Mubarak un hueso duro pero ¿cómo roerlo y echarlo del gobierno?

Mubarak ha demostrado, con apoyo de Estados imperialistas y sectores explotadores de la economía egipcia y –lo insólito- con masas explotadas, ser un hueso duro de roer, pero como todo hueso que se descompone por sí solo (treinta años ejerciendo políticas antipopulares) tiene que ser roído y echado del poder político. El gobierno estadounidense critica la perpetuidad de otros mandatarios en el gobierno

tal como lo hizo contra Fidel en Cuba, pero ha sostenido durante treinta años al señor Mubarak y a otros que se pliegan incondicionalmente a sus designios imperialistas. Actualmente, al considerarlo un desecho trata de ganar tiempo para que el sustituto no sea una representación de un choque antagónico con sus planes y sus intereses imperialistas. Por eso llama a una transición pacífica y con cinismo se declara respetuoso del derecho a la autodeterminación del pueblo egipcio. Mientras las manifestaciones de protesta, que exigen la salida de Mubarak del gobierno egipcio,  sean pacíficas, el gobierno estadounidense como los de otros imperialismos y el de Israel, se conformarán con contemplar desde la barrera esperando el desenlace de los acontecimientos para no aparecer como intervencionistas descarados en los asuntos internos de Egipto.

 Cuando el señor Mubarak anunció que no se presentaría como candidato a una nueva reelección presidencial no lo hizo por su propia voluntad, sino que obedeció a la línea política, antes expresada públicamente, por el mandatario de la Casa Blanca en Estados Unidos. Si eso fuese aceptado, daría tiempo para negociaciones y reconciliación política con algunos movimientos de protesta en torno a la propuesta de Mubarak, que es la misma de la Casa Blanca. Por otro lado, evitarían la fracturación del ejército egipcio, cosa que mantiene en vilo no sólo al señor Mubarak sino, especialmente, a los gobiernos de Estados Unidos y de Israel.

 El Presidente en agonía, señor Mubarak, en obediencia a dictados de la Casa Blanca, ha sacado a relucir una carta necesaria para buscar aceptación a su `propuesta de entregar el gobierno al ganador de la próxima elección presidencial en el mes de septiembre del presente año.  Eso sería un éxito rotundo para los gobiernos de Estados Unidos, de Israel –en general- y para el señor Mubarak –en lo particular-. Todo depende de las organizaciones políticas que estén al frente de las gigantescas manifestaciones de protesta en la plaza Tahrir. Si no salen de ese espacio y se conforman con lanzamientos de consignas y gritos de que se vaya del gobierno el señor Mubarak, corren el inminente riesgo de agotarse, de cansarse, de dejarse guiar por la espontaneidad, de no llegar a ese estado de locura en que se vuelven las masas totalmente irreconciliables con la posición del gobierno que se resiste a mantenerse en el poder y, lo que es peor, favorecerán condiciones para que el ejército egipcio, fiel a los postulados del capitalismo, se mantenga intacto dando sólo pruebas de oportunismo de querer estar bien con Alá y con Mubarak al mismo tiempo.

 La carta del señor Mubarak ha sido la de sacar a la calle a sus partidarios mezclados con policías y agentes de sus varios organismos personales de seguridad. La misión en enfrentarse, `primero con palos y piedras, con los manifestantes adversarios que en cantidad son más que los seguidores del gobierno. Si no logran el objetivo de dividirlos para que una buena parte regrese a sus hogares, por lo menos de replegarlos para que se mantengan, mínimo, dentro del espacio de la plaza Tahrir sin intentos de enfrentamientos con los organismos del Estado, éste recurrirá a incentivar al ejército a tener una participación decisiva a su favor haciendo uso de las armas de guerra e imponiendo medidas coercitivas que pongan fin a las manifestaciones de protesta. Bien es sabido que en la lucha de clases las manifestaciones pacíficas no dejan de tener su importancia necesaria hasta cierta fase de aquella pero, en esencia, por sí solas no derrocan gobiernos. Tienen obligatoriamente, al darse cuenta que el ejército sigue siendo intacto y bastión del orden público, que lanzarse a otras formas de lucha política si quieren conquistar su objetivo, porque no se trata de cambiar unos ministros y colocar otros sino, mucho más allá, el derrocamiento o renuncia del jefe del ejecutivo que en el caso de Egipto es un Presidente, único facultado, de acuerdo a una Constitución, a dictar las políticas fundamentales de un Estado capitalista.

Luego de tres décadas de ejercer un régimen político-policial (bonapartismo puro que no se ha transformado en nazismo, porque Egipto no es una nación de capitalismo altamente desarrollado), el gobierno, obligado por las presiones de las manifestaciones, ofrece al pueblo reformas, a los partidos diálogo y promete que ni Mubarak ni su hijo serán candidatos a la Presidencia de Egipto en septiembre próximo. Es la debilidad del régimen que debe ser aprovechada por las organizaciones políticas que han llamado a las masas a la calle con el objetivo de derrocar al Presidente Mubarak. Para casi el mundo entero, los violentos son los partidarios del régimen y no los opositores. Este es otro elemento de importancia que influye sobre la Casa Blanca para que el imperialismo estadounidense no sólolo reconozca sino, igualmente, comience a presionar a Mubarak para que abandone el gobierno.

 No estamos invocando, para el caso de Egipto, una rebelión armada ni una insurrección armada. Es potestad de los egipcios, en general, y de sus organizaciones políticas de vanguardia -en lo particular, determinar si están dadas o no las condiciones objetivas y subjetivas para tal  finalidad. Desde lejos, para cualquier medio estudioso de la ciencia política, se aprecia que la primera está en su punto álgido pero la segunda brilla por su ausencia, y en esa situación sería fatal llamar a las masas a una batalla final mediante el método de la violencia social. En Egipto, téngase por seguro, están prestas  o listas las fuerzas militares estadounidenses para actuar en caso de una insurrección popular,  alegando defensa de la democracia egipcia y la seguridad de la región. Pero eso podría implicar, igualmente, alzamientos armados en varios países del Medio Oriente no sólo invocando la salida de los imperialistas de Egipto sino, también, contra los gobiernos árabes títeres de ese imperialismo. Por lo demás, como mínimo, se tendría argumento serio para que todos los gobiernos que levanten banderas contra las guerras imperialistas o contra el intervencionismo armado de Estados Unidos en los asuntos internos de otras naciones rompan relaciones diplomáticas y dejen de venderle petróleo y le expropien sus empresas a Estados Unidos como a Israel si éste las tuviese en algunos países de esa naturaleza. El tiempo en que la Unión Soviética le vendía petróleo a Italia para que invadiera, destruyera y matara a la población de Abisinia (actualmente Etiopía) no debe volver a repetirse. Eso choca con los principios del internacionalismo revolucionario.

 Las manifestaciones de protesta para que se vaya del gobierno el señor Mubarak tienen, obligatoriamente, que pasar a la ofensiva dada la impertinencia del gobernante de querer mantenerse en el poder. Ofensiva que conlleva a la paralización de la producción fundamentalmente petrolera y evitar que ese mineral sea llevado a Estados Unidos y otros países imperialistas; paralización del comercio y del transporte de todo género que dificulte la movilidad de las fuerzas del gobierno; incentivar el mismo carácter de las protestas en el interior del país; dirigir las manifestaciones hacia los centros del poder político y, especialmente, hacia los cuarteles para motivar a jefes militares a cuadrarse con la solicitud de la renuncia o el derrocamiento de Mubarak. El apoyo internacional permite que la correlación de fuerzas –como elemento de presión- sea favorable a los opositores al gobierno. El pueblo de Túnez ratificó una elección de cómo derrocar un Presidente pero, al mismo tiempo, es una lección de que cuando no existe dirección verdaderamente revolucionaria en un país, las luchas políticas terminan agotadas en el reformismo y no traspasan las barreras de conveniencia para el sostenimiento del régimen capitalista. En Túnez, como en Egipto, Jordania, Yemen –por ahora- no habrá revolución proletaria, pero sí es un alerta que estamos en tiempo en que se dan pruebas de que mono empieza a sentir la necesidad de no seguir cargando a su hijo. Sin embargo, nadie puede negar la influencia de las manifestaciones egipcias y que lo demuestra el hecho que en Yemen las protestas tienen como objetivo la salida del Presidente y serias reformas políticas y constitucionales; en Jordania ahora agregan reformas mucho más allá de la meta conquistada de haber logrado cambiaran el gabinete; en Turquía, hay manifestaciones y protestas por mejores condiciones de trabajo. La cosa parece extenderse, lo que obliga al imperialismo estadounidense a tratar de buscarle una salida más temprana que tarde a la crisis egipcia.

De todas formas, nos solidarizamos con esa porción mayoritaria del pueblo egipcio que pide la renuncia del Presidente Mubarak al igual que con todas las manifestaciones de lucha política en el Medio Oriente yen las naciones islámicas contra sus verdugos. Quieran Alá pero esencialmente los pueblos árabes y musulmanes se produjeran verdaderas revoluciones y no simples cambios de gobiernos que no significan nada importante más allá de algunas reformas democráticoburguesas. Del dicho al hecho es demasiado trecho por recorrer. Nada que no sea el socialismo garantiza un régimen de verdadera justicia social en este mundo.

¡Viva la solidaridad internacionalista! ¡Abajo los verdugos y el imperialismo!



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El Pueblo Avanza (EPA)


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