Arrancar de raíz al viejo Estado

Las instituciones son una lógica en la que circulan y funcionan creencias, mentalizaciones y prácticas que se consolidan. Las instituciones crean sus propias formas de reproducción, tienen maneras de sobrevivir y son capaces de perseverar en una larga agonía de muerte. Fíjense, a pesar de la Revolución Francesa, todavía hay Monarquías en el mundo, de modo que no es fácil destruir lo instituido y mucho menos construir una nueva institucionalidad.

Mi amigo Ernesto Laclau, teórico político argentino dice que toda revolución en su primera fase es populista. El populismo no es intrínsecamente ni bueno ni malo: «Los que asocian el populismo con la demagogia o con la turba son los mismos que quieren reducir lo político a lo meramente administrativo; los que quieren sustituir un gobierno plural por un gobierno de tecnócratas», sostiene este pensador.

El populismo es un momento de gran auge de masas y expresión continua de los sectores populares que, al aglutinarse alrededor del líder avanza en la conquista de los derechos que le había sido negados por el poder constituido.

Se trata del momento en que el aparato institucional de una sociedad se está desintegrando y tiene que reconstruirse a partir de la fuerza dada por la legitimidad del líder. Pero de ese momento se pasa o al poder constituyente del pueblo o a la burocratización institucional del liderazgo. Por ejemplo, si visualizamos el caso del Peronismo en Argentina, veremos que Perón llegó a ser un gran líder, pero no logró articular nuevas instituciones que llevaran al pueblo (“los descamisados”) a ejercer formas reales y articuladas de ejercicio del poder constituyente.

Entonces, ¿Por qué se supone que estamos en una nueva etapa del proceso?: Porque, o de verdad rompemos con las instituciones de la vieja República y construimos un nuevo Estado, o ese viejo Estado se recompone, regenera su lógica y nos aplasta y volvemos a lo mismo, independientemente de los que dirijan el aparato del Estado.

Esta tensión que existe entre el poder constituido, que es representativo, y la posibilidad de una nueva relación de poder, es la que nos estamos jugando. Es la vida de este proceso y la posibilidad de que sea realmente revolucionario. Cuando hablamos de Poder Constituyente y de consejos comunales, estamos hablando de un doble movimiento, de la posibilidad de articular un significante material (los consejos comunales) que encarne la potencia del poder constituyente. Potencia que resitúa lo político y acelera el tiempo social. Rompiendo con la congelación conservadora del tiempo institucional.

Sabemos que ha existido una brecha histórica entre el Estado y los ciudadanos y ciudadanas. Hay desconfianza entre el ciudadano funcionario que se siente Estado en cualquier instancia, dimensión o capacidad, y el ciudadano que no se siente Estado. Es la misma desconfianza que existe entre quien se siente parte del movimiento popular, cuando va a hablar con quien se supone que es representante de ese ciudadano ante el Estado. La paradoja actúa como que si el Estado fuera distinto a mí y yo tengo que lograr una alianza con él. Esto es producto del extrañamiento y la separación que engendra la forma Estado en el capitalismo.

Esa es una contradicción en la que la fuerza constituyente se desgasta. Por ello, o activamos el poder constituyente de la potencia generadora, o si no, tendremos un Estado burgués con sentimiento de culpa y, en el mejor de los casos, una sociedad un poco más justa. Pero yo no creo sólo en una sociedad más justa por sí misma. No, porque me sitúo del lado de los que creemos en la libertad y la emancipación. Nosotros no somos tecnócratas, no aspiramos a manejar un léxico corporativo vaciado de pasión revolucionaria, sino que queremos arrancar de raíz al viejo Estado.

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Juan Barreto

Periodista. Ex-Alcalde Metropolitano de Caracas. Fundador y dirigente de REDES.

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