Diálogo o catecismo

En este momento del proceso estamos obligados a ser más claros de lo acostumbrado con respecto a la distinción entre un gobierno y un gobierno revolucionario en una misma urna. El pueblo exige al gobierno un radical cambio de rumbo como idea de vida en vez de la anárquica huida del proceso como del continuo atormentarse por pura mediocridad que pueda convertirse en un método sistemático de conducta nacional.

La noción del proceso que tan frecuentemente la consideramos misteriosa e incomprensible, resulta ser tal, solo porque es fundamental para nuestra revolución, la revolución no puede dar un paso sin utilizarla; quienes en el gobierno piensan que pueden prescindir de ella solo afirmando que es un gobierno revolucionario se engañan a sí mismos y, para engañar al resto utilizan los catecismos políticos en vez de los diálogos y los debates.

Cualquier Estado es un sofisticado sistema de dominación que necesita de la sumisión del pueblo, de su renuncia total o parcial de sus libertades y de la autorización para mandar vía temor, interés o convicción. En el temor, interés o convicción hay mucho de ficción que hace que la gente legitime y crea que se trabaja solo para el pueblo expresando su voluntad. Esa ficción se profundiza en los catecismos políticos.

El dialogo debe presentarse para poder probarse y que ayude a volver explicito las normas generales de esta revolución sin imponer a la experiencia limitaciones con la contradicción y la crítica. El dialogo permite que la democracia se sustente en el protagonismo del pueblo hacia el poder popular participando políticamente no solo en época de elecciones. El rechazo al dialogo y a los debates significa inclinarnos hacia lo sencillo del catecismo político.

El catecismo político es más o menos arbitrario por ser una cuestión de elección que implica una reflexión relativamente trivial porque carece de definición por ser algo que la experiencia no dicta. Política catequista inconveniente o fantástica pero igual de inútil por la irresponsabilidad de la gente característica de estas democracias modernas o pacificas precisamente por la transformación del pueblo en una masa, sociedad o público, pero, siempre consumidor, que no se hace cargo de sus actos ni se compromete con la revolución.

El catecismo político utilizado está diseñado para la obediencia, la servidumbre y la sumisión del pueblo, masa o ciudadanía, manipulando su convicción para que espere algunas dadivas remachando la imposición de la cultura política con la magia que expresa la libertad y la soberanía revolucionaria.

Se promociona una actitud de espectador en un juego de pelota, no va más allá de las emociones, se divierte, participa o cambia de canal si algo le molesta así transita su vida y la del proceso ahí debería entrar el dialogo productivo que produce debates, allá arriba en el gobierno.

El dialogo puntual recuperara la democracia desvirtuada por el uso de tácticas mercantilistas promocionando ilusiones que luego en los catecismos políticos se los profundiza consciente e inconscientemente. Esta estrategia ha invadido de tal modo la política y la actividad pública que los diálogos han desaparecido por la veloz migración de la razón hacia las prácticas comerciales. La ignorancia, el individualismo y la indiferencia hacia la revolución es la evidencia de semejante fenómeno.

El catecismo político es un primer problema cuya respuesta debe encontrarse en algunas consideraciones ya sugeridas y muy sencillas que los funcionarios no aceptan porque los datos de sus sentidos (aunque tienen una existencia indudable son transitorios) cada una es exactamente lo que se experimenta desde su posición; ingenios fáciles para conocer indirectamente las cosas liberándose de las dificultades eso es una ilusión muy ingenua que nace de los procesos del pasado en donde la lógica del mercado no destronaba a la lógica política, hoy, es exactamente al revés.

Ahora, la capacidad de seducción está en el marketing político que le apuesta al convencimiento del electorado, es la materia prima que se maneja en vez de las ideas; por eso el dialogo político entre las bases del pueblo y el gobierno en estos tiempos es fundamental para enderezar el rumbo saltándose el espectáculo legislativo, participación que es toda emoción y sensación ante el cual los asambleístas y los dirigentes del pueblo que participan se eximen de responsabilidad.

En estas circunstancias los catecismos políticos llamados participación en la asamblea, foros y otras reuniones es una acción trivial con frecuencia irresponsable resultado primario de la propaganda política que transforma al pueblo en masa y viceversa, necesidad creada artificialmente por puro entusiasmo irreflexivo.

Los debates y las críticas que producen los diálogos, cuando son escuchados y sirven para mejorar la relación con el pueblo conducen a la verdad de las verdades revolucionarias de una manera puramente afirmativa.


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Raul Crespo


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