Las guerras humanas: así somos

 

Imagina que no hay países,
no es difícil hacerlo.
Nada por lo que matar o morir,
ni tampoco ninguna religión.
Imagina a toda la gente
viviendo la vida en paz.

(…)

Imagina que no hay posesiones.
Me pregunto si acaso puedes.
No hay necesidad de codicia ni hambre.
Una hermandad humana.
Imagina a toda la gente
compartiendo todo el mundo

John Lennon

Hay quien piensa que la guerra es inhumana, más bien por el contrario, es tan humana como la risa. Por más que la inteligencia esté sobrevalorada, en realidad somos animales y, como todos los animales, nuestras vidas están regidas sobre todo por nuestros instintos. Se puede demostrar, sin duda posible, que el hombre es violento, destructivo y autodestructivo por naturaleza. También tiene sus buenos sentimientos que conducen a acciones altruistas, pero en el humano han prevalecido los bajos instintos. Quien domina el mundo es el diablo que llevamos por dentro y no el ángel que también está allí y en desventaja. Por más que tratemos de amarrar y hasta ocultar nuestro demonio, este es fuerte y redomado, y siempre encuentra la manera de soltarse, cual Houdini, e imponerse sobre el lado benévolo.

Entre todas las especies más desarrolladas, conocidas como "superiores", la única que hace guerras como actividad recurrente, es la especie humana. Algunos homínidos, como los chimpancés, pueden tener escaramuzas puntuales entre grupos de especímenes, pero no es algo frecuente, ni tan cruel, ni tan destructivo.

Es interesante constatar las similitudes que hay entre las batallas que enfrentan a homínidos y las guerras humanas. En el parque nacional de Loango, en Gabón, la interacción entre gorilas y chimpancés había sido pacífica, e incluso colaborativa, hasta 2018. Pero en 2019 los chimpancés abandonaron su habitual pacifismo y realizaron un ataque contra las poblaciones de gorilas. En este caso, los que iniciaron el conflicto fueron los chimpancés y, en un curioso paralelismo con el comportamiento de la especie humana, la mayoría eran machos. El ataque tuvo lugar el 6 de febrero de 2019. Una patrulla de 27 chimpancés realizaba una excursión fuera de su territorio, probablemente buscando ampliarlo. Ya por la tarde, y tras no encontrar nada, regresaron de vuelta a su hogar, separándose en dos grupos. Hacia las cinco de la tarde, el grupo más grande, formado por 18 individuos, se encontró con un pequeño grupo de gorilas compuesto por un macho de lomo plateado, tres hembras y una cría.

El conflicto se inició con una serie de exhibiciones de fuerza de los chimpancés, gritando y amenazando al grupo de gorilas. El gorila macho respondió con el mismo recurso y finalmente cargó contra una joven hembra. Los chimpancés atacaron entonces al enorme gorila de lomo plateado, saltando sobre él y golpeándolo repetidamente. Los gorilas huyeron en retirada, pero el cachorro fue capturado por uno de los chimpancés. A pesar de los gritos de auxilio, los gorilas no pudieron rescatarle. Durante 15 minutos los chimpancés jugaron con el bebé y lo golpearon, hasta matarlo. Incluso después, una de las hembras adolescentes se quedó jugando con el cuerpo de la víctima mortal al menos durante tres cuartos de hora. En ese tiempo, los gorilas, desde lejos, gritaron un par de veces, y se escucharon los golpes de pecho habituales de esos animales. Pero no llegaron a acercarse de nuevo. Aparte de la víctima mortal, dos machos de chimpancé terminaron con heridas leves y una hembra, la primera en ser embestida por el lomo plateado, herida de gravedad.

Nótese que esta batalla entre homínidos tuvo como detonante un conflicto territorial, así como la saña y la crueldad de los ataques, cosas comunes en las guerras humanas. Por supuesto, esta batalla entre homínidos no tuvo la extensión ni la matazón propias de las guerras entre seres humanos.

En una escena memorable del clásico cinematográfico 2001 Odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968), un homínido primitivo descubre que un largo hueso que halla en algún momento puede ser usado como arma, tal como lo hace contra otro homínido enemigo. Después de golpear al enemigo hasta matarlo, el homínido cae en una especie de frenesí casi orgásmico y lanza el hueso por los aires. En una rápida transición, el hueso se convierte en una avanzada nave espacial con forma de huso. En 1968, en una entrevista del New York Times, Kubrick observó que la continuidad cinematográfica desde el hueso hasta la nave muestra que esos aparatos evolucionaron a partir del hueso como arma, y apunta: "Es simplemente un hecho observable que toda la tecnología del hombre surgió a partir del descubrimiento de la herramienta como arma". El lector puede interpretar esto como quiera, yo deduzco que, a fin de cuentas, la tecnología es consecuencia del instinto destructivo del humano, por eso estamos como estamos.

Las comunidades humanas que se han mantenido como sociedades tribales hasta la época contemporánea, de modo que han podido ser objeto de estudio con metodología antropológica, asaltan frecuentemente a grupos vecinos y toman por la fuerza territorios, mujeres y bienes de otros grupos. ​ Una característica en común entre los grupos más violentos es que la guerra está altamente ritualizada, con tabúes y prácticas que limitan tanto el número de víctimas como la duración del enfrentamiento. Las sociedades tribales envueltas en guerras endémicas generación tras generación, pueden preservar sus antiguos conflictos hasta convertirlos en guerras modernas cuyas causas pueden atribuirse a la presión demográfica o la disputa de recursos, pero también a otras cuestiones de difícil comprensión.

Se ha supuesto que la densidad de población en las sociedades de economía cazadora-recolectora de Homo ergaster (un homínido extinto, propio de África. Se estima que vivió entre 1,9 y 1,4 millones de años, en el Calabriense, Pleistoceno medio) era lo suficientemente baja como para evitar cualquier conflicto armado; quizá porque precisamente el desarrollo de la lanza arrojadiza junto con el de técnicas de emboscadas de caza hicieron de cualquier posible conflicto violento entre grupos un acto muy costoso*, lo que obligaba a eludir cualquier conflicto y a que cada grupo se desplazara tan lejos como fuera posible de los restantes grupos para paliar cualquier competición por los recursos. Este comportamiento, consecuencia natural de la prevención de conflictos, podría haber facilitado la migración fuera de África hace 1.8 millones de años

El primer registro arqueológico que podría contener evidencias de guerra prehistórica es el yacimiento mesolítico de Jebel Sahaba ("cementerio 117"), de entre 14.340 y 13.140 años de antigüedad, localizado en el Nilo, cerca de la frontera de Egipto y Sudán. En él se han encontrado un gran número de cuerpos con signos de violencia, muchos con puntas de flecha incrustadas. Su interpretación es debatida puesto que, dado que los cuerpos se han acumulado durante muchas décadas, podría tratarse no tanto de las consecuencias de una batalla como de la sucesiva muerte de intrusos. El hecho de que cerca de la mitad de los cuerpos fueran femeninos también puede ser interpretado como la consecuencia de una guerra a gran escala.

Sobre el 12000 a. C., los enfrentamientos fueron transformados por el desarrollo de armas como el arco, la maza y la honda. El arco parece haber sido el arma más importante en el desarrollo de la guerra temprana, ya que permitía ser usado con mucho menos riesgo para el atacante comparado con el del combate cuerpo a cuerpo. Aunque no existen pinturas rupestres que representen luchas entre hombres armados con garrotes, el desarrollo del arco es simultáneo a las primeras representaciones conocidas de guerras organizadas consistentes en claras ilustraciones de dos o más grupos de hombres atacándose entre sí. Estas figuras son presentadas en líneas y columnas; y se distingue un líder al frente, por la vestimenta. En algunas pinturas incluso se reconocen tácticas militares como flanqueos y envolvimientos.

Una de las pruebas más tempranas de guerra en el Neolítico europeo es la fosa común de Talheim (Talheim, Neckar, Alemania), donde los arqueólogos asignan una antigüedad de 7.500 años a una masacre de una tribu rival. Aproximadamente 34 personas fueron atadas y ejecutadas mediante un golpe en la sien izquierda.

Los estudios genéticos muestran que hace 7.000 años se produjo un "cuello de botella" en la población masculina, de modo que la proporción entre varones y mujeres sería de 1/17, siendo la explicación más plausible las guerras entre clanes patriarcales. El equipo del sociólogo Tian Chen Zeng, de la Universidad de Stanford, realizó una serie de simulaciones matemáticas, combinadas con las aportaciones de biólogos, antropólogos y sociólogos, y llegó a la conclusión de que las guerras entre clanes patriarcales habrían diezmado la población masculina, de un modo tan grande que apenas sobrevivió un solo hombre por cada 17 mujeres de la época.

El estudio del yacimiento de Hamoukar (desde las excavaciones de 2005 y 2006 y continuado con las de 2008 y 2010) parece evidenciar la primera destrucción bélica de una ciudad del Próximo Oriente Antiguo, hacia el 3500 a. C.

Las fuentes etnohistóricas han inspirado diferentes ideas acerca del papel de la guerra en el surgimiento de las sociedades prehispánicas complejas en los llanos de Colombia y Venezuela. Algunos autores le atribuyen un papel central; otros, aunque consideran que la guerra estuvo presente en la región, plantean que no fue una fuerza fundamental para el surgimiento de jerarquías sociales.

Algunos grupos, como los caquetíos, los guayupes, los salivas y los achaguas, reconocidos por los cronistas por su belicosidad y complejidad, al parecer controlaban grandes extensiones de tierra apta para la agricultura y luchaban por expandir su territorio. Estos grupos ocupaban principalmente áreas de bosques a lo largo de los afluentes de ríos como el Casanare, el Meta, el Arauca, el Apure y el Anaro, donde abundan suelos fértiles y se concentran importantes cantidades de especies animales.

En los llanos, algunos grupos vivieron en asentamientos fortificados, en áreas donde la defensa fue crítica para la supervivencia. La existencia de fortificaciones es un claro indicador de guerra en cualquier región. Estas estructuras prestaban protección a la población que habitaba en su interior y a la vez eran un elemento de disuasión para los enemigos.

Grupos como los caribes y los guahibos muy tempranamente se aliaron con los europeos y se dedicaron a capturar esclavos para su comercialización. Sin embargo, parece que la caza de esclavos fue una práctica extendida entre algunos grupos llaneros como los achaguas y los caquetíos antes de la penetración europea. Algunos cronistas plantean que el principal motivo de enfrentamiento entre las comunidades llaneras fue la captura de mujeres y niños como fuerza de trabajo agrícola, con el objetivo de aumentar la producción de excedentes para las élites locales y regionales. Adicionalmente, la posesión de esclavos, al parecer, era usada como una demostración de poder, riqueza y autoridad entre las élites llaneras.

El uso de la guerra se convirtió, desde el principio, en un recurso vital para los aztecas, cuya historia está vinculada a combates y batallas como medio para conseguir su espacio territorial. El arte de la guerra basado en la aplicación de la táctica y la estrategia alcanzó en el apogeo del imperio mexica formas inusitadas que le permitieron expandir y consolidar su dominio hacia los cuatro rumbos de la Tierra

La guerra tenía más de mil años de existencia regular entre las sociedades que los invasores hispanos encontraron a lo largo y lo ancho del espacio mesoamericano que los antiguos mexicanos dominaron en buena parte a través de sus campañas de guerra, colonización y sometimiento por medio de la violencia; prácticamente todos los grupos étnicos y sus centros de máximo desarrollo social y cultural participaron de un estado de violencia generalizada que suponía una actividad militar normalizada que ayudaba tanto a la solución de problemas demográficos, económicos y propiamente político-culturales, como a la presencia constante de conflictos que por lo común concluían con el aniquilamiento de la población.

Escasez y presiones alentaban con frecuencia guerras que respondían a estrategias establecidas a nivel de Estado y a tácticas que buscaban lograr el sometimiento gradual de pequeños y medianos señoríos bajo un mando centralizado. Los objetivos generalizados, desde las campañas periódicas militares hasta los combates esporádicos, eran la obtención, por medio del ejercicio de la violencia armada, de tierras para la expansión territorial y colonización, botín (sobre todo en tiempo de cosechas), sujetos tributarios, mano de obra, materias primas, productos suntuarios, control de recursos naturales, dominio de rutas comerciales y mercados y, cuestión no menos importante, la consecución de víctimas para el sacrificio a las diversas deidades de sociedades llenas de fe, esperanzas de redención e imbuidas en una dominante ideología guerrera.

A escasas dos décadas de permanecer en Chapultepec, bien por sus prácticas exacerbadas de sacrificios humanos, robo de mujeres y agresividad, insoportables para otros congéneres, bien por la suspicacia de sus vecinos inmediatos, Tlacopan y Coyoacán, una coalición de numerosos señoríos encabezados por Xaltocan hicieron salir a los guerreros de Chapultepec ante la estratagema de requerirlos para atacar a Culhuacán. Ausentes los hombres jóvenes y maduros, los viejos, las mujeres y los niños fueron aprisionados y lanzados de su refugio.

Así, pues, las guerras humanas no son causadas por algún sistema socioeconómico en particular, sino que más bien se trata de una actividad humana universal, ancestral y recurrente. En este sentido, no me meto en peleas de perros (con el perdón de los perros, esos animalitos de Dios tan puros y auténticos) porque puedo salir mordido. Son más de 5.000 años de historia, y quién sabe cuántos más de prehistoria, en los que nos venimos matando y maltratando entre nosotros por las mismas razones fútiles y miserables: pedazos de tierra, robo de recursos, apropiación y esclavización del prójimo. Yo, ingenua y poéticamente, y con el dolor recorriendo mis ríos más profundos, imagino a toda la gente compartiendo todo el mundo.

*Esto se me parece a la situación actual, cuando las armas nucleares se pueden haber convertido en disuasivos, ya que su uso sería sumamente destructivo para las partes que entrasen en conflicto



Esta nota ha sido leída aproximadamente 1249 veces.



Néstor Francia


Visite el perfil de Néstor Francia para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes: