbo. Aquí se entiende por qué en la genealogía de esos términos, se encuentra la distinción de una sociedad aristocrática: los Buenos, son valerosos, veraces, orgullosos, poderosos, honorables, limpios; mientras que los Malos son mezquinos, sucios, rotos, falsos, pérfidos, indignos.

Que un cambio político importante, una revolución, se haya convertido en algo malo, en el sentido de chimbo, es producto de una serie de decisiones, que a su vez, han sido respuestas a otras decisiones que lo menos que podemos decir es que han sido desacertadas, o sea, de nuevo, malas. Lo que ocurrió en Venezuela es malo, muy malo. Hemos tenido, tanto un mal gobierno, como una mala oposición. El primero no solo incumplió con sus promesas de soberanía, desarrollo nacional, democracia, justicia, sino que, en mala hora, no solo no corrigió sus errores, sino que ha ensuciado los bellos nombres de la esperanza (socialismo, democracia participativa, revolución, Patria, etc.), al no corregir sus errores y decidir, con el único objetivo de mantener un poder impotente incluso para cualquier gestión, para hacer cualquier transformación con sentido, destruyendo incluso la posibilidad de retomar las banderas que hoy lucen sucias, falsas, indignas. La oposición, por su parte, chapalea en un pantano de patadas y serruchos mutuos, de insistencia en el inmediatismo y la recurrencia a la amenaza de la intervención extranjera y la imagen, como en espejo, del caudillismo-personalismo que dice enfrentar. Las disputas son evidentemente de egos. Ni para tomarse una foto juntos, agarraditos de la mano, son capaces de un gesto unitario. Ahí no hay ninguna confianza ¿Cómo buscarla en los votantes? Parafraseando un merengue de la Billo´s: son malos los dos: un gobierno malo, mentiroso, corrupto, demagogo; una oposición torpe, recurrente en el apoyo de trogloditas como Trump, incapaz de ponerse de acuerdo.

Hay que reconocer que el gobierno ha sido bueno en calcular qué dobles tiene, frente a un enemigo que nunca cuenta las siete piezas de cada cifra en el dominó político y siempre parece cuadrar el juego en su contra. Pero esa sagacidad extrema llega al mal de otra categoría, cuando se acerca cada vez más a una arbitrariedad sin Ley ni Constitución, la de la anti-Ley Saqueo, cuando pretende aniquilar cualquier voz disidente, tanto a la izquierda (caso PCV) como a la derecha (los inhabilitados, la Primaria), mediante maniobras y el abuso de su control sobre los Poderes Públicos. Ese es el camino, ya no del mal gobierno, sino de la dictadura que lleva, como en una pendiente, al Mal Absoluto Político. La situación nos recuerda aquellos versos de Martin Niemoller, atribuidos a Bertolt Brecht, que dicen algo así: “Cuando vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio porque no era comunista; cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio porque yo no era socialdemócrata; cuando vinieron por los sindicalistas, no dije nada porque yo no era sindicalista. Cuando vinieron por mí, ya no había nadie que dijera nada”.

Pienso que ya el gobierno tiene las piezas para ahorcar las Primarias de la Oposición con una resolución de su TSJ. Dicho en términos ajedrecísticos, más que del dominó, tiene en Jaque al contrario y, en cosa de dos jugadas, hace el mate a las llamadas Primarias que, a pesar de todo, era un mecanismo democrático de selección de candidatos, opuesto al método oligárquico, autoritario, “dedístico”, de tomar decisiones, que se practica en el PSUV, cada vez más parecido al NSDAP alemán, no en lo chimbo, sino en lo maligno. También es lo más probable que le arrebaten la representación legal y electoral a las autoridades legítimas del Partido Comunista, con lo cual dejan sin posibilidad inmediata de expresión a una izquierda que se deslindó de un gobierno ya claramente de derecha. Si ambas se dan, se consumará una situación mala, bastante mala.

 En cambio, que bueno que haya iniciativas como el del Frente Popular en Defensa del Salario, de introducir un recurso de amparo al TSJ para exigir el ajuste salarial mandado por el artículo 91 de la Constitución Nacional y que se declare el carácter salarial del llamado “cesta ticket socialista” y del Bono llamado de “Guerra Económica”. En su manifiesto, el FREPODES señala que la actual situación de los trabajadores venezolanos “vulnera abiertamente el artículo 91 de la Constitución, donde se establece que el salario debería permitir vivir dignamente”, y es ocasionada por dos factores principales: de un lado, las criminales medidas coercitivas unilaterales implementadas por los Estados Unidos; del otro, la puesta en marcha de una política económica regresiva que genera un crecimiento agudo de la desigualdad”, junto a la corrupción galopante y la ineptitud de la gestión pública.

Esta es una iniciativa buena por su contenido, por su sentido, por su carácter unitario y amplio. Y es producto de una decisión que acompaño. 

 



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Jesús Puerta


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