Chavismo y populismo (y antiimperialismo) (II)

En un artículo anterior prometí una segunda parte acerca de las relaciones entre el chavismo y el populismo mundial y latinoamericano. Como suele ocurrir, las circunstancias políticas exigen situar en una nueva coyuntura cualquier consideración general. Las últimas acciones, tanto del gobierno yanqui como de los diferentes agentes intervencionistas de los Estados Unidos (el Senado estadounidense), exigen una clara respuesta unificada de todos los factores políticos nacionales y latinoamericanos. El antiimperialismo, incluso en la versión más añeja, el de los "modernistas" de finales del siglo XIX, Rodó y Martí incluidos, que empalma con el discurso anticolonial de los fundadores de nuestras nacionalidades, es una de las tradiciones más arraigadas en el continente. No pertenece únicamente a la "izquierda" marxista. El antiimperialismo es un aspecto interesante para proseguir nuestro examen de las relaciones entre el chavismo y el populismo, que refiere también otras relaciones: el de la izquierda marxista-leninista y el populismo.

De hecho, el antiimperialismo es un rasgo común de, por una parte, los Partidos Comunistas promovidos por la Tercera Internacional en América Latina (décadas de los 20, 30 y 40) y las organizaciones políticas, también entonces definidas genéricamente como de "izquierda", que se han denominado generalmente como populistas. Empezando con el APRA peruano (que en sus inicios se propuso ser una organización latinoamericana), siguiendo con Acción Democrática en Venezuela, y otras formaciones políticas en el continente, incorporaron en sus definiciones programáticas el rechazo al imperialismo norteamericano.

Por supuesto, estos "antiimperialismos" (el de los PC y el de esa izquierda populista) tenían diferencias importantes. AD, de entrada, con su lema de "Venezuela primero", aludió al sometimiento comunista a los intereses de gran potencia de la URSS, con lo cual cuestionaba el "otro" supuesto imperialismo: el ruso. El APRA, de acuerdo a su ideólogo Haya de la Torre, revisó la teoría del imperialismo leninista y señalaba que éste, en nuestros países, no era la última fase del capitalismo, como diagnosticaba Lenin refiriéndose al capitalismo europeo y mundial, sino más bien la primera etapa, puesto que implantaba por primera vez el capitalismo por estos lados del mundo, por lo que habría que desarrollar un capitalismo propio, nacional, que eventualmente rompiera con la imposición extranjera. El peronismo, por su parte, identificó como su contrincante "principal" al imperialismo inglés, por la presencia británica en Argentina (ferrocarriles, comercio, minas).

Curiosamente, en un giro que la hacía coincidir teóricamente con el populismo, las tesis comunistas, deudoras de las concepciones soviéticas, hablaban de la existencia de una "burguesía nacional", con la cual el proletariado y el campesinado debían aliarse, para conquistar una etapa de "liberación nacional", previa y preparatoria del "socialismo". Esa teoría "etapista" (cuestionada no sólo por el trotskismo, por cierto), no sólo determinó la política de Unidad Nacional inmediatamente posterior a la caida de Pérez Jiménez, sino todos los traspiés de la izquierda que vinieron después.

Por supuesto, el antisovietismo adeco se articuló con el de los EEUU, y ello soldó su exaltada alianza con el imperialismo norteamericano, con supolítica de "contención del comunismo". La geopolítica de las grandes potencias determinó esas alineaciones: Cuba se vio obligada a someterse a las políticas soviéticas. El costo de esa dependencia a la URSS lo pagó heroicamente el pueblo cubano, con las inmensas penurias del llamado "período especial", cuando el poderío soviético se fue desmontando desde mediados de la década de los 80.

En estas décadas del siglo XXI, el antiimperialismo adquirió mayor viabilidad con la reactivación de las posibilidades latinoamericanistas y bolivarianas, la creación del ALBA, la CELAC y la UNASUR, que parecieron abrir una una mayor autonomía respecto del dominio norteamericano. Los gobiernos llamados "progresistas" o de la "nueva izquierda latinoamericanas" crearon la posibilidad de esto. Era lógico que cuando se afectaran las condiciones de sostenimiento económico de estas políticas de gobierno, en virtud de la caida de los precios de las materias primas (incluido el petróleo), causada a su vez por la explosión de la gran burbuja financiera de 2008 y la recesión mundial que no ha cesado desde principios de siglo, esos gobiernos se resintieran y, en los casos de Argentina y Brasil, fueran derrotados por la vía electoral.

Cabe acotar dos cosas. Una, que el antiimperialismo latinoamericano del siglo XXI, volvió a coincidir con el latinoamericanismo bolivariano, anterior al comunismo, lo cual posibilitó esas iniciativas integracionistas, que incluyeron al populismo, tanto el histórico (el peronismo) como el renovado (el propio chavismo, el sandinismo, el PT brasilero), junto al comunismo (Cuba) y hasta gobiernos de derecha neoliberal (Colombia, Panamá, Chile, Perú). Dos, de nuevo la geopolítica hace valer sus lógicas, por cuanto es ineludible la consideración de los intereses económicos, pero también geopolíticos, de potencias como China y Rusia. Ellas entrarán en las negociaciones de los nuevos espacios de influencia.

Hoy, ante las derrotas consecutivas pero, sobre todo, la ineptitud de la oposición, el imperialismo norteamericano buscará presionar directamente la salida del gobierno de Maduro, con los mecanismos políticos que tiene a mano: obviamente la OEA, no sólo ella. Naturalmente, el gobierno buscará el apoyo geopolítico de China y Rusia, para contrarrestar esas presiones. En esta coyuntura, es grave que lo que constituye una de las tradiciones más preciadas del pueblo venezolano, la democracia, incluso en su expresión más operativa, las elecciones, entre como un elemento más de una negociación en esas alturas geopolíticas, cuando debiera ser asumido como una de las adquisiciones históricas más importantes de nuestro país.



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Jesús Puerta


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