El pasado 19 de abril, se realizó marchas a favor del Gobierno y en apoyo a la Mesa de Unidad Democrática. En particular, en la parroquia La Candelaria de Caracas, cuando pasaban manifestantes chavistas, lanzaron una botella de agua congelada del Edif. Daktary que le cayó en la cabeza a Almelina Carrillo y terminó causándole la muerte.
Ese crimen es resultado del odio inoculado por el liderazgo opositor en contra del chavismo, como parte de la estrategia del Departamento de Estado de los EE.UU. y de sus operadores como la CIA y el Pentágono, puesta en práctica por medios de comunicación, ahora reforzada en redes sociales, y esta vez ejecutada por Tulio Hernández, quien escribió un tuit –que luego borró- incitando a lanzar materos contra funcionarios del Plan Zamora y afectos al chavismo. Luego, señaló que esos objetos eran su única arma de defensa.
No es algo reciente. En el 2002 vimos muestras de terrorismo similares. Sabemos qué pasó en Puente Llaguno: cómo las cadenas mediáticas quisieron manipular las muertes ocurridas ahí achacándoselas al Gobierno de Hugo Chávez. Igual ahora: Primero Justicia y Voluntad Popular han contratado jóvenes para cometer actos terroristas y a pesar de las pruebas presentadas quieren inculpar a los colectivos.
Asimismo, están los homicidios intencionales a figuras claves de la revolución bolivariana: Eliécer Otaiza, Robert Serra y Ricardo Durán, implicados paramilitares vinculados a la oposición venezolana.
En esta ocasión, se incitó al asesinato por medio de un mensaje en Twitter. Es obvio que si a alguien se le lanza un objeto contundente desde cierta altura, ya sea una maceta o botella, es para herirlo de gravedad e incluso matarlo, como ocurrió con la señora Carrillo. Esta conducta irracional es resultado de esa propaganda de guerra promovida por la derecha venezolana y la internacional que se vale del exterminio para recuperar el poder.
