De cómo Nico y Cilita van como Daniel y la Chayo en el oportunismo geopolítico

Es cierto que los factores internacionales condicionan y hasta animan ciertas acciones y decisiones de la realidad política nacional, como lo recordó hace poco Mires, el cascarrabias. Una vieja tradición de las organizaciones de izquierda, obligaba a comenzar los informes políticos con referencias a una dramática y nunca resuelta "crisis mundial del capitalismo", que persistía a la manera de las telenovelas de Lupita Ferrer. Hoy en día, lo obligatorio sería la referencia a la nueva guerra fría entre China y Estados Unidos, o entre Rusia, China y occidente, o entre "occidente" y los asiáticos, como prefieren verlo algunos. Pero, así como hay parecidos entre la antigua Guerra Fría entre 1945 y 1989, hay bastantes diferencias.

Se hace mucho énfasis en el peso de lo ideológico en aquella época. Durante la Guerra Fría anterior estaba, de un lado, el marxismo soviético y, por el otro, el capitalismo en su amable versión de "Estado del Bienestar". Esto fue cambiando. Apareció el maoísmo que puso a China contra la URSS sobre todo después de la ultraortodoxa (o sea, loquísima)"Revolución Cultural" y el encuentro de Nixon con Mao, y aquel ataque militar, incomprensible en su momento para nosotros, ingenuos militantes de base de la izquierda, de China contra Vietnam. Más adelante, con Pinochet, la Thatcher y Reagan en los noventa, ascendió el neoliberalismo victorioso sobre el keynesianismo, agradable y socialdemócrata, al que se le achacaba el mal de la inflación mundial.

Otra "novedad" en los sesenta y setenta fue el "tercermundismo", cuyo soporte político en gran parte fue el movimiento de los no alineados, suscitado a su vez por la descolonización en África y Asia. Con la coexistencia pacífica entre la URSS y Estados Unidos, promovida por Jruschev, la crisis del stalinismo con la notoriedad del maoísmo y los movimientos contraculturales juveniles, apareció la OPEP y la Europa se unió en Comunidad económica y política. Se multiplicaron los actores, aunque la polarización político-ideológica seguía determinando muchas cosas, como se demostró cuando el Bloque soviético se desmanteló.

A partir del derrumbe del polo socialista soviético, se vino conformando un mundo nuevo, como reza el lugarcomún. La unidad del "libre mercado", ahora con los nuevos adalides chinos, desplazó el eje de las motivaciones ideológicas hacia la derecha o, por lo menos, a un lado que pocos habían previsto. La globalización de los mercados se vio reforzada por la revolución científico técnica. Estados Unidos vivió unos años como la potencia hegemónica indiscutible.

Por otro lado, los nacionalismos se reformularon. Adquirieron un importante matiz religioso en las regiones donde el Islam es la creencia predominante. Los odios étnicos marcaron crueles guerras como la que destruyó la antigua Yugoslavia. Las promesas de la modernidad que, de una u otra forma, las había asumido también el marxismo con su culto al desarrollo forzado de las fuerzas productivas y la perspectiva utópica del progreso, se vieron desplazadas por reivindicaciones de orgullo, respeto y reconocimiento a rasgos culturales, religiosos, género y hasta de orientación sexual.

Luego de un momento de gran confusión y desorientación, que se expresó en la colocación de la etiqueta de "izquierda" justo a los movimientos que en nombre del capitalismo ("economía de mercado") y la democracia liberal combatían los rezagos de dominación de los Partidos Comunistas, vino otra reformulación de la izquierda desde América Latina, con un rechazo al neoliberalismo, un populismo reencauchado, movimientos identitarios, socialdemocracia y autoritarismo devenido.

De modo que el único parecido entre aquella y esta Guerra Fría, es el terror de la amenaza nuclear, puesta en tensión por la concepción geopolítica que parece regir las decisiones de todos los actores, y, tal vez, las máscaras ideológicas, que ya no apuntan hacia proyectos para toda la Humanidad, como parecían ser tanto el liberalismo como el comunismo, sino a formas de autoafirmación geopolíticas (insisto) de etnias y naciones enteras, algunas con aspiraciones de imperio. Mires opina que hoy hay una polarización de órdenes políticos-ideológicos, uno democrático (los buenos), el otro, autoritario (los malos); pero, al mismo tiempo, señala que la democracia quedó, a la defensiva, no solo desde la izquierda (en la cual el sociólogo chileno mete a, desde los movimientos indígenas de Ecuador y Bolivia, hasta los movimientos LGBTIQ). Porque, como bien apunta Fukuyama, al liberalismo le han salido desde la derecha, fieros enemigos de decepcionados, que lo acusan de enemigo de las tradiciones de las buenas gentes blancas, la familia tradicional, el cristianismo, la identidad, la Nación, la pertenencia comunitaria.

También hay interpretaciones que insisten en presentar las luchas políticas, incluso intereses geopolíticos contrapuestos, como contradicciones entre civilizaciones o culturas. Claro, las versiones de esta idea general son muy diferentes. Alexander Dugin, uno de los ideólogos de la Rusia de Putin, basa la especificidad de una supuesta civilización rusa en la Iglesia Ortodoxa, las tradiciones rusas que vienen desde el zarismo, la nostalgia de una grandeza perdida y un rabioso antiliberalismo justificado en los aciertos de un líder identitario (claro: Putin). En cambio, lo que se puede llamar el romanticismo decolonial latinoamericano, mediante una teología de la liberación "afranciscado" (es decir, al estilo aligerado del Papa Francisco), contrasta el "Sumak Kawsay", un principio tradicional de los indígenas andinos, que habla de armonía con la Naturaleza" (por eso es tan del gusto de los ecólogos), frente al individualismo liberal, las ciudades y las industrias ecocidas de "Occidente". Ni hablar del rollo del Islam, opción política (no tanto religiosa, como veremos en otro artículo que prometo escribir) que siempre se definió frente al sionismo.

En este marco internacional obligatorio, ¿cómo entender o ubicar ese busto bicéfalo, hecho con cerámica pintada al más adulante estilo kitsch, que representa a Nico y Cilita, mostrado en una casa de "misiones" en Caracas en días pasados? La primera alusión, obvia, es a Daniel (Ortega) y la "Chayo" (Rosario Murillo), la "pareja fundamental" de Nicaragua. Además del estilo "kitsch" que ya la pareja ha venido dando, en contra de toda la iconografía sandinista, que comprendía a nada menos que la poesía de Ernesto Cardenal y Gioconda Belli, las canciones de Mejía Godoy, las proclamas de las comandantes Baltodano y la Téllez, las novelas de Sergio Ramírez, las esperanzas de una revolución humanista, democrática, antiimperialista, la síntesis programática elaborada por Carlos Fonseca, etc. En sustitución de esas excelencias culturales, la pareja, pero sobre todo la "Chayo", ha impuesto el estilo de los árboles de metal de volutas iluminadas en las plazas y apariciones, financiadas por cierto con "petrodólares" venezolanos, que compiten en cursilería, con la mujer colgada del pescuezo del tipo de bigotitos estilo Pedro Infante del busto expuesto en La Vega.

Por debajo de esa comunión de sensibilidad cursi, hay, por supuesto, la conversión a un autoritarismo basado en la asociación de una nueva familia de nuevos ricos con los burgueses de siempre en la nación centroamericana. En Venezuela, se trata de la aparición de un nuevo mecanismo de apropiación delictiva de la renta petrolera (Oly Millán), en contraste con los "Planes de la Patria" de un Comandante legendario. Pero estas caracterizaciones dejan lo internacional por fuera.

Habría la necesidad de acuñar un nuevo concepto: el oportunismo geopolítico, propio de la actual "guerra fría" de competidores en el mercado mundial que secretan una ideología de nacionalismo reencauchado con viejos motivos de afirmación étnica y religiosa. Así, tanto el gobierno de la parejita de Nicaragua como el del busto bicéfalo venezolano, son de un autoritarismo lumpenburgués, que desea ser aceptable al capital transnacional, aprovechando las contradicciones entre los imperios para disputarse zonas de influencias y vías de comercio, como esa que propone al puerto cubano de Mariel como nueva Fenicia. Pero es que el parasitismo cubano que lo hizo depender, sucesivamente, de los maffiosos italo-norteamericanos y del poderío militar soviético, remeda también ese oportunismo geopolítico.

Al final, pareciera que todo el rollo se trata de sobrevivir con la cultura del vivo criollo, recubierto del más cursi sincretismo religiosos e ideológico, en este mundo cruel de aspiraciones geopolíticas, bombas nucleares, invasiones "especiales", matanzas y perspectivas de sustitución por la IA. Suena abigarrado, feo y confuso, pero así me parece.

La Humanidad es todavía tan solo un proyecto. Lo que hay en la actualidad es corporaciones, imperios, Estados y etnias pugnando por un espacio en el mercado.



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Jesús Puerta


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