¿Cuál es el más grande desafío del siglo XXI?

El planeta está exageradamente rebosado de peligros y, especialmente, para las clases y sectores que apenas sobreviven como resultado de ser explotados y oprimidos por los grandes y poderosos capitales que dominan la economía de mercado. El mundo actual se caracteriza por la globalización o descentralización de la explotación a la mano de obra mal remunerada, la miseria social crítica o extrema, el sufrimiento de la mayoría de la población por carecer de recursos económicos para la satisfacción de sus más apremiantes necesidades materiales y espirituales, la negación de fundamentales servicios públicos (como la salud y la educación) a las grandes mayorías sociales, la prostitución y la delincuencia alimentadas por el desespero que crea la pobreza económica, el dolor de la mayoría de ser víctima de la burla de una minoría que se abroga el derecho de disfrutar de la mayor cantidad de riqueza económica posible y, lamentablemente, está globalizada –sólo por ahora- la desesperanza, la apatía, la indiferencia, la conformidad y la resignación de una mayoría que, por unas u otras razones, no ha querido o no se ha atrevido a dar el salto para romper con el miedo y el terror que impone en este mundo el imperialismo capitalista. Y, de otra parte, impera la desglobalización o concentración de la riqueza en pocas manos, en poder de los gigantescos y poderosísimos supermonopolios económicos que dominan el mercado mundial y gozan del privilegio, la impunidad, la inmunidad, el buen vivir, el derroche y el lujo. En medio de esos dos mundos se mueven, en eterno vaivén, poquísimos estamentos medios, cuyos integrantes pugnan y añoran escalar posiciones hacia arriba pero la voracidad y la rapiña del capitalismo altamente desarrollado conduce, de manera inevitable a la mayoría, hacia abajo para que en vez de vivir, sólo puedan sobrevivir en la penuria económica. Esa es la verdadera realidad de este mundo donde predomina la economía delas potencias capitalistas altamente desarrolladas. Quien diga lo contrario, miente, miente con descaro para engañar o seguir engañando a esa inmensa población que continúa resignada a ser esclava de los capitalistas.

 Son pocas las naciones donde existen los supermonopolios económicos que dominan el mercado mundial, destacándose entre ellas: Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, Francia, China, Rusia y Japón. Pero, por encima de ellas, se sitúa Estados Unidos, cuyo Estado es el gran gendarme político del planeta. Esa parte del mundo, integrada por los países conocidos como subdesarrollados, vive, quieran o no, sometidos a continuas y graves contradicciones de todo género con esa otra parte que se denomina capitalismo altamente desarrollado, aunque en ésta no dejen de existir las contradicciones antiimperialistas. El planeta en su estado actual es complejo, sin duda alguna, por las visiones de mundo que chocan entre sí, siendo las principales: la individualista burguesa y la colectivista proletaria. Pero eso no es lo que decide el destino de la historia humana, sino el choque antagónico entre sus contradicciones económicas esencialmente: una economía capitalista que se fundamenta en la explotación a la mano de obra asalariada (propiedad privada sobre los medios de producción) y una economía comunista que promete sustentarse en la capacidad de los seres humanos para el trabajo y en la distribución de bienes de acuerdo a sus necesidades (propiedad social sobre los medios de producción). Y esa contradicción hace irreconciliable los objetivos de la burguesía con los objetivos del proletariado. Eso hace, igualmente, que en esta era todo conduzca a la agudización de la lucha de clases por la dominación del mundo: o vence el capitalismo para sostener por más tiempo su economía anarquizada y mantenerlo andando con la cabeza hacia abajo y los pies hacia arriba o vence el comunismo para construir un mundo nuevo donde impere una economía planificada y lo ponga a andar con la cabeza hacia arriba y los pies hacia abajo. No es posible, ni siquiera pensarlo, que vayan a pasar los nuevos siglos frente a la humanidad y el capitalismo goce de eternidad. Tarde o temprano los pueblos, sucesivamente y en corto tiempo, explotarán en rebeliones que darán al traste con el capitalismo en todas sus expresiones y sobre su cadáver, aprovechándose fundamentalmente de su legado técnico, científico y de las enseñanzas obtenidas de su organización social, construirán el socialismo para que sin mayores obstáculos conduzca a la humanidad al reino de la libertad sobre el reino de la necesidad, que no es otra cosa que el comunismo desarrollado. Que actualmente la mayoría o la minoría eso no lo quieran creer, es otra cosa, pero eso jamás detendrá la marcha inexorable de la historia hacia ese gran objetivo emancipador de todo el género humano sin distingo de ninguna naturaleza.

 La lucha por construir un nuevo mundo significa enfrentarse a miles de desafíos de todo género pero, igualmente, implica miles de desafíos mantener la esclavitud que ha impuesto el capitalismo a la aplastante mayoría de la humanidad. Pero, así lo consideramos nosotros y por ello lo decimos a riesgo de estar equivocados, el mayor de todos los riegos en este tiempo es el que nos impone el imperialismo estadounidense, que no es otro que el de amenazarnos y aterrorizarnos para que nos resignemos a vivir eternamente como sus esclavos, produciéndole la riqueza económica, dejándonos prácticamente robar la materia prima, imponernos sus leyes draconianas para que observemos -extasiados en el conformismo- las formas de la degeneración de la mayoría de la humanidad y garantizándonos, sólo, los deberes de la muerte prematura.

El imperialismo capitalista (especialmente el estadounidense) pretende, en esta fase de vida y de dominio del mundo conocida como globalización capitalista salvaje, transformarse en todopoderoso para que la humanidad entera se resigne a creer y obedecer no en los mandamientos del Ser Supremo sino en la divinidad estática y sagrada de los mandamientos de la gran concentración supermonopólica de la propiedad privada sobre los medios de producción, en el Estado que se erige sobre ella, en la necesaria desigual distribución de la riqueza y en el orden público que caracterice a la mayoría de la humanidad como una gigantesca masa esclava decidida por la Providencia para ser eterna.

En este tiempo (comienzo dela segunda década del siglo XXI) las contradicciones interimperialistas obligan a los imperialismos a ciertas consultadas entre sí por el nuevo reparto del planeta. Allí se producen las cosas más insólitas que no eran imaginables a comienzo del siglo XX. Jamás se pensó, por ejemplo, que China, anunciándole su dirigencia a la opinión mundial que su objetivo era la construcción del socialismo, se transformara en la panacea que alivia –comprándole deudas- las crisis económicas del imperialismo más feroz, más arrogante, más belicoso e intervencionismo en los asuntos internos de otras naciones, como lo es el estadounidense, cuando el internacionalismo proletario o revolucionario lo que plantea es incentivarle las crisis y profundizarle las contradicciones para que se derrumbe y se den las condiciones para avanzar hacia el socialismo en países de alto desarrollo capitalista. Pero, aceptemos, que el mundo actual marcha en ese ciclo y no se guía por nuestros sentimientos o voluntades.

El imperialismo estadounidense continúa marcando pauta y ejerciendo ciertos niveles de hegemonía en el mundo. Sigue gozando de capacidad y de potestad para intervenir no sólo en los asuntos internos de otras naciones sino, ¡un gran peligro, por cierto y un gran reto para la mayoría de la humanidad!, para imponer sus reglas a través de otros imperialismos o de organismos internacionales cuyos Estados integrantes actualmente son incapaces de retarlo de manera individualizada.

Los acontecimientos que se han producido y continúan produciéndose en el Medio Oriente y en otros países (fundamentalmente donde predomina la religión islámica), desnuda con creces el doble rostro de cinismo, de maquiavelismo y de intervencionismo del imperialismo estadounidense en los asuntos internos de las demás naciones que conforman el planeta Tierra. La contradicción principal de este tiempo histórico es la que se manifiesta entre los pueblos del llamado tercer mundo, subdesarrollado o en vía de desarrollo contra esencialmente el imperialismo estadounidense, porque es éste quien se considera con la potestad de ser el gendarme del planeta, imponiendo sus perversas reglas del comportamiento de la humanidad en un mísero estado de insoportables injusticias y desigualdades sociales. En los casos de Túnez, Egipto, Yemen, Bahréin, Marruecos, Jordania, Omán y otros países, el Estado imperialista estadounidense, respetando sus serios compromisos con gobiernos proimperialistas, hizo y hace llamados a escuchar las voces de los pueblos, a que no sea utilizada la violencia para resolver las contradicciones entre protestantes y el gobierno, a que se produzcan algunas reformas democráticas, a que se haga valer la alternabilidad en el gobierno siempre y cuando nada conduzca a una verdadera revolución proletaria o anticapitalista, que viene siendo lo mismo en otros términos. Y cuando se convence que no existe posibilidad alguna de mantener en el Estado o en el gobierno a un mandatario, ya completamente aborrecido el pueblo, elogia la caída o renuncia de aquel pidiendo o exigiendo que se mantenga intacto el orden burgués y los tratados internacionales que le garantizan supremacía económica a Estados Unidos. Sin embargo, en el caso de Libia, los voceros imperialistas son descarados, cínicos, grotescos, hacen llamados a ejercer y continuar con la violencia para derrocar al gobierno, prometen toda clase de ayuda a los que protestan con armas en la mano, piden medidas drásticas contra el gobierno en los organismos internacionales, invocan el rompimiento de relaciones diplomáticas con el Estado libio. Sin embargo, frente a los genocidios y represión de la monarquía marroquí contra el pueblo árabe saharaui, mantiene el silencio de su complicidad con la primera. Hace poco dijo la entrometida señora Clinton, que Estados Unidos no descarta ninguna acción contra Libia, pero nunca lo dijo sobre Egipto, Yemen, Túnez, Marruecos, Bahréin y Jordania y tampoco lo hará con Omán. El imperialismo cree que siempre será santo de devoción para los pueblos explotados y oprimidos en el mundo. Todo gendarme que se crea dueño del mundo, lo espera un final infeliz.

Estamos viviendo, seguro será un corto período de la historia universal, en que el imperialismo igual cataloga como revolución a las manifestaciones que lograron la renuncia de los presidentes de Túnez y Egipto que la rebelión armada que busca el derrocamiento del gobierno de Libia. En momentos de tensión internacional, el imperialismo –esencialmente el estadounidense- no tiene ningún reparo o recurre a la peor desfachatez de degenerar los fundamentales conceptos de la historia. Cualquier manifestación (casos Egipto y Túnez, por ejemplo) que solicite hasta una reforma parcial de una Constitución la considera una revolución política por la verdadera democracia y libertad, mientras que una lucha violenta contra una invasión imperialista (casos Irak y Afghanistán) la cataloga como terrorismo y crímenes contra la democracia y la libertad.

Ciertamente, lo que ha sucedido y continúa sucediendo en el Medio Oriente, en países islámicos y hasta en otras regiones del mundo (especialmente en China) es un despertar de pueblos que venían siendo dopados y dormidos desde hace décadas por las políticas de expoliación y rapiña fundamentalmente aplicadas por el imperialismo capitalista y sus gobiernos aliados contra las naciones del mundo subdesarrollado, y resultados de dominios burocráticos que coartan los principales derechos humanos a la mayoría de la población. Pero ese despertar, más temprano que tarde, persistirá y se propagará, con mayor fuerza y convicción por la justicia y la libertad, hasta dar al traste con la dominación imperialista capitalista en todo el globo terráqueo. Comienza ya a asomarse la posibilidad real de un nuevo sol que haga nacer y lucir luz para toda la humanidad. Eso, inevitablemente, exige una disposición de los pueblos a retar todos los peligros que impone el capitalismo –en general- y el imperialismo –en lo particular- al mundo; eso requiere, necesariamente, que los pueblos (especialmente el proletariado sin fronteras) rompan con todos los obstáculos y retos que venzan el miedo y el terror y luchen, hasta el final, por conquistar su gran objetivo de redención social; eso involucra, de manera amplia y decidida, el verdadero ejercicio del internacionalismo revolucionario por el gran sueño común de los pueblos en este siglo XXI: su emancipación del modo capitalista de producción para que se construya el modo comunista de producción como el gran liberador del género humano de todo vestigio de esclavitud social.



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El Pueblo Avanza (EPA)


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