Mi artículo 3000 en Aporrea. Los temblores de Cumaná y la tía Panchita

En 1997, en un diario barcelonés, una foto de primera página, mostraba a varios pacientes del Hospital Universitario Antonio Patricio Alcalá (Huapa), de Cumaná, en plena calle. Un sismo de 5.1 en la escala de Richter, producido un día lunes 10, a las 3 a.m. aproximadamente, con epicentro en la población de Cariaco, aterrorizó a la población; tanto que las autoridades del centro asistencial que lleva el nombre del sacerdote tío del Mariscal Sucre, tuvieron que desalojarlo. Este acontecimiento me motivó a escudriñar en mi archivo hasta localizar una especie de introducción de un largo cuento o una novela corta, que escribí unos años atrás, fundamentado en un hecho cierto del año 1929, cuando un terremoto de 7 en la escala, destruyó casi toda su valiosa arquitectura colonial de ciudad primigenia. Esa ciudad mía, pareciera estar montada sobre un tobogán o arenas movedizas. En mi época joven uno se acostumbró a ellos, tanto que hacían las veces de reloj, como el pito de los "Telares" o las enlatadoras de sardinas, anunciando el inicio o fin de la jornada de trabajo. Mucho antes que yo y mis hermanos naciésemos, mi tía Panchita casi jugaba con ellos.

Tanto era eso así que, los cumaneses de mi tiempo teníamos como fobia a determinadas cosas, por ejemplo, ver sillas atravesadas en medio del camino que llevaba a las puertas. Los espacios para salir corriendo debían estar libres.

Coloco este trabajo ahora como un artículo en Aporrea. Org. de manera muy estudiada, por una circunstancia muy especial, estar llegando a la cifra de 3000 publicados en este medio, desde el 2007, lo que a un promedio de 5 cuartillas, dado que suelo escribir largo, serían unas 15 mil cuartillas, que si las dividimos en 200, lo equivalente a un libro un libro nada corto, daría unos 75.

Y hago esto, como dije, de manera estudiada, porque según mis planes, habiendo llegado a la cifra de los 3000 artículos, dadas las limitaciones de la edad, es posible me tome un descanso y quiero que este trabajo y momento sea una oportunidad para volver a mis viejas querencias y amores. Lo que no significa dejar de publicar, sino que lo haré de manera más pausada y muy estudiadamente.

Por ejemplo estoy trabajando con cierto cuidado lo relativo a los gobiernos de Pérez (CAP) y Chávez, sobre lo que ya he publicado dos partes y todavía falta. Pero eso hay que hacerlo con cierta pausa, pues vale la pena y no limitarme a simples y ligeros comentarios. Se trata de un tema, desde mi perspectiva que debe ser estudiado con detenimiento para aclarar los caminos, pues la lucha sigue, tanto que "todavía la espada de Bolívar camina por América Latina", pero esto hay que hacerlo acertada y responsablemente. Nada de decir cosas por satisfacer o dañar a nadie, sino con el fin de ayudar a quienes pongan su empeño y buena fe en hacer las cosas en correspondencia con la realidad.

Los 3000 artículos no incluyen 133 publicados bajo el seudónimo de Armando Lafragua, mis 6 novelas, numerosos ensayos, un libro de historia regional, cuentos, unos de los nombrados trabajos no publicados y más de un millar de artículos, insertos en las ediciones, antes del 2007, si mal no recuerdo desde 1970 en la prensa regional de Anzoátegui.

Hago esto de manera estudiada, porque según mis planes, habiendo llegado a la cifra de los 3000 artículos, dadas las limitaciones de la edad, es posible me tome un descanso. Lo que no significa deje de publicar, sino que lo haré de manera más pausada y muy estudiadamente. Por ejemplo, estoy trabajando con cierto cuidado lo relativo a los gobiernos de Pérez (CAP) y Chávez, sobre lo que ya he publicado dos partes y todavía falta. Pero eso hay que hacerlo con cierta pausa, pues vale la pena y no limitarme a simples y ligeros comentarios. Se trata de un tema, desde mi perspectiva que debe ser estudiado con detenimiento para aclarar los caminos, pues la lucha sigue, tanto que "todavía la espada de Bolívar camina por América Latina", pero esto hay que interpretarlo acertada y dialécticamente. También tengo en la "mitad del camino" una novela sobre los guerreros orientales de la independencia

Al mismo tiempo, como ya es mi costumbre, quiero mostrar mi afecto profundo por los mismos amores y el bello espacio donde tuve la fortuna de crecer y empezar a conectarme con la vida; esa difícil de quienes no tuvimos oportunidad de tener cuna, alcoba como las que todos los niños merecen, pero si la de conectarnos con personajes bellos, casi mágicos, como "La tía Panchita", la que desapareció por años a causa de la diáspora provocada por el terremoto de 1929 y quienes aparecen en mis novelas "Los perdedores, "El crimen más grande del mundo", "La mudanza" y "Cuando quisimos asaltar el cielo".

Quiero agradecer a los amigos Oscar Heck y Juan Veroes, el recordar y darle valor a este hecho, la publicación de mi artículo 3000, una cifra bastante alta. Juan Veroes, esta vez, creo que reponiendo el trabajo de Heck, resalta esto por segunda vez.

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La tía Panchita


La tía Panchita fue para toda la familia un fantasma que vivía entre los vivos. Su espíritu deambulaba entre nosotros. Estaba en las conversaciones diarias; en las paredes, en el sabor de las comidas; aún en la nada insípida agua generosa de la pila que surtía al barrio todo y donde debíamos ir varias veces al día, portando una perola de aquellas de manteca "Los tres cochinitos", para llenar el barril o cilindro de la casa, el cual podía ser de madera o metálico; en los momentos de correr o reír por los temblores; entre las fichas de la bolsa para que uno cantase lotería, en las tertulias en la playa y hasta en la travesía del manglar.

Era como una manera de no aceptarla muerta, que la violencia del terremoto se la hubiese llevado al otro mundo. Sólo que no estaba; y por eso se hablaba interminablemente sobre sus habilidades o sensibilidad extraña para detectar los más sutiles movimientos de la tierra mucho antes que los demás los sintiesen en el pendular de las lámparas, el caer de objetos de armarios o repisas y el ondular del suelo. Y cómo era capaz de predecir hasta la hora y punto que se harían sentir. Y en su dar recomendaciones para evitar tropezones o encontrones al momento de salir, siempre entre risotadas y guachafitas, hacia espacios abiertos.

Y el "sí la Panchita estuviera", se oía a cada momento y con la menor excusa.

Lo extraño, por lo menos para los muchachos, era que en casa o mejor, en ninguna de las casas de la familia, que desde que Panchita se esfumó, se había ramificado, no había una foto de ella; ni siquiera un dibujo que la recordase. Entonces uno inventaba tantas figuras de Panchita como tantas veces la evocábamos. Y es bueno decirlo, que por lo menos entre los niños de su familia, competía por el fervor y la adoración con el abuelito del mar. Y uno juraba por la bolita del mundo, el abuelito del mar y por la tía Panchita.
De modo que para nosotros, Panchita era algo más que una tía. Porque estaba siempre en el medio de nuestras vidas y porque esos temblores, que en aquella época eran de verdad el pan de cada día, hacían imposible que uno la olvidase.

La tía Panchita nunca se fue y menos desapareció del núcleo familiar. Porque cuando tomé conciencia de mi existencia, varios años después de su desaparición, que es como decir el comenzar a entender y recordar lo que me decían, se hablaba de ella como si por allí anduviese y otros años más tarde, todos en la familia hablaban con ella. Y en cada casa, de una forma u otra, tenía asiento en la mesa y se le consultaban las cosas más íntimas y de extrema delicadeza. Qué si es bueno el noviazgo de fulana y hasta los resultados del béisbol. Y en cada casa había una habitación, sin importar comodidades o dimensiones, que esperaba por Panchita.

La tía Panchita y los temblores casi marcaron nuestra vida de niños. Y los niños de la familia sentíamos una ventaja sobre los demás habitantes del barrio; Panchita era nuestra y pese la solidaridad natural que de nosotros emanaba, no sentíamos deseos ni podíamos ofrecer a la plegaria de ellos, porque sólo nosotros sentíamos su calor y presencia.

Cuando la vimos, ya doblada por la edad y ausente la alegría en su rostro, no la reconocimos. Porque para mí, que para el momento de su retorno era aún un infante, la Panchita de carne y hueso, era otra; y otra, la Panchita fantasma, que contaba temblores y se embelesaba oyendo el taconear de las botas relucientes de los soldaditos con sus máuseres al hombro y su marcha hacia la curva, donde el mundo se le escondía.



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Eligio Damas

Militante de la izquierda de toda la vida. Nunca ha sido candidato a nada y menos ser llevado a tribunal alguno. Libre para opinar, sin tapaojos ni ataduras. Maestro de escuela de los de abajo.

 damas.eligio@gmail.com      @elidamas

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