Terrorismo made in USA y Mario Silva

Los Estados Unidos y sus desvergonzados secuaces, viven acusando a Rusia de cuanto crimen se les ocurre inventar al respecto, cabría preguntar ¿tendrán estos genocidas la suficiente autoridad moral para erigirse en acusadores de alguien? ¿Ellos, que tienen empapadas las conciencias de sangre inocente, pues no ha habido crimen, por monstruoso y horrendo que fuera, que con la mayor satisfacción estos engendros del demonio no lo hayan cometido, pueden tener el derecho de acusar legítimamente a nadie? Por supuesto que no tienen ese derecho; lo que tienen es una gigantesca deuda con la humanidad; deuda que algún día tendrán que pagar hasta el último crimen. Si no con cárcel, con el repudio de su propio pueblo, que estará maldiciendo la memoria de estos desquiciados, que son la expresión de un mal disimulado nazismo, por toda la eternidad.

Por otra parte, gozarán los degenerados gobernantes de ese país, adictos a las masacres en masa, como la perpetrados en My Lay –Vietnam, por ejemplo, de una credibilidad tal, que les permita acusar a Rusia de crímenes que sólo nazis como ellos son capaces de cometer, y que haya quienes les crean?. Por nuestra parte, no creemos que gobernantes tan desalmados e inmorales como los norteamericanos, que llegaron incluso a derribar las Torres Gemelas con el inconfesable fin de justificar las invasiones de Afganistán e Irak, tengan la credibilidad muy alta. Y menos cuando se sabe que con motivo de ese monstruoso crimen murieron más de tres mil personas. Ahora, si con motivo de ese hecho atroz el prestigio de los Estados Unidos se fue al foso, con el hundimiento del buque de pasajeros Lusitania, no le fue mejor.

Este buque, dedicado al transporte turístico, zarpó de los puertos de Inglaterra, rumbo a nuestra América, con un elevado número de turistas que, además de desear disfrutar de las cálidas y agradables brisas de los mares de estas regiones tropicales, querían también visitar y conocer algunas naciones de este continente, entre ellas, los Estados Unidos, destino final de la gira.

Todo esto ocurría mientras se encontraba en su apogeo La Primera Guerra Mundial, que se había desencadenado el día 28/06/1914 – Pronto se va a cumplir un año más de este trágico hecho. Y se inició debido al asesinato, en Sarajevo, de un talarchiduque Francisco Fernando, heredero al trono del imperio austrohúngaro.

Con motivo de este sangriento conflicto, Alemania había alertado a todos los países que no estaban involucrados en el mismo, y especialmente a los Estados Unidos, a cerca de algunas zonas marítimas que se habían cerrado para todo tipo de navegación, es decir, tanto para la de guerra como para la mercante. Y agregaba con mucho énfasis en su alerta, que fue difundida por todos los medios de comunicación, que todo barco, fuera de guerra o no, que se encontrara navegando en las aguas prohibidas, corría al riesgo inminente de ser hundido.

Pues bien, llegó el día en que el Lusitania, después de haber cumplido su itinerario por estas regiones, tenía que zarpar de regreso hacia su país de origen. Y así lo hizo. Después de levar anclas de nuevo en los puertos de Nueva York, partió hacia su destino europeo, o sea, hacia la pérfida Albión. Pero ahora, cargando con un mayor número de turistas; un número bastante más crecido de los que tenía cuando atracó en la Gran Manzana, pues muchos norteamericanos deseaban conocer el país de sus ancestros.

No sabemos cuántos días habían transcurrido de la salida del barco de Nueva York, cuando se conoció la fatal noticia. Esta informaba a cerca del trágico hundimiento del lujoso trasatlántico por el impacto de un torpedo alemán. Se informaba igualmente, que de las numerosas personas que se encontraban a bordo, sólo una había logrado salvarse: el capitán. Lo que no dejó de suscitar graves sospechas y suspicacias. Y ello, porque no se entendía qué podía estar haciendo el barco en una zona del mar donde el capitán sabía que corría un gran peligro. Y también, porque tampoco se explicaba cómo pudo salvarse el capitán. Y para incrementar las sospechas de que algo muy oscuro había sucedido, casi inmediatamente de haber ocurrido la tragedia, los Estados Unidos, que ansioso estaba deseando entrar en la guerra, algo que no había podido hacer por carecer de un pretexto razonable, aprovecho la catástrofe humanitaria para declararle la guerra a Alemania.

Pero ¿qué había sucedido? Sucedió que el buque, o mejor dicho su capitán, ignorando las múltiples advertencias de los alemanes sobre la zona marítima prohibida, puso inexplicablemente el navío a navegar precisamente por esa peligrosa zona.

Ahora bien, si por algo estuvo rodeado este trágico incidente, fue por un gran misterio; un misterio que planteaba grandes interrogantes. Como por ejemplo: ¿por qué el capitán condujo la embarcación hacia una zona donde él sabía que podía ser atacado?¿Era acaso, porque se quería suicidar, o era, y esto es lo más probable, porque sabía que él no correría ningún peligro? Con relación a esto, cabría preguntar también: ¿qué podía hacer para enviar el barco por donde lo hizo y no correr riesgo? Pues haciendo lo único que podía hacer y que, con toda seguridad, fue lo que hizo; es decir, fijar la ruta del navío hacia las aguas peligrosas, y luego lanzarse al mar, de donde sería recogido por algunas lanchas que pudieran estar escoltando el barco durante su desafortunada trayectoria hacia la muerte.

Todo lo expuesto hasta ahora nos dice claramente que el hundimiento del Lusitania con casi todos sus desprevenidos pasajeros, no fue obra del azar ni de la mala suerte, sino la perversa obra de mentes criminales, absolutamente desquiciadas, que no se detienen ante nada, con tal de lograr sus siniestros fines y propósitos. En efecto, las experticias que se le practicaron al barco siniestrado demostraron dos cosas sorprendentes, además. La primera de ellas, que el navío no se había hundido debido a los daños causados por el torpedo alemán, ya que las averías producidas por esta arma, por lo menos, le permitía al buque arribar sin novedad a algún puerto cercano. La segunda cosa que se demostró, fue que lo que en realidad provocó el hundimiento de la nave, había sido el enorme cargamento de explosivos que ésta llevaba en sus bodegas; y que las mismas estallaron debido al impacto del torpedo.

Ahora, cabría averiguar acerca de quién pudo introducir esos explosivos en el barco. Inglaterra, su dueña, no fue. Porque, ¿con qué objeto? No tenía ninguno. Las islas del Caribe, que también habían sido visitadas por el Lusitania, tampoco pudieron ser, porque además de no disponer de esa cantidad de explosivos, tampoco se les permitía su acceso a la embarcación. Quedan, por lo tanto, los Estados Unidos que, descartada Inglaterra y las islas del caribe, surge como el principal sospechoso de este pavoroso crimen. A ello contribuye no sólo su largo historial de atropellos y crímenes contra países y pueblos indefensos, sino también su búsqueda desesperada de un pretexto que justificara su participación en la guerra. Lo que hizo, tan pronto se conoció la noticia del hundimiento del Lusitania. Oportunidad, explosivos, complicidad y, sobre todo, maldad, tuvieron de sobra.

Mario, hay una frase que no te cansas de repetir. Y lo haces con una solemnidad tal, que pareciera que te estuvieras refiriendo, cuando utilizas, a una de esas frases que, por su profundo contenido, han logrado trascender y perpetuarse, como sentencia bíblica, a lo largo de los siglos. Esa frase, refiriéndote sin nombrarlo a Gustavo Petro, es: "se puede conquistar la presidencia, pero no controlar el poder". Con lo cual ya estás profetizando, no sólo el fracaso del recién electo presidente de Colombia, sino, además, deseándolo fervientemente. Actitud esta que contrasta, radicalmente, con la asumida por todos los sectores y organizaciones de izquierda del continente que, jubilosos, celebraron el triunfo de un compañero de causa.

Pero, ¿qué se podría deducir de la genial frase mencionada? Desde luego, no se podrá deducir otra cosa, sino lo siguiente: que puesto que la izquierda no podría nunca controlar el Poder, debería, en lo sucesivo, abstenerse de participar en procesos electorales y permitir, sin lucha, que los enemigos del pueblo sigan haciendo con éste lo que les dé la gana. Y esta, aunque no se crea, en boca de una persona que, como Mario Silva, vive proclamándose, no sólo un hombre de izquierda, sino también un revolucionario a ultranza. Y para que lo sepa el conductor de La Hojilla, el peor contrarrevolucionario, el que más daño le puede hacer a una revolución, es aquel que atenta contra la unidad de las izquierdas. Y eso es lo que, precisamente ha estado haciendo Mario con sus infelices e inoportunos comentarios acerca de Gustavo Petro. Compañero que, en lugar de estarse creando dudas acerca de su desempeño, lo que necesita es todo lo contrario; felicitarlo, infundirle confianza, hacerle sentir que no está sólo, que está acompañado por la izquierda unida del continente. Y por último, por supuesto, desearle muchos éxitos, en el entendido de que el éxito de Petro sería el éxito del pueblo Colombiano.

Esto es lo que se ha debido haber hecho Mario y no ponerse, con frases destempladas, a restarle importancia, al triunfo del candidato de izquierda en Colombia. Y lo que es peor, tratar de justificar tan díscola actitud, diciendo que a quién él apoya es al pueblo colombiano. Lo cual no es sino una concluyente y pletórica demostración de fariseísmo político. Pues con ese supuesto apoyo al pueblo, trata de hacerse perdonar su inicua actitud anti-Petro.

Ser de izquierda, Mario, es tan difícil, que en no pocos casos implica, incurrir en muchas renunciaciones; es decir, renunciar a amigos y a cosas muy queridas apreciadas; estar dispuesto, incluso, a entregar la vida en aras de un interés supremo: el pueblo.



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Alfredo Schmilinsky Ochoa


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