La locura consumista

De cómo Panchito Mandefuá cenó en el Sambil


-A mí estos muchachos sí que no me engatusan. Les doy un pan con jamón, cocacola pa´pasá el tarugo y me los llevo pal Sambil: ¡a chupá vidrieras parejo!

La expresión de esta madre venezolana, a quien llamaremos Senovia, es, en sí misma, una completa clase de sociología aplicada a la realidad posmodernista venezolana. No sólo la querendona madre proporciona la mala alimentación plena de nitritos y nitratos del jamón y el terrible ácido fosfórico de las colas negras para convertir a sus hijos en marranitos obesos, diabéticos, cardiópatas e infelices: culminado el ritual de envenenamiento, sale disparada a embutirle a los críos su generosa ración de consumismo, alienación y frustración social. Los centros comerciales, devenidos en modernos y agradables templos del consumismo están diseñados para que Usted, despreocupado lector (a), no salga con su bolsillo ileso: cuando menos alguna baratija se irá con usted. Por eso Senovia, mamada física e intelectualmente, volverá a casa triste y vacía. Lo malo es que, para pasar la pena, encenderá la televisión para volver a enajenarse; así “la burra vuelve al trigo” en un eterno-retorno.

De esta manera transcurren  las horas y los días de muchos venezolanos que, saliendo de la pobreza gracias a la política inclusiva del Estado, caen rehenes inmediatos de los numerosos e invictos aparatos de propaganda, que hacen creer que la gente vale por lo que tiene y proyectan la imagen de un muy huxleyano mundo feliz pleno de clichés, estereotipos, medias verdades y mucha, muuuucha estética.

Pero donde se monta la gata en la batea, ¡ay papá!, es en el mes de diciembre. Luego del expectante juego del suspenso que responde a la pregunta de ¿cuándo pagan los aguinaldos?, masas sudorosas invaden los centros comerciales que, previamente surtidos y prolijamente publicitados por todos los medios, aguardan impacientes para dejarnos desplumados. Historias de terror, por ejemplo, dan cuenta de un honesto servidor público que dejó el cuero (y el dinero) pegao para comprar un ridículo Santa Claus de metro y medio que, abandonando su cultura nórdica, movía salsosamente la cintura al tiempo que desde su barriga se entonaba la estrofa “…yo no olvido el año viejo”…  Y todo para no ser objeto de una medida hogareña de expulsión por parte de su amantísima esposa e hijos.

Ni qué decir de la familia perfecta que destinaba en su cena un puesto vacío, pero un plato lleno de comida que luego se botaba, para un Espíritu de la Navidad que maleducadamente nunca hacía presencia. O de los incautos que suponen un venidero año forrados de billetes gracias a las pantaletas amarillas; o viajes a todo el mundo si en la noche de Año Nuevo corremos cargados como burros con las maletas a cuestas: todo un mosaico, hay que decirlo, homenaje a la candidez estúpida de quien es víctima del fetichismo consumista.

Y si Panchito Mandefúa estuviera vivo (recordemos que el bondadoso niño fue a cenar al cielo con el Niño Jesús gracias al arrollamiento de un carro que lo volvió picadillo en el grotesco cuento de José Rafael Pocaterra), es probable que hubiera deseado ir a la cena navideña de un centro comercial, donde la gente abandona su condición humana para convertirse en un frío y muerto número de las estadísticas de venta de los mercaderes. 

pegenie@hotmail.com



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Pedro Gerardo Nieves

Autodidacta. Comunicador popular, coordinador de la Brigada de Agitación, Propaganda y Comunicación Florentino del PSUV Barinas, vocero de la Guerrilla Comunicacional Florentino, delegado de formación de la Escuela Nacional de Formación Socialista "Hugo Chávez" del PSUV.

 pegenie@hotmail.com

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