Escualino, Quintino y el Golpe

—¡Epa, Escualino, no te veía desde el día del golpe! Me imagino que estabas escondido; como ibas al frente de la marcha, tendrías miedo de que también te acusaran de golpista.

—¿De cuál golpe me hablas, Quintino?

—De cuál va a ser. ¡El del 11 de abril, Escualino!

—Lamento mucho desilusionarte, Quintino; pero el 11 de abril no hubo ningún golpe.

—¡Esta bien, Escualino! Yo sé que ustedes, los que se oponen a Chávez, son personas muy cultas; al contrario de nosotros, los que lo apoyamos. Me refiero al intento de sustituir al Presidente por la vía de la renuncia coaccionada con la que pretendieron justificar todo el plan que estaba elaborado de antemano por el “Hermano Mayor”.

—No se a qué te refieres, Quintino; porque si algo ha demostrado la oposición a este gobierno es su profundo sentido constitucional, como lo acaba de corroborar el Tribunal Supremo de Justicia. Los legos jurídicos son ustedes —¡No esperábamos menos!— que no pueden distinguir el esfuerzo patriótico por llenar un vacío de poder, de un “vulgar golpe de estado”. ¿Es que acaso hubo un solo disparo, o algún militar se auto designó presidente?

—En eso de lo de “legos” si tienes razón, Quintino; a pesar de lo que digan, para nosotros no fue más que un “vulgar golpe de estado”. Y después de esa “brillante decisión” nos quedaremos sin Tribunal Supremo de Justicia.

—¿Por qué, Quintino?

—Porque me imagino que con la jurisprudencia establecida, a los magistrados que la aprobaron, los llamarán a ocupar las cátedras de Derecho Constitucional de las mejores universidades del mundo. Más de un especialista debe estar solicitando un cupo para los post grados que dictarán sobre la materia.

—¡Se las da de “mamadorcito de gallo”, Quintino!

—¡En ningún momento, Escualino! Nosotros reconocemos la capacidad, donde quiera que ella se encuentre. Desde ahora en adelante, lo de “supremo” no se corresponderá con la jerarquía del tribunal; sino con el esfuerzo intelectual que debieron de realizar, para pretender justificar el fallo. Ahora les será más fácil demostrar que fue Chávez el que disparó desde el Puente Llaguno.

—¡No sería él quien disparó! Pero ya lo tenemos “montado en la olla”, porque está probado que los militares actuaron para proteger al pueblo de la masacre que Chávez pretendió desatar con la activación del Plan Ávila. Además, también vamos a probar que fue por su culpa que se produjeron los muertos de ese día; así podremos acusarlo de cometer un crimen de “lesa humanidad”.

—¿Cómo lo van a probar, Escualino?

—¡Con los videos de los asesinos del Puente Llaguno, Quintino!

—¡Pero es que esos videos son un montaje, Escualino! Se ven las imágenes de las personas disparando; cortan y luego se ven los heridos; luego, la televisión anuncia una cantidad de muertos que nunca han podido comprobar. Lamento, como cualquier venezolano, que se hayan producido estas muertes; pero, más lamentable resulta su utilización política. El verdadero crimen de “lesa humanidad” lo constituye la premeditada y persistente pretensión de engañar a este pueblo; sólo para que algunos logren prebendas políticas y otros beneficios económicos.

—No hay ningún truco, Quintino! Yo veo, todos los días, las imágenes por televisión.

—Escualino, siga creyendo en todo lo que ve en televisión y un día de estos le va a amanecer el Parque Jurásico en el patio de su casa.

—¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Muy gracioso! No le veo el chiste, Quintino.

—¡Es que no lo tiene, Escualino! Es lamentable este comportamiento irracional de ustedes. Acusan a Chávez de fascista y los que utilizan las técnicas fascistas de propaganda política son ustedes.

—¡Estás respirando por la herida, Quintino! ¡Chávez no nos dura de aquí a diciembre! ¡No importa cómo lo saquemos!

—¡Ahí es donde está la gravedad de la situación! A ustedes no les importaría lanzar una bomba atómica sobre el país; si ello fuera necesario para salir de Chávez.

—En la guerra y en el amor, todo se vale, Quintino.

—¡Pero, si no estamos en guerra, Escualino!

—Ustedes no; pero nosotros sí. Es de vida o muerte, sacar a Chávez ¡La forma es lo de menos!

—¡Claro! ¡Claro! ¡Claro! Cómo les falló su intento “para restituir la democracia” por la vía de “un simple, vulgar e internacionalmente reconocido golpe de estado”, ahora se valieron de sus “recursos judiciales”.

—¡Entonces, Quintino! ¿Para que se tiene el poder, si no es para usarlo?

—Ahí también tienes razón, Escualino. Chávez está en el gobierno; pero, el “poder puntofijista” continúa intacto, y lo acaban de demostrar.

—¡Por supuesto, Quintino! El poder es como una mordida de morrocoy.

—No lo entiendo, Escualino.

—¡Aunque le corten la cabeza, no suelta el pedazo! Perdimos el gobierno; pero la mayor parte de nuestra gente continúa firme en sus puestos de lucha. Con la CTV en nuestras manos, cuándo nos la sacan; además, los engañamos a ustedes haciéndoles creer que habíamos saltado la talanquera. No ves que Chávez se comió el cuento de que todos los militares estaban con él, hasta que le metimos el susto. Nos sacó algunos; pero todavía nos quedan.

—No tengo más remedio que volver a darte la razón, Escualino; “además de barrigón con lombrices”.

—Ahora el que no lo entiende soy yo, Quintino.

—Que ustedes, además de la ayuda externa, cuentan con los infiltrados y los traidores.

—¿Cuáles traidores, Quintino?

—¡Los que vendieron sus imágenes de incondicionales con Chávez y este proceso, y sólo utilizaron sus posiciones para los negocios personales, la colocación de su gente de confianza y la preparación del golpe de estado.

—Vuelves con lo mismo, Quintino. ¿Cuántas veces tengo que repetirte que no hubo golpe de estado?

—Lo puedes repetir cuantas veces como tu lo necesites para creerte esa mentira; pero la OEA, la ONU, el Grupo de Río, e infinidad de gobiernos del mundo así lo han calificado.

—¡Es que a nosotros no nos interesa lo que piensen los demás! Lo único que nos importa es lo que le hagamos creer al pueblo venezolano.

—¡Ahí es donde están equivocados! Siguen creyendo que el pueblo es tan ingenuo como hace cincuenta años atrás. Este es un pueblo que conoce sus deberes y derechos como nunca antes en nuestra historia. Gracias a Chávez, nuestra Constitución es el mayor éxito de librería que haya tenido alguna publicación en este país.

—¡Y eso que nos importa! Si todos los días le repetimos por televisión que Chávez es culpable de la masacre del 11 de abril, terminarán creyéndolo y rogándonos que los liberemos de él.

—¿Qué los hace sentir tan seguros, Escualino?

—Tu los has dicho, Quintino: ¡La propaganda política! ¿No te has dado cuenta, Quintino, que cuando estás en lo mejor de la novela, se interrumpe para un avance noticioso en el que se destaca alguna barbaridad de este gobierno? ¡Tanto va el cántaro a la fuente que al fin se rompe!

—Sigan creyendo, Escualino. “El cántaro de esta revolución” ya no lo rompe nadie, aunque le metan una zancadilla a quien ahora lo lleva. Si cae, sobra quien lo ayude a levantar; además, a la única fuente a donde va a llenarse es aquella de donde mana el alma de este pueblo, que no va a dejar que nadie se lo arrebate: ¡mucho menos que se lo partan! Mientras ustedes lo mantuvieron engañado durante cuarenta años, Chávez le mostró de lo que era capaz y el 13 de abril pudo comprobarlo. ¿Creen que el equipo va ha aceptar que le quiten al único entrenador que les ha permitido ganar un juego! ¡Desengáñese, Escualino, que si hay angelitos negros! Lo que pasa es que a nosotros nos cuidan y a ustedes los espantan.


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Luis E. Rangel M.


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