Alquimia Política

Constituyente y Gramsci

En la instalación de la Asamblea Nacional Constituyente del 2017, en Venezuela, el 04 de agosto, hubo dos situaciones que marcaron, a mi entender, el sentido y dirección de este soberano poder originario. Antes que nada destaco que manifesté, con mucha antelación, mi cuestionamiento a la manera y forma como se activó el llamado a Constituyente, dado que, a mi entender, debía priorizar la consulta popular por encima de cualquier iniciativa de grupos o poderes. Ese aspecto debe resolverse en la nueva Constitución Nacional. Claro está, participé en el derecho y deber constitucional del ejercicio del voto, porque mi incongruencia con el llamado a Constituyente no estaba en su determinante sentido legal y constitucional, sino en su manera y forma de activarse, la cual debería haber sido totalmente transparente y participativa.

Las dos situaciones que marcaron, a mi entender este acto, una se inscribe en la instalación misma del evento, y otra, de manera muy particular, a las declaraciones de un constituyentista, de profesión periodista, a Venezolana de Televisión. En el caso del evento destaco que al estar conformándose la Junta Directiva de la Asamblea Nacional Constituyente, se escuchó la postulación y de inmediato se sometió a la consulta del cuórum constituyentista, el cual aprobó la propuesta presentada; pero en lo inmediato se escuchó la necesidad de que fueran votados uno por uno los propuestos para dirigir la Asamblea, para darle mayor legitimidad y transparencia al acto. Esto mismo fue lo que solicité al establecer mi postura frente a la activación del poder originario, que se sometiera a la consulta popular libre y soberana, para llegar a un proceso constituyente sin fisuras ni cuestionamientos que, aunque digamos que no afecta la realidad político-social, si afecta porque crea un ambiente hostil desde donde comenzar a construir las nuevas bases legales de nuestra nación.

Y la segunda situación, es cuando el periodista constituyentista, entrevistado por VTV, expresa que llega a la constituyente para aportar ideas que profundicen la inclusión social, destacando que los zapatos que cargaba habían sido un regalo de la persona que lo estaba entrevistando, y que eso mostraba el carácter humilde de su persona como constituyentista, así como de la mayoría que lo acompañan. No me pareció prudente el argumento ni el exceso de sinceridad; la pobreza no es material, es mental, y si no entendemos que incluir significa estimular valores y talentos, enseñando a pescar y no a regalar el pescado, estaremos creando leyes y normas que nunca le darán al pueblo su posibilidad para desarrollarse y progresar. Si bien es cierto que la consigna "orden y progreso" es de un positivismo rancio que impuso la aristocracia criolla aburguesada, no es menos cierto que nuestra lucha es contra la desigualdad y la corrupción, no contra una vida con calidad y dignidad. Los venezolanos quieren un Estado cuyo interés sea la democracia, la autodeterminación y la libertad, pero no la socialización del hambre y la miseria, para eso no se eligieron los constituyentes. Es ante esta realidad que se hace necesario volver al pensamiento de Gramsci, y desde él establecer las líneas conductuales que deberían prevalecer en quienes tienen la responsabilidad de pensar el país del futuro, el cual no puede convertirse en una isla, tiene que saber integrarse a la sociedad global, haciendo respetar su soberanía ideológica como bloque histórico social.

A todas estas, desde la visión ideológica y praxico del pensamiento del italiano Antonio Gramsci y la versión latina-caribeña de revolución bolivariana, hay un denominador común: el bloque histórico de la historia. Antonio Gramsci fue un pensador marxista italiano, nacido en Ales, Cerdeña, en 1891; de familia modesta, logra matricularse gracias a una beca en la universidad de Turín, pero abandona los estudios en 1914 para dedicarse a la militancia política. Descontento del socialismo, es uno de los creadores del partido comunista italiano, en 1921, tras haber fundado, con Palmiro Togliatti y otros, Ordine Nuovo, revista semanal que pasó luego a ser quincenal. Elegido diputado y secretario general en 1924, dirigió el órgano del partido comunista; arrestado en 1926, fue condenado en 1928 por un tribunal fascista a 20 años de cárcel, y murió en una clínica de Roma, contando con cuarenta y seis años de edad, en 1937; se le había otorgado ya su libertad, pero ésta no logró ser alcanzada de hecho.

El fruto de sus lecturas en la cárcel, que le sirvieron como profundización y maduración teórica ante la principal de las cuestiones políticas a que se enfrentaba el partido comunista, es comentado por él mismo en sus Cartas de la prisión. Desde un punto de vista estrictamente filosófico, opone su teoría de la praxis, o historicismo absoluto, que es lo que se llamó historicismo en la bibliografía marxista, específica y duramente criticado por Althusser en "Para leer El Capital", el cual establecía como juicio crítico el aspecto contradictorio del historicismo metafísico de Croce. La historia solamente se comprende con el método dialéctico, a saber, con la conciencia de las contradicciones reales de la sociedad, y el marxismo no puede concebirse más que como una filosofía de la praxis; a una conciencia revolucionaria sigue la praxis, o transformación de la sociedad mediante el acceso al poder de una clase emergente.

La base de la teoría gramsciana es la definición de hegemonía, término que precisa las condiciones políticas en que una clase puede erigirse en sujeto histórico de la transformación social, como clase dirigente; esto no es posible si se parte sólo de una consideración del Estado como un poder represivo; el Estado no sólo domina, no sólo es aparato político, o dictadura, sino que posee una auténtica hegemonía en muy diversos órdenes y ámbitos, que pueden recibir el apelativo de sociedad civil. En este punto encontramos el primer eslabón de coincidencia entre Gramsci y el chavismo: hay la pretensión plena de ocupar el poder en toda su dimensión de la mano de una hegemonía que involucre cambios sustanciales, más no radicales. Gramsci no se orienta hacia la teoría absoluta de la revolución, sino hacia estadios transitorios que condicionen la realidad social a un nivel más elevado de cambio, en donde la instauración de un proceso revolucionario se haga sin mayores trauma; la típica expresión de la "revolución pacífica" que no es más que el sacrificio de una generación para la castración ideológica de otra.

El dominio político, expresa Gramsci, es consecuencia de la hegemonía que se logra en un grupo social y no a la inversa; el grupo social es primero hegemónico y luego dominante. Estas agrupaciones sociales son una respuesta al papel otorgado a la estructura económica en el desarrollo de la sociedad, para reconocer la importancia de los elementos supraestructurales. De ahí la función de los intelectuales y la que ha de desempeñar el partido ostentador del poder: propiciar la hegemonía por sobre todas las intenciones de gobierno.

Al intelectual le compete, a juicio de Gramsci, conseguir el colectivo cobre conciencia de su misión histórica y no ha de ser un mero investigador, sino un dirigente del partido, el que ha de comprender la interrelación entre sociedad política y sociedad civil. El partido, a su vez, es el organismo que representa vitalmente los verdaderos intereses de las clases menos favorecidas y hay que considerarlo como el moderno príncipe, con todas las atribuciones que Maquiavelo otorga al suyo.

La influencia del pensamiento de Gramsci hizo posible delimitar los elementos y características del Poder Originario, estableciéndose como referente la ideología en la sociedad civil, estableciendo su hegemonía e identificando en la sociedad civil, aspectos tradicionales que vienen a ser la traducción de la expresión artistotélica "koinonía politiké", contrapuesta en las teorías contractualistas al Estado de naturaleza, que ya Hegel y Marx, habían dado un sentido propio a la expresión, en una época en que la sociedad civil era sinónimo de sociedad burguesa; Hegel consideraba la idea de una sociedad civil como un estadio inferior del desarrollo del espíritu, intermedio entre el individuo y el Estado, referible sobre todo al ámbito propio de las familias y de la parte de la administración que se ocupa de ellas.

Por su , Karl Marx consideraba que sociedad civil significaba la base del Estado y la estructura, la cual comprende la vida comercial e industrial, sobre la que la burguesía construye por necesidad la supraestructura estatal; ésta, expresión máxima de la clase dominante, debe desaparecer, mientras que aquélla ha de dar lugar a una sociedad sin clases. Para Gramsci la sociedad civil es la portadora del derecho a exigir y cumplir, amparada en un marco cultural e ideológico común, conocido como hegemonía de clase.

En este sentido, la relación entre estructura y supraestructura la reformula Gramsci con la distinción entre sociedad civil y sociedad política. Ésta representa al Estado y su poder coercitivo; aquélla la constituyen las relaciones que los hombres establecen libremente dentro de la sociedad a través de sindicatos, organizaciones, entre otros; propiciando la difusión de los valores comunes y la obtención del consenso, lo cual permite la consecución del poder ya sea a través de la figura de un Partido Político o de un hombre con capacidades y aptitudes carismáticas de liderazgo.

En el concepto actual, y valiéndonos del pensamiento de Gramsci, la sociedad civil que hoy toma vida en la realidad política venezolana es una sociedad en donde predominan los intereses económicos, la libre iniciativa y la solidaridad organizada de los ciudadanos, en una esfera de actuación pública, que representa la autonomía de lo social institucionalizada frente al poder del Estado, pero no independiente del mismo, y que constituye una esfera de lo público de la que el Estado debe mantenerse alejado, según el principio de que no debe hacerlo todo y que no ha de intervenir en las actividades sociales que son, por principio, libres.

En cuanto al aspecto del populismo en la figura mesiánica Presidencial, es importante conceptualizar el término en el ámbito histórico y teórico en el que realmente existe; según Kornhauser el populismo latinoamericano es el "conjunto de doctrinas políticas que se dicen defensoras del pueblo." El término es ambiguo, pero en el ámbito de la ciencia política, nos dice Crick, bajo él se han cobijado muy diversos movimientos sociales y partidos políticos a lo largo de la historia y en un buen número de espacios geográficos diferentes; en el siglo XIX y las primeras del siglo XX, tuvo un gran auge en Europa, tanto en movimientos y partidos políticos, como en algunas tendencias del movimiento obrero; en Latinoamérica, donde, bajo una ideología impregnada de nacionalismo, indigenismo e incluso, antiimperialismo, ha estado presente en la vida política del siglo XX, y en lo que va del siglo XXI.

En una palabra, el populismo, como expresión de la hegemonía ideológica-política, es una figura que necesita la masa electoral y ciudadana. La presencia de un líder o movimiento social organizado con un fuerte contenido social e interclasista, que busque salidas económicas a la penuria del colectivo, prestando especial atención a la reforma agraria y la modernización económica, es un modelo recurrente en Latinoamérica, pero un modelo que debe tener su piso y su tiempo, no hace bien preservarlo en el infinito de las experiencias de posicionamiento del Poder Originario en los estamentos del poder. En el caso de Venezuela, el discurso político de la recién instalada Asamblea Nacional Constituyente, debe impulsar el contenido social, reformista y de transformación, aunque sus variables económicas apunten hacia un rechazo al neoliberalismo, insertando en la sociedad, una visión que cambie el paradigma materialista de la moderna economía global. Que el discurso sea coherente con una masa élite cuya ideología y cultura se identifique con un proyecto de país que busque la paz, la reconciliación y enfrente la impunidad.

En cuanto a la ideología, que fue un tema tratado ampliamente por Gramsci, y es en donde se aprecia mayor similitud con el ahora histórico venezolano, corresponde al sistema de conceptos y creencias que defiende desde el territorio de las ideas, los valores de la vida y de la civilización humana.

El término ideología lo acuñó Antoine Destutt de Tracy, quien tratando de definir las acciones para reformar la sociedad pos-revolucionaria mediante una "ciencia de las ideas" pragmática, lo cual sólo pudo modelar a grandes tintes, sin alcanzar convencer al colectivo práctico de la política que el camino no es el de la manipulación, sino el del consenso.

Marx, por su parte, pensaba que las ideologías eran sistemas teóricos erróneos formados por conceptos políticos, sociales y morales desarrollados y protegidos por las clases dirigentes en su propio beneficio. Para Marx las jerarquías religiosas, por ejemplo, intentan perpetuar sistemas de fe que en el fondo protegen el bienestar económico de los que están en el poder. Corregida por pensadores sociales posteriores, esta definición peyorativa de la ideología acabó por dominar el uso moderno del término.

Siguiendo a Marx, los defensores de un sistema sociopolítico concreto, dice Crick, se sentían libres para rechazar los argumentos de sus oponentes por estar fundamentados en alguna ideología, es decir, por ser falsos al fundamentarse en preferencias ideológicas del oponente más que en la situación real. Dado que esta táctica puede orientarse contra cualquier ideología, la confrontación de los sistemas doctrinales modernos se convirtió en un asunto estridente y apasionado, dominado más por la propaganda que por argumentos racionales.

A todo esto, la principal característica definitoria de las ideologías del siglo XX, es la devoción, casi religiosa, de sus seguidores hacia unas nociones políticas que consideran absolutamente incompatibles con las de otros sistemas. Este rasgo ha sido marcado sobre todo en dos poderosas ideologías que tienen una gran capacidad de captación: liberalismo y comunismo. El socialismo, la democracia y el conservadurismo, aunque defendidos con pasión, han sido más difusos y menos excluyentes: sus defensores debaten algunas cuestiones y coinciden en otras.

La distinción de una sociedad civil activa, de una hegemonía de clase actuante y de una ideología vinculante con los valores culturales de la sociedad, o de una sociedad, nos define la figura el bloque histórico gramsciano, el cual no es más que la identificación de los acontecimientos sociales y políticos, con ciclos de cambios continuados, los cuales partiendo de etapas de transición determinadas, alcanza imponer un cambio que le de solidez a la hegemonía de clase, no a los intereses del colectivo que conforma el trayecto general de las aspiraciones sociales.

El bloque histórico descrito por Gramsci, es una propuesta teórica opuesta al idealismo, la cual afirma la supremacía de la mente y para el que la materia se caracteriza como un aspecto u objetivación de la mente. El bloque histórico es extremo o absoluto, se le conoce como monismo materialista.

De acuerdo con la teoría mente-materia del monismo, según la expuso el metafísico británico William Kingdon Clifford (Elementos de dinámica ,1879-1887), la materia y la mente son consustanciales, siendo la una un mero aspecto de la otra. En los tiempos modernos el bloque histórico ha estado influido por la doctrina de la evolución e incluso puede decirse que ha sido asimilado con la más amplia teoría de la evolución. Los evolucionistas trascienden el simple anti teísmo o ateísmo materialista y pretenden mostrar cómo las diversidades y las diferencias en el universo son el resultado de procesos naturales en oposición a los fenómenos sobrenaturales.

Gramsci, en sus escritos realizados en la cárcel, recalcó que su interés por el marxismo se centraba en sus aspectos práctico-sociales, ya que tomaba la noción de praxis en su sentido marxiano como fundamento de toda teorización. De ahí que, en contra de cualquier forma de esclerotización del marxismo, Gramsci señalase la gran importancia dada por Marx a la unión dialéctica de la teoría social con la práctica emancipatoria.

Desde un punto de vista estrictamente filosófico, opone su teoría de la praxis, o historicismo absoluto, que es lo que se llamó historicismo en la bibliografía marxista, específica y duramente criticado por Althusser. La historia sólo se comprende con el método dialéctico, a saber, con la conciencia de las contradicciones reales de la sociedad, y el marxismo no puede concebirse más que como una filosofía de la praxis; a una conciencia revolucionaria sigue la praxis, o transformación de la sociedad mediante el acceso al poder de una clase emergente.

En este sentido, la teoría de la hegemonía precisa las condiciones políticas en que una clase puede erigirse en sujeto histórico de la transformación social, como clase dirigente; esto no es posible si se parte sólo de una consideración del Estado como un poder represivo; el Estado no solamente domina, o es aparato político, o dictadura, sino que posee una auténtica hegemonía en muy diversos órdenes y ámbitos, que pueden recibir el apelativo de sociedad civil. El dominio político es consecuencia de la hegemonía que se logra en un grupo social y no a la inversa; el grupo social es primero hegemónico y luego dominante. Estas teorías son una revisión del papel otorgado a la estructura económica en el desarrollo de la sociedad, para reconocer la importancia de los elementos supraestructurales.

De ahí la función de los intelectuales y la que ha de desempeñar la organización política de la sociedad a través de partido o facciones, conseguir que las masas cobren conciencia de su misión histórica y no ha de ser un mero investigador, sino un dirigente del partido, el que ha de comprender la interrelación entre sociedad política y sociedad civil. El partido o la facción, es el organismo que representa vitalmente los verdaderos intereses de la clase social y hay que considerarlo como el moderno príncipe, con todas las atribuciones que Maquiavelo otorga al suyo. Gramsci retomó esta concepción cohesionadora de Maquiavelo y propuso un nuevo tipo de príncipe, que debería ser no un individuo sino un intelectual colectivo o partido político.

En este aspecto es importante destacar que sin tomar escenario del motivo que lleva a una sociedad a reorganizar su vida política a través de una Asamblea Nacional Constituyente, ésta representa un bloque histórico compacto que blinda lo ideológico, lo cultural y lo económico para crear mejores condiciones desde donde impulsar las posibilidades para que un pueblo alcance satisfacer sus necesidades materiales y humanas. Si la Asamblea Nacional Constituyente del 2017, se enmarca en reestablecer criterios de convivencia que rescate el aparato productivo nacional y abra oportunidades para mayor empleo y crecimiento económico del país, estaríamos ante una Constituyente adherida a las necesidades del pueblo. Si por lo contrario estamos ante una Constituyente que viene a crear condiciones de seguridad para atornillar en el poder a una élite política e implementar la cultura de la persecución política en nombre de no permitir la impunidad, estaríamos haciéndole un inmenso daño al legado del Presidente Hugo Chávez, porque ese no es el papel de bloque histórico que corresponde a la Asamblea Nacional Constituyente.

El camino no es fácil en la Venezuela contemporánea; los que no andamos con escoltas ni pre-vendas con el poder político, escuchamos la calle y ahí, la gente, que votó y la que no votó, coincide en que quieren paz, pero sobre todo se quiere rectificación en los liderazgos políticos. La mayor impunidad la ha tenido la institucionalidad al permitir la toma de decisiones a "pillos" que se vistiéndose de gorra y franela roja, se hacen llamar revolucionarios. La gente quiere guerra contra la corrupción, contra la malversación de recursos económicos y contra la barbarie de segregar a nuestra masa profesional simplemente porque no rinde pleitesías a banderas ideológicas. Estamos, los revolucionarios reales y de conciencia, con el deber de llamar a la Revisión, Rectificación y Reimpulso, para crear condiciones de diálogo, acercamiento y trabajo en equipo. Pensar de otra forma no sería ya estar en concordancia con los valores y principios revolucionarios.



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Ramón Eduardo Azócar Añez

Doctor en Ciencias de la Educación/Politólogo/ Planificador. Docente Universitario, Conferencista y Asesor en Políticas Públicas y Planificación (Consejo Legislativo del Estado Portuguesa, Alcaldías de Guanare, Ospino y San Genaro de Boconoito).

 azocarramon1968@gmail.com

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