Lo malo del cesarismo no es el César

A Reinaldo Iturriza

Shakespeare, en su Julio César, hace que Antonio increpe a los culpables la perfidia de sus intrigas y la vileza de su traición. No más infame pudo haber sido la muerte del monarca. La ingratitud trapera le costó la vida al César, salvador y protector de la existencia de la República Romana como de sus supremos fines. En una brillante muestra de ironía, el amigo leal acusa con peregrinas loas a los responsables, Bruto y Casio, del monstruoso crimen:

¡Ayer todavía, la palabra de César hubiera podido hacer frente al universo! ¡Ahora yace ahí, y nadie hay tan humilde que le reverencie! ¡Oh señores! Si estuviera dispuesto a excitar al motín y a la cólera a vuestras mentes y corazones, sería injusto con Bruto y con Casio, quienes, como todos sabéis, son hombres honrados. ¡No quiero ser injusto con ellos! ¡Prefiero serlo con el muerto, conmigo y con vosotros, antes que con esos hombres tan honrados! 

Si reflejamos la coyuntura actual en las palabras de Antonio podríamos afirmar, incluso, que a Julio César, “líder indiscutible” de un proceso, lo asesinaron por lealtad, por la ardiente fidelidad que profesaban sus seguidores hacia sus ideas, por lealtad y observancia a sus principios, “por amor”.

 Mientras más se concentra el poder más abstracto se vuelve y, por tanto, se hace más fácil de eliminar también. Esta “eliminación” o “esterilización” del caudillo no produce, sin embargo, un vacío que vendría a ser llenado, utópicamente, por el pueblo tumultuoso y ávido de libertades. Más bien, permite que las fuerzas oscuras de los pasillos y salones, que antes permanecían hasta cierto punto contenidas, produzcan una nueva jerarquía mucho menos clara y amorfa, donde lo que en un principio era transparente y macizo se convierta de pronto en opaco y despreciable. Así paso con el peronismo y su “partido único de la revolución”.  

Mientras más colectiva sea la soberanía, es decir, mientras más personas tengan la facultad real de tomar decisiones, más fuerte se hará un Estado. Esta es la ventaja de la democracia –que más que un sistema, es un horizonte de emancipación–, que puede llegar hasta incluir en sí misma, sin que medie ninguna contradicción, al cesarismo como elección soberana de las mayorías. El cesarismo, aunque antiliberal, no es antidemocrático por naturaleza, es, más bien, un escenario en el que puede fácilmente caer el poder popular por miedo al mando de sí mismo. Por ello, el caudillismo a la larga –a la corta a veces– es lo más peligroso para el caudillo y, sobre todo, para quienes le aclaman.

El “chavismo sin Chávez” no necesita de la ausencia del Comandante; de hecho, funciona ya perfectamente con él a la cabeza de un aparato que cada día se vuelve más difícil de manejar. La reforma vendrá sólo a afirmar esta verdad. Chávez, a duras penas, dirige ahora lo que hacen realmente sus ministros –la cantidad de sermones y jalones de oreja en público es un síntoma evidente de esto. La creación de vicepresidentes por competencia o territorios vendrá a acentuar está brecha entre el poder del presidente y el funcionamiento real del Estado, creando una nueva capa de burocracia entre los estamentos de la administración pública y el poder de decisión soberana encarnada en la figura presidencial; decisión que, así, no podrá producir puentes sino abismos entre lo Múltiple y lo Uno. La reforma apuesta, sin dudas, por el centralismo burocrático en desmedro de la capacidad de decisiones orgánicas del Jefe de Estado, y de que estas decisiones conformen una sola máquina con las comunidades organizadas. Muy lejos estamos de las UBES y de los Círculos Bolivarianos. Los mandarines, rastacueros y oportunistas estarán felices.  

Y se verán autorizados en la misma respuesta que dio el traicionero Brutus para justificar el magnicidio –¿por qué me he alzado contra el amigo?–: "No porque amaba a César menos, sino porque amaba más a Roma". Esta frase, mutatis mutandi, seguramente la escuchemos algún día salir de la boca de lo hombres más cercanos al Presidente. Tanta zalamería es sospechosa.

La única forma de que el César no sucumba ante la perfidia del entorno no es dándole a éste más poder, sino hacer que su poder sea –para usar el acertado concepto de Roland Denis– “equivalente” al poder popular, único capaz de aplastar las hienas y serpientes que rodean, siempre, a todo caudillo. Quitarle el exceso de poder a Chávez es salvarlo a él y a nosotros.

  En este sentido la reforma constitucional hace lo opuesto, y no beneficia a Chávez ni mucho menos al poder popular –que será, de ser aprobada, sólo el usufructuario constitucional del 5% de las riquezas del país–; la reforma constitucional beneficia sobre todo al oscuro y mediocre entorno del Presidente, que aunque de baja estofa no es por ello menos peligroso. La reforma únicamente va aislar más al Líder en las alturas de un poder cada día más discursivo y progresivamente inorgánico, hasta tener un poder de mando absoluto a la vez que inoperante, ¿mandará?, sí; ¿gobernará?, difícilmente.

El peligro está en que por está vía podría terminar por volverse en algo mucho peor que un dictador, su contrario: un comandante absoluto de un mando inútil. Remember Bolívar?

La reforma no sólo atenta contra el poder popular, atentaría sobre todo contra el caudillo al congelarlo “indefinidamente” sobre la fría superficie de un Estado que descansa en el delgado hielo de la chapucería. La reforma servirá únicamente para convertirse en el acicate de un problema que ya se vuelve inmanejable: una burocracia inservible y gigante, el enorme monstruo de los errores revolucionarios. Si Chávez no quiere convertirse en un globo que flota en lo muy alto del firmamento, llevado por las traviesas manitas de su nomenclatura, debe evitar las trampas implícitas en la reforma y revertir el proceso de concentración de poder. ¡Cuidémonos también de los idus de diciembre!

 Ernst Jünger decía: “una voluntad única produce sólo una burocracia total”, el centralismo y el mandarinismo exacerbados de la reforma apuntan en la dirección de este terrible designio. ¿Y cuántos Brutos y Casios no anidarán en la sombra de esta reforma? Las fuerzas contra-constituyentes, que lamentablemente se hacen cada día más fuertes, podrán por fin adherir, mientras se visten de rojo, al viejo ideal adeco: mejor que las revoluciones son las reformas, “continuas” o no. Mientras tanto el César, como siempre ha sido en la Historia, deberá cuidarse más de sus amigos que de sus enemigos.

Erik Del Bufalo
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Erik Del Bufalo

Profesor de filosofía, textor, crítico sociocultural. "No me escuchen a mí, escuchen al logos."

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