La unidad cívico militar como eterno retorno

La historia contemporánea de Venezuela luce como el eterno retorno de las mismas mañas, prácticas, ideas, lemas, maniobras y gestos. Como almas en pena, vuelven los mismos personajes, aunque con máscaras nuevas. Los "nuevos" actores repiten los mismos argumentos, aunque retocados con el maquillaje de la actualidad. Lo que creíamos haber echado por la puerta, se cuela de nuevo por la ventana, en forma de síntomas. Lo que conscientemente nos parece inaceptable, retorna como automatismo, lapsus, maña, mueca; cosas que se dicen sin querer, cosas que se quieren y no se logran decir. ¿Será que las estructuras siguen idénticas y ellas crean esa compulsión a la repetición? ¿Será que la historia es justamente eso, una larga serie de tentativas fallidas, que las generaciones sucesivas insisten tercamente en repetir, sin contar siquiera con el acumulado de los intentos anteriores?

Pongamos por caso algunas consignas, conceptos, propuestas políticas, que pretenden ser nuevas y sólo son ecos de esfuerzos frustrados del pasado: unidad cívico-militar, revolución, superar el rentismo petrolero, democracia, soberanía, "Poder Popular", "lucha contra la corrupción". Pero examinemos también las reiteradas (malas) mañas: autoritarismo, corrupción, nepotismo, clientelismo, exclusión.

La consigna "unidad cívico-militar" se usó en octubre de 1945, después en los alrededores del 23 de enero de 1958, cuando las intentonas golpistas de izquierda en el año 1962, por supuesto el 4 de febrero y el noviembre de 1992, y se sigue usando a cada momento por los actuales gobernantes. Pero hubo antecedentes: el levantamiento que llevó al control del territorio nacional, derrotando los demás caudillos regionales, por parte de los "gochos", encabezados por Castro y luego Gómez, agricultores y tenderos metidos a militares. Igual, todos los levantamientos y "revoluciones" del levantisco siglo XIX venezolano, cuando cada año era recibido por unos alzados nuevos: eran hacendados, agricultores, pardos, exesclavos, criollos resentidos con los "oligarcas" de entonces; no había el militar profesional, el cual sólo apareció en nuestra historia con la Academia fundada por los andinos.

En 1945, ocurrió algo que nos parece familiar: un grupo de jóvenes oficiales, de formación y mentalidad distintas de sus superiores, conspiraron para llevar a cabo una "revolución". Los acompañaron 3 o 4 dirigentes de una organización política civil (AD). Efectivamente, con la implementación de la votación universal, directa y secreta, fruto indiscutible de la llamada "Revolución de octubre", junto a la nueva orientación social, en educación y salud, de la inversión de la renta petrolera y la presencia de las masas populares en las calles, se abrió el cauce de la participación política de las masas, o sea, la democracia, que ya se había manifestado con determinación y la alegría de saberse hechores de historia, desde, por lo menos, 1928 y, después, con mucha más espectacularidad en la marcha masiva y reivindicativa de Caracas del 14 de febrero de 1936, ya muerto el Benemérito, ya reventados los diques represivos de la dictadura.

La actual "unidad cívico militar" no es solamente la pugna por el reparto de los cargos claves en la administración pública entre los políticos civiles y los políticos militares, y entre las distintas "tribus" o "generaciones" militares; ha habido un cambio en la concepción misma de la fuerza armada, de fuerza no deliberante o no abiertamente partidista, como todavía figura en la Constitución como reliquia de otro momento histórico institucional, a una institución claramente definida por la lealtad y el compromiso con un programa político especifico: ahora se define como antiimperialista y hasta "chavista". Esto tiene consecuencias en la formación misma que se imparte en la academia y las instituciones correspondientes. Las mismas distinciones de formación entre los viejos y los jóvenes, aparecen hoy. Los agrupamientos o "tribus" de militares, que definen lealtades en medio de las tensiones por el control burocrático del estado, se hacen más complejas, no sólo frente a los agrupamientos civiles que están en las mismas, sino también en relación a las nuevas generaciones.

Porque hay que revisar y comparar la suerte de esas versiones anteriores de la "unidad cívico militar", para vislumbrar las perspectivas de la actual. Esa confluencia entre el Partido y la Fuerza Armada no se dio en tiempos de AD, ni en el trienio ni en los 40 años de puntofijismo, sino por la vía de los negocios y las prebendas. Ahora el proceso es más profundo. Ahora es ya una fusión en la cual no se sabe bien dónde comienzan o terminan los límites entre la institución armada y el Partido político.

Esto tiene un doble resultado: el Partido, no el de los estatutos del PSUV, sino el efectivo en prácticas y mañas, ES la fuerza armada, con algunos agregados civiles, organizaciones militantes de base vecinal, sindical, campesina, que van adquiriendo las maneras, las estructuras verticales, el mismo sentido de la disciplina debida, "monolítica", de sus homólogos uniformados. Y este proceso de fusión se va dando al mismo tiempo que los poderes públicos, formalmente independientes y autónomos, controlándose unos a otros, del esquema constitucional, el mismo que planteaba toda la generación de Bolívar en sus propuestas constitucionales, se funden también en un solo poder estatal sometido a las mismas líneas de mando del Partido que ya es uno con el estado completo, burocracia y fuerza armada.

La "unidad cívico militar", estrategia para "acceder al poder" en sus intentos históricos anteriores, ha tenido su realización en un peculiar tipo de estado, donde se fusiona el Partido dominante, los recursos estatales y las armas legítimamente monopolizadas: el Partido-gobierno-militares. Las relaciones de poder tienden a extenderse a toda la sociedad. Las formas de pugna política, propias de una democracia donde se expresa regularmente la voluntad popular en forma de elecciones o incluso de luchas parciales de organizaciones autónomas de masas, va dejando lugar a las tensiones entre diferentes tribus civiles y militares que sólo consiguen articularse gracias a los poderes de un árbitro que sólo consigue imponer su voluntad mediante el juego inestable de los equilibrios de fuerza, que parece acumular poder personal, pero sólo porque las diferentes tribus no pueden aniquilar o neutralizar a las otras y requieren un mediador para poder mantenerse con el control de los recursos del nuevo estado.

La "unidad cívico militar" en el pasado se resolvió con otro golpe de estado, el de Pérez Jiménez, o con negociados y prebendas, como durante el puntofijismo. Esta última versión parece resolverse en populismo autoritario, repitiendo, otra vez, las mismas mañas, las mismas consignas, las mismas frases y ceremonias de un pasado que no hemos superado, que ha vuelto como síntoma porque es inaceptable para la conciencia.



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Jesús Puerta


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