Base de operaciones

**** La denominación de “Estado Fallido” es una coartada ideológica para justificar intervenciones en países periféricos de valor geopolítico.

El caso trágico de Sudan ha revivido ante la opinión pública el asunto de los “estados fallidos”. Una noción, acuñada en los EEUU por la Fundación para la Paz, que mide la vulnerabilidad de los países ante los conflictos internos que los aquejan. Pero curiosamente su aplicación se centra en los países periféricos, ignorando aquellos integrantes de lo conocido como “primer mundo”. Así, entre las 20 regiones políticas más inestables figuran 11 en África, 8 en Asia y 1 en Indoamérica (Haití). No figuran allí comunidades políticas del mundo desarrollado. Los conflictos interétnicos de los propios EEUU, de España, de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, por ejemplo, no se consideran en este índice que coloca a estos espacios como amenazas a la paz mundial. Desde luego hay que admitir que en estos últimos, el grupo político o étnico dominante posee la fuerza militar necesaria como para reprimir violentamente las manifestaciones de las minorías contestatarias. El problema de estos países radica en la incapacidad de ninguno de los grupos en conflicto puede imponer su hegemonía como lo hizo el norte industrializado yanqui, sobre el sur rural con la guerra de secesión.

La pregunta aquí es ¿cuál es el peso de la injerencia externa en estas situaciones? Se podría afirmar “a priori” que los conflictos existentes no persistirían sin la intervención foránea. El esfuerzo logístico necesario, obligaría a las partes a capitulaciones o armisticios que le abrirían paso a la política, cerrándoselo a la estrategia. El caso de Colombia es elocuente. Sin la intromisión gringa, el proceso de paz iniciado en 1999 hubiese tenido una alta probabilidad de seguir su curso, como ocurrió en Centro América donde se logró minimizar la injerencia de Washington. Empero, para los intereses de las grandes potencias, la inestabilidad de estas regiones –situación que buscan generar en Venezuela- las convierte en escenarios propicios para materializar sus conflictos, mediante estrategias indirectas que les permitan evadir las que serían inaceptables confrontaciones directas entre ellas. Simplemente usan a estos pueblos, indefensos y subdesarrollados, como carne de cañón.

Lo sorprendente es la conducta de las organizaciones supranacionales cuya razón de ser es el mantenimiento de la paz. Lejos de cumplir su papel, ellas actúan como instrumentos de intervención. El caso de Haití es patético. Por ello la lucha por la reestructuración de esas instancias de orden internacional es significativa para los fines humanos. Pero más importante es la superación del estado de indefensión de los países periféricos. No puede asombrar que aquellos estados marginales, que como Irán o Corea del Norte, intentan superar su desamparo, sean el blanco de la estructura internacional de poder. Del mismo modo que no sorprende que el modesto esfuerzo venezolano por mejorar sus capacidades exclusivamente defensivas sea adversado por la hiperpotencia del Norte

alberto_muller2003@yahoo.com


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Alberto Müller Rojas


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