La “Lumen Fidei” del Papa Francisco

La primera encíclica del Papa Francisco (Jorge Mario Bergoglio, nacido en Buenos Aires, en 1936, Papa 266) “Lumen Fidei”, La luz de la fe, está dividida en cuatro capítulos, una introducción y una conclusión; la Carta se suma a las encíclicas del Papa Benedicto XVI, sobre la caridad y la esperanza. El Papa Benedicto XVI, conocido hoy día como el Papa emérito, ya había completado la encíclica sobre la fe; el Santo Padre Francisco agregó algunas aportaciones.

En la parte introductoria de la Carta, se hace mención a una postura del “joven” Friedrich Nietzsche (filósofo alemán, 1844-1900), al escribirle a su hermana Elisabeth, en cuanto a que hay que arriesgarse en la vida y emprender “…nuevos caminos…con la seguridad de quien procede autónomamente”. La cita quizás sea oportuna para establecer una distinción entre lo que es la voluntad humana y la divina, pero la considero impropia de un discurso Papal, toda vez que entre Nietzsche y su hermana, hubo una fuerte relación incestuosa que data desde la infancia (y aún en su temprana adultez) pero que tuvo su final cuando Elisabeth se casó con Der Bernhard Förster. No es que se piense desde una postura “mojigata” acerca del tema, es que un documento de esta importancia moral no debe dejar cabos sueltos; debe cuidar las referencias y fundamentos que sirvan de sustento al discurso. En este detalle, la Carta pierde la elegancia y el sentido puro que quizás el Papa ha querido transmitir.

A todas estas, y para hacer un recorrido rápido por el documento Papal, éste se basa en recuperar el carácter de luz propio de la fe, capaz de iluminar toda la existencia del hombre, de ayudarlo a distinguir el bien del mal, sobre todo en una época como la moderna, en la que el creer se opone al buscar y la fe es vista como una ilusión, un salto al vacío que impide la libertad del hombre. La fe de hecho, dice el Papa Francisco, no es un presupuesto que hay que dar por descontado, sino un don de Dios que debe ser alimentado y fortalecido. La Carta hace referencia a muchos pasajes bíblicos, tomando como lectura la Biblia Jerusalén; se destaca la figura de Abraham, para quien la fe se explica como "escucha" de la Palabra de Dios, "llamada" a salir del aislamiento de su propio yo, para abrirse a una nueva vida y "promesa" del futuro, que hace posible la continuidad de nuestro camino en el tiempo, uniéndose así fuertemente a la esperanza. En este sentido se plantea la "paradoja" de la fe: el volverse constantemente al Señor hace que el hombre sea estable, y lo aleja de los ídolos.

En un aspecto puntual, la encíclica relaciona la fe con Cristo, esgrimiendo que es "testigo fiable", "digno de fe”, a través del cual Dios actúa realmente en la historia y determina el destino final; así mismo, hay "otro aspecto decisivo" de la fe en Jesús: "La participación en su modo de ver". La fe, en efecto, no sólo mira a Jesús, sino que también ve desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos. El Papa explica que, como en la vida diaria, confiamos en "la gente que sabe las cosas mejor que nosotros", la fe necesitamos a alguien que sea fiable y experto en "las cosas de Dios" y Jesús es "aquel que nos explica a Dios." Por esta razón, creemos a Jesús cuando aceptamos su Palabra, y creemos en Jesús cuando lo acogemos en nuestras vidas y nos confiamos a él.

Otro aspecto que ahonda la encíclica, es que la "…fe, sin verdad, no salva, se queda en una bella fábula; el mundo moderno padece la crisis de verdad, por lo cual es necesario que haya una conexión entre la fe y la verdad, porque la cultura contemporánea tiende a aceptar solo la verdad tecnológica, lo que el hombre puede construir y medir con la ciencia y lo que es "verdad porque funciona", o las verdades del individuo, válidas solo para uno mismo y no al servicio del bien común. Hoy se mira con recelo la "verdad grande, la verdad que explica la vida personal y social en su conjunto", porque se la asocia erróneamente a las verdades exigidas por los regímenes totalitarios del siglo XX. Esto, sin embargo, implica el "gran olvido en nuestro mundo contemporáneo", que olvida la pregunta sobre la verdad, sobre el origen de todo, la pregunta sobre Dios.

En otro aspecto, la encíclica se preocupa por evangelización: quien se ha abierto al amor de Dios, no puede retener este regalo para sí mismo; la luz de Jesús resplandece sobre el rostro de los cristianos y así se difunde, se transmite bajo la forma del contacto, como una llama que se enciende de la otra, y pasa de generación en generación, a través de la cadena ininterrumpida de testigos de la fe. El Papa subraya que la fe es una porque uno es "el Dios conocido y confesado", porque se dirige al único Señor, que nos da la "unidad de visión" y "es compartida por toda la Iglesia, que forma un solo cuerpo y un solo Espíritu". La fe, esgrime el Santo Padre, no nos aleja del mundo y no es ajena al compromiso concreto del hombre contemporáneo; por el contrario, sin el amor fiable de Dios, la unidad entre todos los hombres estaría basada únicamente en la utilidad, el interés o el miedo. La fe, en cambio, capta el fundamento último de las relaciones humanas, su destino definitivo en Dios, y las pone al servicio del bien común. La fe ayuda buscar modelos de desarrollo que no se basen únicamente en la utilidad y el provecho, sino que consideren la creación como un don y enseña a encontrar las formas justas de gobierno, en las que la autoridad viene de Dios y está al servicio del bien común. El hombre que sufre, recalca el Papa, Dios no le da un racionamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que acompaña, que abre un resquicio de luz en la oscuridad. En este sentido, la fe está unida a la esperanza. Una esperanza, que como expresa el Papa, no"…nos dejemos robar…, no permitamos que la banalicen con soluciones y propuestas inmediatas que obstruyen el camino…”; para que la fe ayude al hombre, culmina el Papa Francisco su Carta, es necesario creer que nunca se estará solo, y que es necesario aprender a mirar con los ojos de Jesús a nuestros semejantes, teniendo el perdón como bandera y la caridad como refugio.


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Ramón Eduardo Azocar Añez

Doctor en Ciencias de la Educación/Politólogo/ Planificador. Docente Universitario, Conferencista y Asesor en Políticas Públicas y Planificación (Consejo Legislativo del Estado Portuguesa, Alcaldías de Guanare, Ospino y San Genaro de Boconoito).

 azocarramon1968@gmail.com

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