La valentía y dignidad de Carlos Meyer, son valores intrínsecos en la mayoría de los venezolanos (XX)

Cuando el germano-venezolano Carlos Meyer vio que la patria de su padre estaba necesitando de los hijos para defender su territorio, él no lo pensó 2 veces y se ofreció voluntariamente ir al combate como soldado, aunque sabía que esa decisión lo pondría a correr el riesgo de perder su vida, claro, aquello era más que suficiente para que cualquier otro hombre rehuyera pasar cerca tan solo de un cuartel, pero seguro fue el espíritu de dignidad heredado de su madre lo que hace aceptar tan grave compromiso, pues bien pudo, legalmente, no asumirlo. El lector de inmediato tendrá que darse cuenta la valentía que hay que tener para asumir la responsabilidad de un acto como el de ofrecerse voluntariamente ir a la guerra; pues eso hay que sentirlo que fluye de un alma noble. Continuemos entonces, con la historia de este maracucho.


El 11 de noviembre de 1918, Alemania firma el armisticio de Rethondes, lo que decreta la victoria de sus adversarios en el conflicto que duro más de 4 años y que dejó casi 10 millones de combatientes muertos.
Carlos Meyer retornó a su hogar en Wansbeck y tomó las riendas del negocio cafetalero, pero la situación económica no era favorable. Su padre Johannes, ya con 60 años, estaba bastante enfermo y murió en diciembre de 1921. En 1926 Meyer decide regresar a Venezuela. Sin embargo, el país ya no dependía del café sino de una materia prima más codiciada: El petróleo. Se establece junto con la familia de su madre y se encarga de varios negocios. Venezuela era gobernada por el General Juan Vicente Gómez quien fue uno de los forjadores, en 1920, del cuerpo aéreo del Ejército venezolano. Fue cuestión de tiempo para que ambos se conocieran. Carlos Meyer renueva su deseo de volar en 1931. Su intención se capitalizó cuando visitó a Florencio Gómez, hijo del Presidente Gómez a quien le gustaba la aviación, y le revela sus planes de surcar los cielos venezolanos. El General Gómez conoce sobre la petición y la aprueba su ingreso al cuerpo aéreo nacional, pero como Meyer tenía 14 años sin volar, Gómez lo envía a Nueva York para que actualice sus conocimientos.

A finales de año vuelve Meyer y presenta un informe titulado "Viaje de estudios", al poco tiempo es designado subinspector e instructor, además se le reconoce el título de Teniente alcanzado en Alemania. Los Gómez preferían contar con Meyer como ejemplo para los aviadores venezolanos y que no volara a sus 37 años de edad. Carlos Meyer les convence para volar aviones no militares. El 27 de noviembre de 1933, Meyer alzó vuelo en Maracay junto con el mecánico Héctor Arias en un viejo modelo Stearman. Efectuó varias maniobras y el aparato no soportó las piruetas del venezolano y se rompió una de sus alas. La aeronave entró en barrena y cayó en espiral sobre lo que es hoy Las Delicias. Meyer tenía 38 años.
La noticia de su muerte llegó hasta el Gobierno alemán. El ministro de la aviación alemana, Hermann Göering, quien fue su "Kamerad" y último comandante, delegó una comisión a Venezuela. Partió así el zuliano Carlos Meyer hacia su último vuelo. Sus cuatro derribos confirmados y otros tres que no lograron certificarse lo convirtieron en As. El legado de Meyer es y seguirá siendo muy importante para los pilotos militares venezolanos. Sus logros son un ejemplo de dedicación y pasión por la aviación militar. Muchos lo han tomado como ejemplo, de hecho, una de las condecoraciones de más alto prestigio dentro de la Aviación Militar Venezolana es la Orden al Mérito Carlos Meyer Baldó. Los restos de Meyer descansan en el Cementerio General del Sur en Caracas. El Teatro de la Base Aérea Rafael Urdaneta en Maracaibo lleva su nombre y un busto en su honor fue develado en Maracay; no dejó hijos. Se enorgullecía ante los alemanes de su origen venezolano y les contaba con vehemencia sobre su gente venezolana, mujeres bellas y hombres de valía, y de la extraordinaria belleza natural de Venezuela y de sus inmensas riquezas minerales. Carlos Meyer fue otro venezolano que hizo conocer lo bravío de este pueblo, bendecido por Dios.



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José M. Ameliach N.


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