En el año
1942 el Dr. Beltrán Perdomo Hurtado - padre de crianza de mi progenitor-,
siendo Miembro de Número de la Academia de Medicina y profesor titular
de la Facultad de Medicina de la UCV, renunció a esa casa de
estudios por considerar que “la gente estudia medicina no para
salvar vidas, sino para ser un buen bodeguero”. Esta percepción de
mi abuelo, emitida hace sesenta y nueve años, no sólo no ha cambiado
nada sino que ha adquirido ribetes que resultan preocupantes.
Las políticas
neoliberales que se impulsaron en el país a partir del año 1980,
en forma deliberada debilitaron sostenidamente el servicio de salud
pública. Los presupuestos de los hospitales se recortaron, el mantenimiento
y equipamiento se echaron al olvido, todo ello en perfecta sincronización
con el desarrollo paralelo de la prestación privada de los servicios
de medicina, soportado este desarrollo en el apuntalamiento fiscal representado
en cuantiosísimas sumas erogadas por el estado venezolano en pólizas
HCM para beneficiar a sus empleados públicos, y cuyas coberturas terminaron
y terminan directa o indirectamente en las cajas fuertes de la
medicina privada. Y si a esto unimos la denuncia del desmantelamiento
y robo de equipos de los hospitales públicos, para engrosar muchos
de esos equipos a los servicios de las clínicas privadas, entonces
nos damos cuenta que en casi 70 años se ha sofisticado la profesión
de estos bodegueros. Hasta acá no he descubierto nada que ustedes
no conozcan.
En la Asamblea Nacional reposa desde hace años un Proyecto de Ley que aspira regular las tarifas cobradas por las clínicas privadas. Ese mismo Proyecto ha tenido un desarrollo bastante errático, ya que por momentos se desempolva, y por otros se mete en el congelador. Actualmente reposa en el rincón más olvidado y frío del refrigerador. Este Proyecto de Ley sólo aspira regular las tarifas de las clínicas, incluyendo los honorarios profesionales, sin embargo, nuestra experiencia nos señala que la comercialización de la medicina en Venezuela ha adquirido ribetes tan indeseables, que ésta estaría en condiciones de burlar cualquier regulación por severa que ésta pueda ser, en detrimento del usuario.
En el año
1987 mi esposa tuvo un aborto espontáneo. Fue atendida por un famoso
obstetra llamado Pancho R que atendía en una clínica de Caracas que
está situada en un “campo de flores”. El día del procedimiento
médico-quirúrgico esperé en una sala para el público, situada frente
al consultorio de un médico obstetra que resultó
ser el cuñado del médico que atendía en ese momento a mi señora.
Ese doctor estuvo todo el tiempo atendiendo a sus pacientes y
nunca se desprendió de su consultorio porque ahí estaba yo para corroborarlo.
Mi sorpresa fue cuando constaté en la factura de la clínica la inclusión
de los honorarios médicos de ese doctor como asistente al Dr Pancho
R, hecho que nunca ocurrió. Hablé con una enfermera universitaria
que formaba parte del equipo del doctor Pancho R, y ella me confesó
que el cuñado de éste nunca estuvo en quirófano, y que tratara de
hablar con el Dr Pancho R para resolver el asunto. Eso hice y lo que
recibí del doctor fue una andanada de insultos acusándome de difamador
y embustero. Me botó de su consultorio y, para mi asombro, el seguro
pagó la factura sin ningún tipo de problemas, a pesar de que notifiqué
de esa irregularidad.
En el año
2000 a un amigo que vive en EEUU y que nos visitaba en Maturín, se
le presenta un dolor abdominal sorpresivo. Lo llevo como a las 11am
a la clínica de la figura geométrica. Una amiga
médica lo atiende. Estábamos en la emergencia y en eso pasa el dueño
de la clínica; éste pregunta a la médica tratante sobre la situación
del paciente y ella, con términos médicos le da una descripción
del caso. Él responde que va a preparar quirófano para que el paciente
sea intervenido urgentemente de apendicitis, a lo cual mi amiga se opone
y le responde que ella necesita, antes de tomar una decisión de este
calibre, el resultado de varios exámenes que ya estaban en proceso.
El dueño de la clínica insiste y mi amiga le recuerda que el paciente
es de ella, y que la decisión la tomará cuando lo considere conveniente.
El dueño de la clínica le increpa a mi amiga- delante del paciente
y de mi persona- que la vida del paciente corre peligro cada minuto
que se tarde en tomar la decisión de operar. Al final mi amiga
impone su criterio, y minutos después se corrobora que el paciente
lo que tenía era una simple infección intestinal que se abordó con
un tratamiento de antibióticos tomados por vía oral. Esta anécdota
termina a las 8pm de ese mismo día, con mi amigo y yo saliendo de la
clínica- ambos caminando-, y éste diciéndome asombrado de cómo mi
amiga lo había salvado de que el otro médico le echara cuchillo sin
ninguna razón.
Hace unos seis
años una amiga enfermera-instrumentista me contó que los cirujanos
de Maturín de las clínicas privadas, dicen en quirófano que a ellos
ningún paciente los va a molestar a las 3 am con un dolor abdominal,
y se van a salvar de que le rajen la barriga. Le comente eso a un buen
cirujano de Caracas de la “Clínica Santa de la Capital Búlgara”,
y bajó la cabeza y me dijo con cierta vergüenza que ese comentario
también lo ha escuchado él, por esos lados.
Hace exactamente
cuatro años en la “Clínica Guaraira Repano”, ocurrió esta
situación. Mi señora Madre, que vive solita en Caracas y en
ese momento era una viejita de 80 años, tenía catarata severa en uno
de sus ojos, el derecho para ser más específico. El izquierdo, según
el oftalmólogo, estaba muy bien para su edad, sólo con una catarata
incipiente. Mi señora madre pide el informe médico para presentarlo
ante su seguro privado, y le dan su Carta Aval para que le sea operado
el ojo derecho. Cuando está en quirófano se da cuenta que le están
preparando para operar el ojo sano. Mi madre se lo advierte al
médico y éste le responde: “no te preocupes mi vieja, vamos a salir
primero de este ojo que tiene una catarata incipiente, y después te
opero el otro.” Mi progenitora es una dulce abuelita y, pasivamente,
aceptó la sugerencia del médico. Al final, le “operó” el ojo
que estaba casi en perfecto estado. Un mes después, estaba operando
el ojo que realmente tenía la catarata, claro, previo presentar de
nuevo la carta aval del seguro y, por supuesto, cobrar otra vez sus
honorarios.
Y hace menos
de un año tengo el caso de una sobrina en Valencia. Presenta un dolor
intenso e inesperado a la altura de la vagina. Su Papá la lleva a la
emergencia de una clínica, y ahí el ginecólogo de guardia le dice
que debe operar para eliminar la obstrucción de una pequeña glándula.
Le da la orden para pedir un presupuesto a la clínica y el mismo se
monta sobre los 5.000 Bs F. Mientras hace la cola en caja para pagar,
mi cuñado llama a un primo cardiólogo. Le plantea el caso y éste
le dice que no pague nada todavía, y que lleve a la muchacha
donde una colega ginecóloga. La lleva donde ésta y ratifica el diagnóstico,
sólo que en su mismo consultorio le hace una pequeña incisión y drena
el líquido acumulado que estaba en la glándula. Le manda un tratamiento
vía oral, y el monto de sus honorarios ascendió a Bs F 300,00, es
decir, que mi cuñado se ahorró 4.700 BsF ese día, y mi sobrina se
curó de su dolencia. Seguro que otros pacientes que no tienen la posibilidad
de recurrir a un primo médico que los asesore, terminan pagando los
Bs F 5.000 y hasta más.
Y finalmente,
en carne propia sufrí los embates de esta perfecta máquina hacedora
de dinero y de capital, que es la medicina privada. Tuve un accidente
en la mano donde me seccioné el tendón del dedo pulgar. El traumatólogo
de la “Clínica más Antigua de San Bernardino” me examina y me
dice que él tiene que operar pero que debe dormirme completo en quirófano,
porque tiene que conectarme una máquina en la muñeca para desviar
la sangre, porque según él “operar ese dedo con sangre es como arreglar
un reloj en un tintero”. Le digo que está bien pero que quien me
va a operar es otro traumatólogo de otra clínica, que hacía un año
me había atendido en otra emergencia. Lo cierto es que el doctor
de mi confianza me operó totalmente despierto, con una anestesia local
y en la sala de emergencia donde cosen a los niños cuando éstos
tienen pequeños accidentes. Ese día resolví mi problema y además
me ahorré un dineral, que en la otra clínica ya estaban prestos a
sacarme de mis bolsillos.
Con los años
esta maquinaria que mueve a la medicina privada, se ha venido perfeccionando.
Y lo peor, es que hoy la medicina privada se desenvuelve en un
ambiente tan infectado por estos vicios, que se crean las condiciones
para seguir contaminando a otros médicos que a lo mejor hoy, no están
en la onda de especular con sus servicios. Pero si no paramos esto en
el acto, seguramente mañana los todavía médicos decentes de algunas
clínicas privadas, ingresarán sin ningún titubeo al equipo de los
hacedores de dinero y de capital. Esto hay que detenerlo!!!