Reactivos y reaccionarios

En un artículo de enero de este año, Fernando Mires distinguía dos acepciones del término "reaccionario": a) alguien que reacciona ante una determinada realidad percibida como peligrosa o negativa, por lo que podría entenderse como "reactiva" y b) el opuesto, antagonista o antípoda al "revolucionario"; es decir, el "contrarrevolucionario".

Aunque Mires rechaza la imagen de "eterno retorno", de estirpe nietzscheana, reconocía que muchas veces la historia parecía repetirse u oscilar entre dos puntos extremos o máximos, como un péndulo. Ponía de ejemplo los movimientos de la Reforma y la Contrarreforma en la historia de la cristiandad, la Revolución Francesa y su "contra", la Restauración. En América Latina el péndulo latinoamericano habría ido, durante la guerra fría (1948-1990), entre, por un lado, las dictaduras militares (golpe mediante; pero con cierto apoyo popular) y, por el otro, las democracias representativas; para luego, en el siglo XXI, oscilar entre el llamado "progresismo" (o socialismo del siglo XXI, etc.) y una "nueva derecha" de rasgos neoliberales y conservadores.

En otras palabras, la regularidad del devenir político es ir de reacción en reacción. Esto se nota más en las elecciones, que siempre registra un segmento "anti", el famoso "voto castigo". Allí no hay espacio para una profunda reflexión filosófica; más bien, son los momentos de las emociones negativas: la frustración, la desesperación y la ira.

Es más: esos segmentos de electores no solo van de un extremo al otro del espectro político, sino muchas veces, de la versión más moderada a la más extrema. Incluso: las posturas más extremas crecen juntas, como ocurrió en Alemania en los años inmediatamente previos a la victoria electoral de Hitler, cuando aumentaron los votos, tanto de los nazis, como de los comunistas. Posturas "moderadas" fueron superadas (¿o descartadas?) una tras otra, hasta llegar a la que cerraba definitivamente el juego, la detención de facto del péndulo.

Esto ocurrió con Hitler y con Mussolini, es decir, con los fascismos "clásicos", que fueron opciones de masa y, sí, cargados de sentimientos de odio, rabia, desesperación. Casi todos los teóricos que tuvieron como objeto de reflexión las masas, resaltaban esto: la pusilanimidad, la emocionalidad, la extrema susceptibilidad de las masas. Por eso, Hitler y Goebbels las consideraban "femeninas" por eso. Otros, destacaron la mediocridad de las masas, que les imposibilita el entendimiento de explicaciones demasiado largas o complicadas, como suelen ser los conocimientos científicos, el lenguaje de los expertos, y les permite únicamente captar ideas simples, repetitivas, estereotipadas, pobres, en fin, estúpidas.

Freud tuvo una concepción de las masas un poco más elaborada. Decía que, si bien, en ellas los individuos "disolvían" las inhibiciones que impedían en su vida personal un comportamiento civilizado, se daban otros procesos psíquicos. Por un lado, había un enamoramiento con el líder. Es decir, este pasaba a representar para los individuos lo que él habría querido ser (Ideal del Yo: sentimientos de admiración), además de lo que yo ya era (identificación). El líder, en fin, era muy querido porque tenía que ver con mis emociones y mis deseos de ser. Cosas como los saludos característicos, el lenguaje, los símbolos, etc. son componentes de rituales cuya función es fijar significaciones en cada uno de los participantes, a partir de una narración mítica. En esta última, aparecían claramente los buenos, nosotros, contra los malos: ellos.

Esto se sabe desde las primeras décadas del siglo XX. El impacto con estos fenómenos de masa se debe a 1) la sorpresa de que tanta gente piense justamente lo contrario de lo que yo, militante de izquierda, pichón de intelectual o intelectual completo, 2) el temor de que esos sentimientos negativos lleven a consecuencias terribles. Pero hay otra razón para la sorpresa y el desconcierto, que se nota en los análisis informales acerca de la elección de Milei en Argentina.

Se piensa que los procesos históricos son progresivos, evolutivos y continuos. Ya vimos que no es así; más bien semejan los movimientos de un péndulo, o los de las olas en las playas, un círculo o una repetición. Es decir, si ya un pueblo había llegado hasta un emplazamiento "progresista", ¿cómo es posible que se regrese y, más allá, se salga de quicio hacia un extremista contra-progresista?

Además ¿Por qué considerar locura un planteamiento como el de Milei? Porque la "cordura" recomienda ir poco a poco, gradualmente. Pero, entonces, también es una locura el planteamiento de una "sociedad sin clases ni Estado", para llegar a la cual hay que atravesar una "transición" a través de una "dictadura de clase proletaria". Entonces todo planteamiento de cambio radical sería una locura. De hecho, todas las revoluciones son descabelladas hasta que estallan; entonces se convierten en realidades históricas inevitables.

Por supuesto que reivindicaciones como los derechos a la salud, la educación, la seguridad social, etc., son avances que deben conservarse contra un planteamiento ultra privatizador que propone su eliminación. Por supuesto que es contrario al ideal de Igualdad las ideas racistas, machistas, suprematistas, de la derecha. El punto es que, también, para la derecha se plantea un dilema: o por la vía "suave", progresiva, reformista; o por el camino rápido, violento, radical. Y sus bases sociales se desplazan hacia las respuestas más duras.

En fin, ante un precipicio ¿deben darse unos pasos o hay que saltar? ¿Para hacer una tortilla, hay que abrir un huequito en la cáscara para ir sacando poco a poco el contenido del huevo? Si nos ponemos en plan de comprender a los argentinos que votaron por Milei, habría que asumir su rabia, su ira, su odio y su desesperación.

Otra pregunta: ¿esa misma rabia, ira, desesperación y odio es la que hay en Venezuela? La respuesta es obvia. Y, sí: los fracasos de las sucesivas representaciones de la oposición, ha llevado a su masa a decantarse hacia las posiciones más "extremas". Observan nada más sus candidatos o líderes sucesivos: Arias Cárdenas, Rosales, Capriles, Guaidó…y, ahora, MCM. Los moderados llaman a "moderar" el mensaje. A cambiar el candidato. A llegar a un pacto para que Maduro y su gente queden indemnes en un hipotético "cambio político".

¿Esto es viable? No lo sé.



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Jesús Puerta


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