Mercancías lujuriosas

El mejunje capitalista, definitivamente, produce alucinaciones que persiguen agregarle a los alimentos un curioso valor para, sobre todo, atribuirles un precio más descomedido del que ya tiránicamente les asignan con sus abyectas maniobras de comercialización. Verbi gratia: el denominado arroz saborizado.

El capitalismo hace tan escasos los alimentos que convierte por tanto en infructuosa la publicidad sobre ellos para alcanzar venderlos. Pero han hecho tan vicioso este comportamiento publicitario, que ya han caído en lo desmedidamente cursi; en lo extremadamente fu, como solía decirse en tiempos de mi lejana adolescencia.

Y pareciera no haber duda acerca de que, desde milenios ha, el hombre - y sospecho que la mujer, lo propio - se ha preocupado de lo sexual al extremo de que, desde entonces (o tal vez desde antes) han apelado a los denominados afrodisíacos alimenticios a fin de estimular su deseo sexual adormecido quién sabe por cual extraña razón. Porque la verdad es que la razón resulta extraña… Pues, porque resulta que, con los afrodisíacos alimenticios, lo que se busca es unir la gula con la lujuria.

¿Pero cómo es que puede adormecerse entonces tan fácilmente algo tan capital? Sospecho que sería más fácil adormecer un volcán que el deseo sexual, dado que es el más vital instinto que incluso garantiza que la especie sobreviva. (En casos heterosexuales, por supuesto, para no resultar tan terminante).

Ahora, el que se desarrolla con la sexualidad adormecida, es porque casi seguro nació lamentablemente con un inextricable defecto de fábrica. Algo muy triste, por lo demás, pero así es la naturaleza. Procedería entonces aplicar aquí aquella famosa frase de que: Quod natura non dat, Salmantica non praestat. Y no creo que valga la pena adentrarse en algún texto de Jung para tratar de entender nuestra complejidad psíquica en cuanto a lo que, de “conglomerado de opuestos”, somos los venerables seres humanos.

Lo cierto es que ha existido una antiquísima lista de productos naturales (que por supuesto, no podían estar industrializados) que según dizque garantizaban la exaltación inopinada de la líbido. Hablábase mucho de la salvia, los pistachos, la rúcula, el eneldo y la carne de lagarto, como el más extravagante de todos. Pero también otros antiguos recomendaban que los amantes debían alejarse, precisamente del eneldo, las lentejas (bueno, de las lentejas lo deduzco), de la lechuga, de los berros y hasta de los lirios de agua, lo que me hace sospechar que, en la antigüedad (aunque no hubiera capitalismo) sí se hallaba presente ya la herramienta publicitaria de que cada quien alababa el “queso” que cultivaba, utilizando, como carnada, eso de que fuera afrodisíaco. Esto quizás llegó a constituir la piedra angular de la publicidad [como dispositivo esencial del capitalismo] tal como hoy la conocemos.

Nosotros también nos hemos aplicado aquí a cantar tales credos: que si las “siete potencias”, que si el “rompe colchón”, que si el “dámela que tú la tienes”, etc. Lo que pasa – y lo creo así por haber sido “víctima” de la experiencia ¡y vaya que resulto un tipo `enrollao´! - que si un caballero está en Playa El Agua, por ejemplo, acompañado de una diosa en tanga, ambos con cuatro guarapazos entre pecho y espalda y “picando” muy de cerca de un mismito tarro de “rompe colchón”, con miradas adormecidas, además, lo más seguro es que sea víctima – en esas sus particulares circunstancias de lugar y tiempo - de un súbito y sugerente desacomodo… Pero no es que la causa eficiente de ese desacomodo playero suyo haya sido, precisamente, el “rompe colchón”. No, y esto hay que tenerlo claro para no caer en dudas tormentosas… Camarada: ¡No fue más que el milagro del instinto! porque, de lo contrario, no tuviera ello sentido como realidad empírica. ¿Ves?

Muy bien… todo hasta ahí (como expresión capitalista de crear artificialmente las necesidades para vender las mercancías) lo entiendo. Pero es que el capitalismo, chico, no tiene límites éticos en eso de vender sus mercancías. Porque no olvidemos que el sexo también lo han convertido en mercancía; tanto, que de casualidad no lo venden por kilo.

Ahora se han inventado el 'food porn'… Se me riza la piel. ¿Comida porno? ¡Vacié! Pero si no lo veo, no lo creo. Han creado unos melocotones que esculpen unas nalgas que no distan mucho de las de uno de los huelguistas de “hambre” del PNUD. Lo que falta ahora es que le pongan su nombre a esa fruta, y así la vendan para recabar fondos conspiratorios. También venden la alfalfa con la forma de una “montaña de Venus”, de manera tal, que si un caballero invita a una amiga a comer sánduches naturistas, pudiera pedir entonces una dosis de esa alfalfa para decirle, subliminalmente, cuáles fueron los motivos reales que tuvo para invitarla a comer. ¡Pero qué tan retorcido todo, por San Policarpo de Smirna!

Ahora, hundiéndome en el pozo profundo de mi sempiterna adicción por lo especulativo, se me ocurre, habida cuenta de los últimos descubrimientos de esta huelga de “hambre” del PNUD, que nada de raro tendría que todo resulte un miserable ardid publicitario para alcanzar hospedar en la mente de los crédulos consumidores escuálidos que, las hamburguesas, son afrodisíacas.

canano141@yahoo.com.ar


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Raúl Betancourt López


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