Los ríos reclaman sus cauces. De la dramática historia venezolana vista por MOS*

*Miguel Otero Silva (MOS)

El hacinamiento como proyecto político

De "Casas Muertas" a "Oficina Nº 1. De Ortiz, "La Rosa de los Llanos" a "El Tigre".

De los combates guerrilleros, los viejos caudillos, a la lucha sindical con el movimiento obrero.

De la bucólica vida agraria y campesina al desasosiego urbano.

De Río Caribe a Caracas.

Nota. Artículo escrito y publicado en otros medios, incluso extranjeros, el 2011.

1.- De la economía agraria a la petrolera

Caracas y sus zonas aledañas se han vuelto muy vulnerables. Aparte de los problemas climáticos, las intensas y hasta inesperadas lluvias, se destaca la sobrepoblación del área y la intensa contaminación. El estrecho valle caraqueño, aposentado en las faldas del Avila o Guaraira Repano, se llenó de gente. Tanto que pareciera no poder darle alojamiento a más personas. Allí, en espacios llenos de gente atribulada de problemas, el hampa ha establecido sus asentamientos de violencia y más pobreza. Ya no es esa la retaguardia de los combatientes por una nueva sociedad sino de quienes escudan sus culpas y sirven al mejor postor.

Habrá que impedir que esa ciudad siga creciendo. No da para más. Prestar los servicios indispensables, como agua potable, electricidad, drenaje de las aguas residuales, seguridad, etc., se ha convertido en un muy serio problema, más allá de los recursos financieros o voluntad política. Ha llegado el momento de tomar acciones de las cuales se habla en Venezuela hace más de cincuenta años. Eso significa, diseño y ejecución de políticas, que inviertan el proceso de distribución de la población que ha imperado desde el momento mismo que se inició la explotación y comercialización del petróleo. Es necesario desconcentrar y modelar la sociedad toda de modo que podamos explotar equilibradamente los importantes recursos que poseemos y ocupemos los espacios con holgura.

Esas desgracias que se producen de manera reiterativa en Caracas y sus alrededores, aparte de las dificultades a las cuales el caraqueño pareciera haberse acostumbrado, como angustioso tránsito vehicular, transporte de personas, inseguridad y hasta cambio climático, que han elevado sustancialmente la temperatura en la que fue llamada "sucursal del cielo", son el resultado también, y en muy buena parte, de la alta densidad de población que se ha alcanzado en ese espacio. Tanto que Caracas o Distrito Capital, que no incluye el área del Estado Miranda, pero que forma parte de lo que llaman "la Gran Caracas", alberga 4.280.8 habitantes por kilómetro cuadrado. Mientras que en todo el territorio nacional, la densidad de población es de 25.2 habitantes para el mismo espacio. Es decir, en el territorio de una nación que podría calificarse de despoblada, si nos atenemos a la cifra antes citada, presenta espacios con densidades de población ostensiblemente altas. El desequilibrio es obvio y explica por sí solo dificultades y deficiencias que experimentamos

En líneas generales, el área norte costera centro-occidental, alberga un porcentaje determinante de la población venezolana. Esta anormal e irracional distribución, causante de infinidad de calamidades, fue el resultado de un proceso que se inició desde el mismo momento que en nuestro país comenzó a explotar y comercializarse el petróleo.

El personaje central de una novela aún inédita de este escribidor, habitante de un pequeño pueblo oriental, todavía en la adolescencia, tomó una caja de cartón pedida al bodeguero, colocó en ella sus escasas cosas personales, la ató con un guaral de atarraya encontrado en una cerca de alambre de púas y en una friolenta madrugada se dirigió a la salida del pueblo, decidido a irse a Caracas.

"Me cansé de la misma vaina de todos los días. De ver las mismas caras; escuchar exactamente los mismos lamentos y gritos de ¡muchacho del carajo quítate de aquí, de allá y más allá!"

"Iba en busca de nuevas aventuras que lo liberasen de hacer hoy exactamente lo mismo de ayer. Porque a él, el pueblo se le había hecho chiquito para todo y se lo sabía de memoria."

Caracas era la Meca de los venezolanos. A ella se dirigían todos en busca de lo que en los pueblos no había.

Cuando la economía venezolana, abruptamente pasó de agraria y pastoril a petrolera, comenzó a producirse un proceso que todavía continúa aunque en menor medida, de concentración de la población en ciertos focos.

La instalación de los campos petroleros atrajo hacia ellos pobladores que antes estuvieron ocupados en tareas agrarias en los sitios donde habían nacido.

Miguel Otero Silva, uno de los mejores novelistas de Venezuela, poeta fecundo, excelente periodista y fino humorista, hizo de este drama el tema de su celebrada novela "Casas Muertas". Ortiz, pueblo guariqueño, llamado "La Rosa de los Llanos", por la robustez de su economía agropecuaria, a causa del impacto petrolero, comenzó a decrecer. A ritmo vertiginoso se iba quedando solo, pues sus pobladores por distintas vías se desplazaban hacia los sitios donde los mechurrios habían comenzado a quemar intensamente los gases que emanaban del subsuelo y sus casas se destruían por el abandono y la soledad.

Observando cómo el pueblo se iba quedando vacío, fantasmal, despedazándose y el pasar de caravanas hacia el llano oriental, en "Casas Muertas", Carmen Rosa y Olegario entablan el siguiente diálogo:

"¿Y cómo se funda un pueblo, Olegario?

¡Yo qué sé, niña!.

Debe ser maravilloso, Olegario.

Sí, mi niña, así debe ser.

No como esto, Olegario, de ver caerse todo.

¿Y cómo es ese gentío que pasa en los camiones?

De todas clases niña. Van conuqueros que se quedaron sin sus conucos y hombres con grasa de mecánicos. Pero pasan también otros con caras de bandoleros y mujeres."

De Ortiz, en el corazón del llano, pueblo próspero de la época de la economía agraria, venta de carnes y ganado fino a gran parte de Venezuela y exportación de cueros, a los llanos de oriente, donde había brotado el oro negro y una nueva economía se perfilaba, iban las caravanas que despertaban la atención y provocaban los comentarios de Carmen Rosa y Olegario.

Su novela "Oficina Número Uno", se anuncia en "Casas Muertas"; de ésta última es el siguiente diálogo:

"Buenas tardes, Carmen Rosa.

"Buenas tardes, Celestino."

Luego del saludo, Celestino interrogó a Carmen Rosa:

"¿Es verdad que te vas de Ortiz?

Si. Me voy con mamá y Olegario.

¿Es verdad que te vas a oriente?

Si. Nos vamos a oriente."

También en "Casas Muertas", al final encontramos este texto que conducirá a "Oficina Número Uno":

"Cuando el camión pasó frente a la última pared tumbada y enfiló hacia la sabana parda, dijo doña Carmelita:

¡Qué espanto, Dios mío!

¡Qué espanto!, respondió Carmen Rosa.

¡Qué espanto! Repitió Olegario.

Rupert, el trinitario, aceleró el camión y canturreó una canción de su isla."

Fue la manera de despedirse no sólo del pueblo donde nacieron y vivieron durante años, sino de una parte de la historia venezolana. De esa forma, los salidos de Ortiz, de la economía agraria se incorporaban a otra Venezuela que "renacía" en oriente, con las inversiones extranjeras, curiosa y hasta sarcásticamente en los mismos espacios de los heroicos guerrilleros de la independencia; aquellos que nunca abandonaron sus puestos de combate. La soledad y la ruindad de Ortiz, provocaron aquella despedida:

"¡Qué espanto!"

Oficina número Uno, es esencialmente la fundación y crecimiento de la población petrolera de El Tigre, en el Estado Anzoátegui, parte de la región oriental de Venezuela. Pero las dos novelas, narran el tránsito de la economía venezolana, de la agraria a la petrolera y del desplazamiento de la población venezolana, del pueblito campesino decadente a la zona petrolera, en donde con prontitud se aglomerará la gente, atraída por aquel rutilante y engañoso espejismo. De la mano de obra campesina a la de obrero petrolero. De las luchas de montoneras, de los caudillos, al combate sindical de los trabajadores petroleros; de la economía semi feudal a la entrada de la economía capitalista asociada al capital internacional.

Todos los días, a la salida del sol, muy de mañana, en los portones de la compañía gringa, los hombres se apretujaban buscando les reportasen o enganchasen en la nómina. Esta aspiración, convirtió a las zonas petroleras venezolanas, en la meta hacia donde se dirigían todos los humildes, arruinados por la decadencia de la economía en busca de una nueva vida y oportunidad.

Pronto, los espacios se comenzaron a llenar de casas improvisadas. Se construía sin cesar y hasta con avidez, sin atender a ningún plan o simple acuerdo entre vecinos. Las calles de pronto terminaban en la puerta de una vivienda y habría que regresar para seguir por el otro lado donde también había una puerta.

En las caravanas que se dirigían adonde se había descubierto petróleo y se iniciaba la explotación, iba todo tipo de gente, con intereses y fines diferentes, como dijo Olegario a Carmen Rosa, "bandoleros y mujeres". Miles de personas salieron de sus territorios ancestrales a cambiar de vida, en la misma medida que cambiaba con prontitud la economía nacional. De agraria y pastoril, tranquila, sencilla vida campesina al congestionamiento urbano, primero en torno a los improvisados campos petroleros.

2.- El ingreso se produce en un sitio pero se invierte en otro.

Desde el inicio mismo de la exploración y explotación petrolera, la división internacional del trabajo nos convirtió de productores y exportadores de materias primas de origen agropecuario a petrolero. Lo que significó los cambios que antes hemos delineado y en importador de productos manufacturados, en gran medida, de los mismos países que compraban nuestro hidrocarburo. Eso impulsó el movimiento de nuestra población del sector rural hacia los alrededores de los campos donde se hacían las tareas relacionadas con la exploración y extracción del petróleo. También, de manera inesperada, quizás hasta inevitable, se comenzaba a tejer una nueva red de dependencia y sujeción.

En los portones de la campos, desde muy temprano, se agolpaban multitudes, buscando les reportasen a la nómina de la compañía. Quienes no tenían suerte de escuchar el llamado, quedaban deambulando por allí o se dedicaban a otras actividades demandadas por la concentración humana.

Con el aumento inusitado del ingreso nacional el Estado empezó a invertir, pero lo hizo bajo la orientación y exigencia de la burocracia o de las capas nacionales que habían alcanzado importante acumulación de capital. Así, el ingreso que, en gran medida se producía en la "provincia", comenzó a invertirse con preferencia en Caracas y las poblaciones más cercanas a ella; lo que incluye ciudades como Valencia, Maracay y Barquisimeto, donde se había formado una clase dirigente con fuerza para exigir, imponer al Estado central y hasta acceder a él.

Ese fenómeno que un viejo amigo definió diciendo "el ingreso se da en un sitio y se invierte en otro", convirtió a las áreas favorecidas como Caracas, en nuevos polos de atracción que llegaron a tener mayor fuerza que los campos petroleros.

Por eso el personaje de nuestra novela, citada el inicio, titulada "La Mudanza", siente el llamado y allá se dirige:

"La obsesión por Caracas, y no otro sitio, le venía del espejismo dejado regado por allí, en retazos, por familiares y conocidos que de allá venían. Él, a unos cuantos había visto salir del pueblo casi en cueros y luego regresar de visita derrochando pinta, aires de regocijo y hasta felicidad. Como si la taciturnidad y abatimiento de antes hubiesen abandonados sus cuerpos después como ágiles y hasta erguidos."

Aquel nuevo orden poblacional, determinado por conducta del Estado y las clases sociales que más influían en Venezuela, sobre todo del centro del país, hizo de la capital, Maracay, Valencia y hasta Barquisimeto, grandes urbes, con todos los servicios a disposición de la población.

Guillermo Teruel, músico y compositor venezolano, recoge este asunto con gracia suma en su conocida canción titulada Juan José:

"Allá viene, allá viene Juan José

y viene de la gran capital.

Más vitoqueado que un pavo real

Y echándosela de gran señor.

Ya camina como un "yo no sé qué"

Y con el cuello alzao.

Dicen que sabe mucho.

Que viene rico y recomendao."

3.- Llegamos a la economía de puerto y luego a la sustitución de importaciones.

Venezuela, en definitiva, es convertida en productora y exportadora de petróleo, consumidora de productos manufacturados y todo aquello que el capital externo pone a la venta. Es la primera etapa de la economía de puerto. La Guaira, Puerto Cabello, los puertos más cercanos a las grandes urbes de la zona centro occidental venezolanas, toman una importancia antes no imaginada y ellos mismos, por aquella circunstancia, también llaman la atención del resto de los venezolanos como atrapados en poblaciones del llano, oriente o los andes, que aparecían como invitados de piedra en aquel festín. La Guaira y Puerto Cabello, por eso mismo y las inversiones que allí se hicieron y se hacen, también fueron atrapados por aquel fenómeno poblacional.

Maracaibo, allá lejos del centro del país, capital de una zona altamente productora de petróleo, aunado a un puerto de fácil acceso a lo que contribuye el Lago de Maracaibo, centro también donde se explora y extrae el hidrocarburo, se convirtió en centro de atracción de la población de occidente y hasta de la lejana Margarita. Un amigo dice, cuando se habla de estos asuntos, "en el Zulia hay tantos margariteños como en Margarita".

En "Mene", novela de Ramón Díaz Sánchez, se cuenta acerca de los inicios de la explotación petrolera en la zona del lago, sobre todo en la costa oriental y acerca de las poblaciones que allí llegaron, de Coro, del cercano Estado Falcón y hasta del oriente venezolano - lo que equivalía decir en aquella época, de muy lejos - en busca de una mejor vida, que debía depararles el ingresar a la industria.

Por un reacomodo del capitalismo de la distribución internacional del trabajo, en la incesante búsqueda de la mayor rentabilidad, llegamos al espejismo de la sustitución de importaciones. En esta estrategia capitalista, el puerto que recibe las mercancías y expide la materia prima, que antes era determinantemente de café, cacao, cueros, etc., ahora lo es de petróleo y la gran urbe consumista, capaz de albergar una abundante mano de obra de reserva, tanto como contribuir a mantener los salarios deprimidos, se convierten en los ejes de aquella nueva estrategia. El modelo consume cierta mano de obra, relativo "bienestar" pero arrastra multitudes y reproduce miseria para garantizarse mayor rentabilidad y menos conflictos.

Los capitales salen ahora fuera de las casas matrices a invertirse en industrias finales, con la finalidad de explotar al máximo una masa de trabajadores potenciales, tan abundante como para utilizar y dejar todavía a un ejército de desocupados que ayudaría a mantener los salarios deprimidos; otra de las generosas lógicas del capitalismo. La desorganización de los trabajadores mismos y la anuencia de gobiernos complacientes, a los cuales se les imponen condiciones para obtener el derecho de explotar a sus gobernados, favorecen los planes de los inversionistas. ¡Todo eso, bajo las consignas del desarrollo y crecimiento!

La construcción de aquellas industrias ensambladoras, o lo que es lo mismo, consumidoras de productos para el simple ensamblaje o a medio terminar, en las mismas ciudades antes nombradas, aunado que en la "provincia", o pueblos no insertados en el proyecto, salvo algunas extrañas excepciones, se carecía de servicios fundamentales, aceleró y profundizó el proceso de concentración de población. El Estado, asociado al proyecto, en el sentido de dispuesto a prestar los servicios necesarios para que aquellos capitales viniesen, o lo que es lo mismo en actitud de servilismo, aumentó su inversión en aquellos espacios –puerto-urbe- para hacer más fácil las cosas. Con lo que aumentaba la demanda de empleo y la concentración de población.

Mientras que zonas como Anzoátegui, donde la actividad petrolera era febril, pero se consumía. Relativamente hablando, poco empleo, la inversión pública ha sido poco significativa, si hacemos las debidas comparaciones. Vale la pena mencionar que para la época de la explotación petrolera por parte de las empresas extranjeras y hasta ahora, pese a la importancia de la participación de este Estado en el ingreso nacional, poco significativo se ha hecho en materia de vialidad. La mal llamada autopista de oriente, sigue todavía siendo de Caracas y Miranda,

El valle de Caracas, ciudad una vez llamada "La sucursal del cielo", por la belleza del paisaje, la majestuosidad del Avila, cerro en cuyo regazo se asienta la urbe, bautizado así por los españoles que colonizaron el área o Guaraira Repano, como le llamaron sus primitivos habitantes y ha sido rebautizado por decisión del gobierno nacional, de un clima y temperatura envidiables, recibía los elogios de todos aquellos que a ella llegaban. Ajena a las altas temperaturas que predominan en el oriente del país o las variaciones drásticas de las zonas templadas.

JPC, "jodío pero en Caracas", lo que equivalía a decir "pero contento", era una expresión muy usual de los provincianos que vivían en la gran urbe venezolana. Como el narrador dijese del personaje central de nuestra novela "La Mudanza", elementos ya mencionados arriba, pero muy pertinentes para repetir:

"El, a unos cuantos había visto salir del pueblo casi en cueros.

Y luego regresar de visita, derrochando pinta, aires de regocijo y hasta felicidad. Como si la taciturnidad y abatimiento de antes hubiesen abandonado sus cuerpos después como ágiles y hasta erguidos".

Paulatinamente, en un lapso relativamente breve, los espacios planos disponibles en las faldas del Avila fueron ocupados y prontamente, las montañas aledañas que forman parte del mismo sistema, se poblaron. Con cualquier material disponible se hicieron casas y ranchos; las orillas de las quebradas y ríos, y hasta en parte de sus viejos cauces, se usaron para los mismos fines. Toda una improvisación que arrancó con el reventón petrolero y luego siguió con la economía de puerto y la asociación de ésta con la sustitución de importaciones. La permisividad, demagogia, populismo, irracionalidad y la incapacidad para dar respuestas adecuadas nos trajo a la Venezuela de Hugo Chávez. Con el agravante, que en las ciudades que siempre estuvieron al margen del festín, como las orientales de la zona norte costera, posteriormente comenzaron a sufrir más o menos los mismos padecimientos.

Hay algo más que es bastante conocido. La circunstancia de estar en una zona continental de bastante pobreza y la circunstancia verdadera o espejismo puro, según el cual somos un país rico, lo que es más relativo que otra cosa, hizo de Venezuela un atractivo.

Así como los desesperados y espantados de Ortiz, "La rosa de los llanos", se trasladaron a Oriente, los orientales a Caracas y al Zulia, los braceros en la novela "Las Viñas de la Ira", del norteamericano premio Nobel, John Steinbeck, a California, los de la costa Atlántica estadounidense al "wild West", durante la fiebre del oro, más recientemente de Latinoamérica al país del norte y los africanos a Europa, de los países vecinos se ha venido una importante población que se ha asentado primordialmente en Caracas, en las grandes ciudades. Se calcula que del total de la población actual de Venezuela, unos 24 millones de habitantes, un veinte por ciento es de origen colombiano. En todo ese proceso, que lleva más de setenta años, han prevalecido indiferencia, desorden, improvisación y hasta las triquiñuelas de la politiquería.

La distribución de la población venezolana que se refleja en las cifras de densidad aportadas al inicio, con todos los agravantes y peligros que ello encierra, fue pues el resultado del proyecto capitalista, atendiendo al interés de los capitales extranjeros fundamentalmente, que se puso en marcha en Venezuela.

Tal problema, diagnosticado en su momento, hace ya unos cuantos años, era del interés, desde el inicio, del proyecto que lidera el presidente Chávez, quien por diversos medios, formas expresivas y ejecuciones, ha reiterado su interés en impulsar un proceso de reacomodo. Y habrá que hacerlo, porque lo imponen la inteligencia, orden y hasta supervivencia de quienes viven, o medio viven, en medio de las dramáticas circunstancias que ahora caracterizan a la urbe.

Lo cierto es que todo espacio crítico, de alto riesgo, que la voracidad capitalista no se ha apropiado y reservado para sus negocios y hasta placeres, ha sido utilizado para improvisar viviendas; sin servicios adecuados, lo que ha ido erosionando suelos, cerrando cauce de ríos, que ahora, con el desorden climático que afecta al planeta, comienzan a reclamarnos su cauce.

Miguel Arcángel, abrazado a su mujer y dos hijos menores, elaboró esa poética frase que antes usamos, "el río nos reclamó su cauce", al explicar al periodista su experiencia. Construyó un rancho en las faldas del Ávila, en parte arriba de la quebrada Anauco. Nadie le orientó, tampoco buscó quien lo hiciese, sobre la peligrosidad que aquello envolvía; al contrario, un experto e insistente promotor de invasiones, como una forma de hacerse liderazgo, y servir a gente de allá arriba, le incitó a que, junto a otras muchas personas, hiciesen su vivienda en aquel sitio. Su vida transcurrió allí por doce años y, en ese empinado espacio, crió a sus muchachos. Nunca sospechó que la vida y la naturaleza le depararían una desagradable y angustiosa circunstancia.

En la noche, acompañando el golpear de la lluvia sobre el techo de zinc, escuchó un ruido que al principio imaginó como el sonar lejano de cientos de tambores. Lo localizó por encima del majestuoso cerro caraqueño, se asomó a una de las ventanas, miró hacia arriba, pero la oscuridad y la neblina que a esa hora eran espesas, le impidieron ver algo.

Pocos segundos después, transcurridos oyendo aumentar la intensidad del ruido, concibió que algo venía bajando desde la montaña y como la lluvia era copiosa, debía tratarse del agua acumulada allá arriba que se desplazaba por su cauce natural. Agarró su mujer y sus muchachos y, les llevó despavorido, hacia donde el torrente no les alcanzaría. Por suerte, pudo salvar su vida y las de los suyos, pero vio con dolor como el agua se llevó su casa y sus enseres, hacia la quebrada Anauco.

Y con Miguel Arcángel, miles de venezolanos, tanto en Caracas como en otros puntos del país, sufren los efectos de un comportamiento irracional, egoísta, que cercó y provocó a la naturaleza. Mientras los gobernantes, de los últimos cuarenta años, miraban aquello de reojo, complacientemente para amarrar los votos y hasta "arrimaron brasa a la candela".

Por eso, Miguel Arcángel, no un personaje de ficción, creado para justificar una protesta, sino tan verdadero que estuvo en alguno de los sitios donde arrojaban a los damnificados, reconoció el derecho de los ríos a reclamar sus espacios. Dijo, "el río nos reclamó su cauce", para reconocer la obligación del hombre, y en especial de las autoridades, de resguardar que los ríos, que "son la vida", como dijese el gran poeta español Jorge Manrique, deben ir "a la mar que es el morir".



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Eligio Damas

Militante de la izquierda de toda la vida. Nunca ha sido candidato a nada y menos ser llevado a tribunal alguno. Libre para opinar, sin tapaojos ni ataduras. Maestro de escuela de los de abajo.

 damas.eligio@gmail.com      @elidamas

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