La decepción de Freud y los azules de Solzhenitsin

Abría yo la boca, con una expresión entre idiota y hambrienta, ante las inmensas camionetas de los individuos y bellas familias, que van a comer en cierto lujoso centro comercial, con su apariencia juvenil y vistosa, de indumentarias, zapatos y carteras caras, además de músculos, glúteos y bíceps, bien alimentados y ejercitados. Lo hacía con esos sentimientos ambiguos de los paupérrimos que alguna vez se creyeron algo, como los profesores universitarios jubilados que somos. A mí me siguen sorprendiendo esos seres que ostentan un flujo de caja desconocido para nuestra vida de sobrevivientes mata tigres obligados y empedernidos, pero académicos, al fin y al cabo. Ante mi asombro, se me hace evidente que, efectivamente, algunos se están enriqueciendo; ostensiblemente, los contratistas de las alcaldías y demás organismos (como vivimos en Valencia, ya sabe usted, lector) y, en general, los nuevos ricos del madurismo. "Ayer fueron guarimberos; hoy, apolíticos, pero progobierno. Lo que les interesa es el contrato", me explicaba un amigo.

Por extensión, comprendimos la actitud entusiasta de los directivos de Fedecámaras para con el discurso del Presidente. La conclusión obvia es que, efectivamente, este es su gobierno, suyo de la clase de los empresarios, el mismo que inventó el concepto de "ingreso mínimo mensual indexado" que no figura en la Ley del Trabajo ni en ningún otro texto legal, y que pretende sustituir a la noción trasnochada (pero legal) de "salario" con el fin de meter coba acerca de la verdadera situación de los trabajadores en los discursos de Wills Rangel, Jesús Farías y gente por el estilo. Claro que los beneficiarios del gobierno se parecen a esos jóvenes de ropa fina y monstruosas camionetas, y no al viejo periodista, al borde de la inanición, que escribe artículos alabando la capacidad estratégica de Nicolás, a ver si le tiran algo; tampoco al poeta venido a menos que acusa de agente del imperialismo a los que critican este estado de cosas. Pero es que esos contratistas que mantienen funcionando el "aparato" del poder, a punta de arbolitos de navidad, dibujos de vampiros y de superhéroes de capa, no son los únicos que obtienen beneficios de este gobierno y constituyen su principal base de apoyo. También tenemos a los funcionarios, a los que ascienden. Aunque los límites entre uno y otro grupo cada vez se disuelven más.

De modo que, entre comentario y comentario, se me desató cierta curiosidad acerca de las características psicológicas de los maduristas que destacan por su capacidad de adulancia y perspectiva de ascenso social en el actual aparato del Estado venezolano. No incluyo aquí a los que defienden todavía al gobierno por una pendeja bondad, por un duelo que no admiten, porque implica aceptar que su ídolo, el comandante, murió hace ya diez años, y el "proceso", hoy día, tan solo apesta, aunque sea objeto de su nostalgia con todo y suspiro (incluso conozco muchachas que hasta se tatuaron la firma de Chávez, en su hombro; o sea, que lo llevan escrito en su piel ¡qué vaina!).

Mi curiosidad, se dirigió, más bien, hacia ese grupo social al que pertenece gente como la recién designada presidenta del TSJ o, en una versión mucho menos favorecida, Juan Martorano, por ejemplo, que se niega a reconocer obviedades como que el Petro fracasó y que, si Tarek El Aissami robó (¡26 mil millones dólares!) y no le pasó nada, debe haber razones para su "desaparición" de todo, incluso del discurso del Presidente. Son "militantes disciplinados", claro. Y su obediencia está por encima de leyes y hasta de las más sencillas orientaciones éticas. Se hacen ciegos y sordos ante los más evidentes abusos. Destilan "furia bolivariana" con la cual esparcen señalamientos de "traidores de la Patria" sobre dirigentes magisteriales, detenidos violando todas las formalidades de ley y sus derechos humanos. Halan arriba y patean abajo.

Estos extraños seres amorales, serviles con el Poder, de reacciones tan extremas que hasta le dan pena a sus superiores (recordar al amigo Aranguibel, cuya única falta fue compartir un chiste nazi que seguramente ya había sido celebrado en una reunión de confianza), se me parecen a los portadores de ribetes azules que caracterizó una vez Solzhenitzin en un capítulo de su inolvidable "Archipiélago Gulag". Se preguntaba el escritor ruso de dónde habían salido estos tipos monstruosos en su banalidad, que torturan, que roban grandes y pequeñas, mezquinas, cosas, que se sienten "poderosos", que disfrutan provocando sufrimiento en los demás, que le agarran las nalgas y los pechos y lamen a juro a las mujeres. Esos burdos, crueles, mediocres, pero arrogantes verdugos, funcionarios de los órganos de seguridad del Estado cuando el stalinismo, que cumplían con las metas del número de "confesiones" de los miles de detenidos, mediante variadas torturas. Los mismos que se sentían poderosos y arrogantes ante los seres reducidos a punta de hambre, golpes, falta de sueño y demás maltratos en las hacinadas cárceles del archipiélago Gulag. Es decir, los rasgos del tipo de los verdugos.

La respuesta del novelista es que venían del mismo pueblo ruso, que es como decir que tenían la misma materia de todos los seres humanos: instintos de crueldad y agresividad, egoísmo, mezquina codicia y lujuria. Supongo que sentiría la misma decepción de Freud cuando constataba que la supuestamente luminosa civilización occidental presentaba los mismos rasgos de la barbarie en la Guerra Mundial. Pero, igual que Freud, tendríamos que pensar que tales hombres (que a veces recuerdan en sus discursos algo así como la "revolución") no han caído tan bajo como temíamos, porque tampoco se habían elevado tanto como nos habíamos figurado. Esos graves atentados contra las nociones mismas de igualdad, libertad y solidaridad propias de toda revolución, para no hablar de la simple decencia de los viejos nuestros, son realizados por sujetos que nunca leyeron ni un librito con las ideas que decían defender, que siempre entendieron que la mentira y la trampa eran parte de la política, que hacían chistes malos a expensas de las compañeras, los maricos y los discapacitados, que sabían que entre las piernas tenían un arma poderosa, que tomaban unos realitos por ahí, que asumieron que pegar gritos es mejor para ellos que argumentar y razonar.

Claro: hay datos que le dan color vernáculo a estos seres. Además, nos revelan que hay diferentes niveles. Por ejemplo, sabemos que muchos jueces se han beneficiado con jugosos contratos con gobernaciones y alcaldías. Que hoy el mando militar venezolano es una corporación de políticos y empresarios, nuevos ricos. Por otro lado, conocemos la "trayectoria" de muchos verdugos de los organismos de seguridad que provienen de esa zona ambigua, entre la delincuencia organizada y la organización partidaria de retórica más o menos "revolucionaria" de los llamados "colectivos". También están los "pegagritos", esos que siempre quieren caerle en gracia al poderoso, no se sabe muy bien si es por un intrincado complejo que viene desde su infancia (con padre autoritario y borracho incluido), o si es una maña de adulancia reciente. Que toman iniciativas que ni siquiera los otros cuadros medios del PSUV entienden: paralizar las elecciones universitarias, sin más motivación que joder. O, más allá de eso, con el pretexto de la igualdad de votos entre empleados, estudiantes, profesores, pretenden evitar que se hagan elecciones porque el designado del Partido (¿cuál?) no ganaría. A esta categoría también pertenece el clásico ladrón de las bolsas CLAP o la doña que ostenta un supuesto poder en el aparato, ofreciendo prebendas a diestra y siniestra porque es jefe de CLAP. La psicología del abusador del liceo.

Por supuesto, hay cinismo en esto: esa es la verdadera ideología de lo que quedó del "proceso". Cuando escuchamos el discurso de Maduro, por ejemplo, o los éxtasis cristianos de Nicolasito, o los elogios de Lacava hacia el "modelo chino", siempre hay un momento de pasmo. Es el segundo durante el cual nos preguntamos asombrados: "¿este tipo sabe lo que está diciendo o haciendo?". La respuesta es inmediata: claro que saben lo que están haciendo al decir eso; pero aún así, o por eso mismo, lo hacen. Un psiquiatra amigo se preguntaba si los gobernantes nuestros eran psicóticos, que viven en otra realidad, o psicópatas, incapaces de toda empatía y que hacen el Mal disfrutándolo. Es el criollo "caraetablismo". Es la manipulación de los sentimientos de desamparo infantil que se halla a la base de todas esas religiones.

Pero igualmente percibimos en esa "furia bolivariana" que declara abiertamente que van a reprimir cualquier protesta popular, que no van a reconocer ningún derecho a manifestar, asociarse o comunicarse, cierta angustia ante el futuro, el miedo a la sensible temporalidad, puros gritos para no escuchar que ellos también van a morir un día y evitar sentir el susto de la delicadeza del poder que todavía ostentan por la mera fuerza.



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Jesús Puerta


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