Alcances y Desafíos de la Integración Latinoamericana: Aportes desde el feminismo

La actual crisis global que comenzó por la destrucción de valores financieros fue trasladándose de manera rápida a la economía real, con la consiguiente destrucción de empleos en el “mundo desarrollado”. Esta crisis es ante todo una crisis de supervivencia, amplios sectores de la población que vive en el primer mundo -porque en los otros mundos siempre ocurrió-, están perdiendo acceso a los recursos para satisfacer sus necesidades de reproducción biológica y social. El sistema capitalista ha llevado al extremo su lógica de acumulación, de manera tal que se va evidenciando que es insostenible un sistema basado en la búsqueda de beneficio individual como gran motor y regulador de la actividad económica, imbuido de la creencia de que es posible generar valor ad infinitum y de manera cada vez más rápida. Ocurre que, en este contexto ideológico se legitima el comportamiento especulativo cuya cúspide se pone de manifiesto en el crecimiento de los mercados financieros y sus burbujas. El comportamiento especulativo deriva naturalmente de la hegemonía de ética del lucro que impuso la mercantilización de todos los ámbitos de la vida, el modelo de bienestar basado en la posesión-acumulación de bienes y la moral del disfrute a través del consumo obsolescente, individualista y acelerado, que conlleva el descuido y la depredación de las formas de vida.

El modelo civilizatorio capitalista, con su lógica de acumulación está diseñado para que se incorporen personas que no tienen que cuidar a nadie, los horarios y modalidades de trabajo están pensadas para quienes pueden dar una dedicación exclusiva. Las necesidades productivas organizan el tiempo social, sin tener en cuenta el tiempo necesario para la reproducción de la vida. Prevalece una organización social del trabajo, basada en una imagen de familia constituida por hombre proveedor-mujer cuidadora, pensada para trabajadores exclusivamente masculinos que tienen todas sus necesidades atendidas por su pareja. Y aunque este modelo fue históricamente más bien un ideal que una realidad extendida, sirvió de base para naturalizar en el sexo femenino los trabajos de cuidados. Este orden relacional es el que consolida el contrato sexual patriarcal, que subyace al contrato social ciudadano, en el modelo capitalista el patriarcado es funcional al sistema, lo viene fundamentando proporcionándole base biopolítica.

Pero ocurre en nuestra contemporaneidad que cambios demográficos importantes intensifican la crisis de los cuidados: disminución de la tasa de natalidad/fecundidad e incremento de la esperanza de vida. Las poblaciones están envejeciendo, incluso en América Latina donde muchos países ya han pasado su transmisión demográfica. Esto significa que cada vez hay más personas para cuidar y menos que puedan hacerlo.  Ocurre que aunque hay que cuidar, es indispensable cuidar pero las sociedades no se han planteado organizarse para cuidar. El cuidado tiene casi exclusivamente soluciones individuales, personales que se proponen a través del mercado.

La solución mercantil capitalista ha dado lugar a la transferencia de los trabajos de cuidados de unas a otras mujeres, con base en mecanismos de poder generacionales, de etnia, de clase, de origen geográfico. En Europa por ejemplo, la contratación de mujeres inmigrantes para el trabajo doméstico es consecuencia de la creciente presencia de las mujeres europeas en el mercado de trabajo, de la falta de corresponsabilidad masculina, y de la pobreza del tercer mundo, y permite mantener intactas las estructuras patriarcales del hogar y del trabajo. Las mujeres migrantes integran así, las “clases de servidumbre” que forman parte de las cadenas globales de cuidado, dejan sus hijos en su país de origen al cuidado de otras mujeres de su familia o migrantes internas. La crisis de los cuidados ha sido motor de la feminización de los procesos migratorios, e implica la redistribución del trabajo reproductivo y de cuidados desde los países más ricos a los más pobres.

Esta redistribución de los trabajos de cuidados a nivel global implica injusticias y exclusiones que van desde el tráfico de mujeres pasando por la precarización laboral, las estrategias de sobrevivencia basadas en remesas, llegando a la importancia y dependencia económica de los países receptores de remesas. Los circuitos de inmigración no formal son en muchos casos utilizados para someter a las mujeres a situaciones de prostitución, negocio creciente asociado con la industria del turismo y del espectáculo. El volumen de las remesas recibidas por Salvador, Honduras, Nicaragua, República Dominicana y Jamaica en relación con su PIB hace que la “exportación de mujeres” sea una de las principales actividades económicas de estos países.[1] Las corrientes migratorias dentro de América Latina son, hoy por hoy,  mayormente femeninas y sobre todo entre países vecinos.

La crisis de los cuidados es parte de la crisis sistémica del modelo patriarcal-capitalista, porque el mercado no garantiza el cuidado más que cuando hay dinero para pagarlo; el estado provee de cuidados de forma insuficiente, otro tipo de organizaciones que presten cuidados de manera no jerárquica son escasas, el peso sigue recayendo en las mujeres. La crisis de los cuidados, pone en evidencia la subordinación de las necesidades humanas a las necesidades de los mercados, y cómo el modelo tradicional para resolverlos estaba basado en la opresión de las mujeres y esta opresión, además de garantizar la continuidad de la sociedad patriarcal, es esencial para el desarrollo de la sociedad de mercado y de su lógica. La injusticia estructural de género es útil y da base al capitalismo.

El modelo capitalista de ciudadanía considera como sujeto de derechos políticos y económicos, a quien es autosuficiente y se mueve en la esfera de lo público –sea la política o los mercados. Es decir, sólo se reconocen derechos a quien protagoniza, material y simbólicamente, la esfera pública. Las cuidadoras, adquieren una ciudadanía económica secundaria o derivada, tanto si trabajan no remuneradamente como si lo hacen a cambio de un salario. El trabajo doméstico asalariado suele ser el peor pagado y es realizado en gran medida por mujeres de origen indígena. En países con gran población indígena, como Bolivia, Brasil, Ecuador y Perú, las condiciones laborales de estas trabajadoras son precarias y el trato que reciben corresponde más a una relación de servidumbre.[2]

Una nueva integración debería poner la vida, su sostenibilidad y su reproducción ampliada en el centro de la organización socio-económica, destronando a la hoy dominante lógica del beneficio y haciendo responsable del mantenimiento de la vida al conjunto social. Esto implica que todas las personas tenemos el derecho humano a ser cuidados y derecho a cuidar y a no cuidar. Toda persona ha de ser, o de poder ser, parte de una red amplia y horizontal de cuidados; o de múltiples redes colectivas y autogestionadas. La forma en que nos organicemos para sostener materialmente el bienestar humano nos incumbe tanto a varones como a mujeres.

Los cambios se centran en la transformación cultural de las formas de trabajo de producir y cuidar la vida, y de consumo. Todo eso supone la transformación del significado de qué es trabajar, de los límites entre trabajo y no trabajo, visibilizando la diversidad del trabajo, en los trabajos de cuidados. El mundo del trabajo se expande a través del flujo de la vida. La economía debería cambiar su sentido a fin de garantizar la sostenibilidad de las vidas personales y comunitarias, preguntándose: por lo que produce, cómo lo produce y cómo lo distribuye. La economía para la vida “se ocupa de las condiciones que hacen posible la vida a partir del hecho de que el ser humano es un ser natural, corporal, necesitado (sujeto de necesidades).

En el siglo XXI ha de cambiar la organización social y cultural de los cuidados, desde una óptica de derechos y corresponsabilidad societal y familiar. Se trata de maternizar a la sociedad y a los hombres, y desmaternizar a las mujeres. Todas y todos necesitamos y tenemos derecho al cuidado, y todas y todos podemos hacerlo. La idea fuerza en torno al cuidado es la valoración de la dimensión empática y solidaria del cuidado que no conduzca al descuido ni está articulado a la opresión. La vía imaginada por las feministas y las socialistas utópicas desde el siglo XIX y puesta en marcha parcialmente en algunas sociedades tanto capitalistas como socialistas y tanto en países del primer y del tercer mundo, ha sido la socialización de los cuidados, que consiste en la transformación de algunas actividades domésticas, familiares y privadas en públicas.

Algunas propuestas para armonizar la diversidad del trabajo y la vida son:

· Visibilizar el aporte del trabajo no remunerado de las mujeres a la economía, e incorporar esa mirada en las luchas y propuestas políticas sobre la migración, la soberanía alimentaria y el modelo de desarrollo.

· Seguridad social no laborista, es decir, no dependiente de la inserción de un trabajo remunerado formal.

· Libre circulación y radicación de las personas en nuestro continente

· Promover la reducción de la jornada laboral para todas y todos los trabajadores.

· Considerar los tres roles de género: comunitario, reproductivo y productivo, en el diseño de políticas públicas, proyectos sociales y acciones de Estado.

· Reconocer, dentro de las modalidades de trabajo, a las labores de autosustento y cuidado humano no remunerado que se realiza en los hogares.

· Desarrollar medidas tendientes a la socialización de cuidados tales como aquellos dirigidos a personas enfermas o adultas(os) mayores.

· Fortalecimiento de zonas de desarrollo endógeno que transformen las condiciones de trabajo y empleo para las mujeres del campo y la ciudad

· Promover formas de trabajo más flexibles para la inserción laboral.

· El desarrollo de políticas de armonización debe tomar en cuenta la diversidad de familias que existen, partiendo de que el modelo convencional de familia nuclear no prevalece.

· La armonización trabajo-familia pasa por atender el problema de la falta de vivienda, transporte, infraestructura y demás servicios que padecen las mujeres, prioritariamente las más pobres. Para ello se debe diseñar promover y ejecutar políticas y proyectos sociales articulando todas las demás políticas de gobierno.

En resumen, los Estados deberían comprometerse a facilitar servicios e infraestructura para la atención pública y comunitaria de las necesidades básicas de todos los grupos dependientes (niñas/os, personas con discapacidad, adultas/os mayores), definir horarios de trabajo adecuados, impulsando la corresponsabilidad y reciprocidad de hombres y mujeres en el trabajo doméstico y en las obligaciones familiares, así como extender la seguridad social a quienes hacen esas labores.

 


[1] Más de la mitad de la población de América Latina expatriada son mujeres. Muchas, madres que debieron separarse de sus hijos pero que, pese a la distancia, velan por ellos...

[2] migraciones hacia las grandes ciudades de la región ha existido una marcada selectividad femenina relacionada con la demanda de mano de obra para el servicio doméstico.

albacarosio@gmail.com



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Alba Carosio

Investigadora del Centro de Estudios para la Mujer

 albacarosio@gmail.com

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