USA y la maníaca obsesión por erradicar y recrear la mente humana

Y dijo el que estaba sentado en el solio: "He aquí que renuevo todas las cosas". Y díjome a mí: "Escribe, porque todas estas palabras son dignísimas de fe y verdaderas".

Apocalipsis 21,5

En los Estados Unidos de la década de 1950 todavía quedaban varias décadas para acceder a ese tipo de enriquecimiento. Incluso con un republicano de línea dura en la Casa Blanca como Dwight Eisenhower, no había ninguna posibilidad de que se efectuara un giro radical a la derecha como el que proponían los de Chicago: los servicios públicos y las garantías a los trabajadores eran demasiado popular y Eisenhower tenía el ojo puesto en las siguientes elecciones. Aunque no tenía muchas ganas de revocar el keynesianismo en casa, Eisenhower resultó más que dispuesto a emprender medidas rápidas y radicales para derrotar al desarrollismo en el extranjero. Fue una campaña en la que la Escuela de Chicago acabaría jugando un papel fundamental.

Cuando Eisenhower juró el cargo en 1953, Irán estaba dirigido por un líder desarrollista, Mossadegh, que ya había nacionalizada el petróleo, e Indonesia estaba en manos del cada vez más ambicioso Ahmed Sukarno, que hablaba de unir todos los gobiernos nacionalistas del Tercer Mundo en una potencia a la par con Occidente y el bloque Soviético. El Departamento de Estado estaba particularmente preocupado por el creciente éxito de los nacionalismos económicos en el Cono Sur. En unos tiempos en que buena parte del globo miraba al estalinismo y el maoísmo como una soluciones, las propuestas desarrollismo de "sustitución de importaciones" resultaban bastante centristas.

La idea de que nuestra América merecía tener su propio New Deal tenía poderosos enemigos. A los terratenientes feudales del continente les gustaba el antiguo statu quo, que les permitía tener grandes beneficios y una masa inagotable de campesinos pobres para trabajar sus campos y minas. Ahora se sentían ultrajados al ver cómo se canalizaban sus beneficios en la construcción de otros sectores, cómo sus trabajadores exigían una redistribución de la tierra y cómo para que el gobierno mantenía el precio de sus cosechas artificialmente bajo para que la comida no resultara demasiado cara. Las empresas estadounidenses europeas que operaban en nuestra América empezaron a plantear quejas similares a sus gobiernos: sus productos eran bloqueados en las aduanas, sus trabajadores exigían sueldos mayores y, lo que resultaba todavía alarmante, cada vez es hablaba más de nacionalizar desde las minas hasta los bancos propiedad de extranjeros para financiar el sueño de nuestra América de la independencia económica.

Bajo la presión de estos intereses empresariales, surgió en los círculos de la diplomacia estadounidense e inglesa un movimiento que intentaba colocar a los gobiernos desarrollistas en la lógica binaria típica de la Guerra Fría. No había que dejarse engañar por el aspecto democrático y moderado de estos gobiernos, afirmaban estos halcones: el nacionalismo del Tercer Mundo era el primer paso en el camino hacia el comunismo totalitario y había que acabar con él antes de que echara raíces. Dos de los principales defensores de esta teoría fueron John Foster Dulles, el secretario de Estado de Eisenhower, y su hermano Allen Dulles, director de la recién creada CIA. Antes de ocupar cargo público, ambos habían trabajado en el legendario bufete de abogados Sullivan & Cromwell, de Nueva York, donde habían representado a muchas de las empresas que más tenían que perder con el desarrollismo, entre las cuales se contaban J.P. Morgan & Company, la International Nickel Company, la Cuban Sugar Corporation y la United Fruit Company. Los resultados de la influencia de los Dulles fueron inmediatos. En 1953 y 1954 la CIA lanzó sus dos primeros golpes de Estado, ambos contra gobiernos del Tercer Mundo que se identificaban mucho más con Keynes que con Stalin.

El primero fue en 1953, cuando un complot de la CIA consiguió derrocar a Mossadegh en Irán y reemplazarlo por el brutal Sha. El siguiente fue el golpe que la CIA patrocinó en 1954 en Guatemala, llevado a cabo por una petición directa de la United Fruit Company. La empresa, que contaba con la atención de los Dulles desde sus días en Cromwell, estaba indignada porque el presidente Jacobo Arbenz Guzmán había expropiado tierras que no usaba (ofreciendo la correspondiente indemnización) como parte de su proyecto para transformar Guatemala, en sus propias palabras, "de un país atrasado con una economía predominantemente feudal en un Estado capitalista moderno", objetivo al parecer inaceptable. En poco tiempo se derrocó a Arbenz y la United Fruit volvió a regir los destinos del país.

Erradicar el desarrollismo del Cono Sur, donde había arraigado mucho más, era una cuestión mucho más compleja. Sobre ello discutieron dos estadounidenses que se reunieron en Santiago de Chile en 1953. Uno era Albion Patterson, director de la Administración para la Cooperación Internacional en Chile —la agencia gubernamental que con el tiempo se convertiría en USAID— y el segundo Theodore W. Schultz, presidente del Departamento de Economía de la Universidad de Chicago. A Patterson le preocupaba cada vez más la creciente influencia de Raúl Prebisch y los demás economistas "rosas" de nuestra América. "Lo que hay que hacer es cambiar la formación de los pueblos, influir en la educación, que es nefasta", había dicho a un colega. Este objetivo coincidía con la creencia de Schultz de que el gobierno de Estados Unidos no se empleaba lo necesario en la guerra intelectual contra el marxismo. "Estados Unidos debe reconsiderar sus programas económicos para el extranjero, queremos que (los países pobres) trabajen en su salvación económica vinculándose a nosotros y que su desarrollo económico se consiga a nuestra manera", dijo.

Los dos hombres diseñaron un plan que convertiría Santiago, un semillero de la economía centrada en el Estado, en lo opuesto, ofreciendo así a Milton Friedman lo que deseaba hacía tanto tiempo: un país en el que poner a prueba sus queridas teorías. El plan original era sencillo: el gobierno estadounidense pagaría para enviar a estudiantes chilenos a aprender economía en lo que prácticamente anti "rosa" del mundo: la Universidad de Chicago, Schultz y sus colegas en la universidad también recibirían dinero para viajar a Santiago, investigar la economía chilena y formar estudiantes y profesores en los fundamentos de la Escuela de Chicago.

Lo que diferenciaba este plan de los otros muchos programas de formación estadounidenses que becaban a alumnos de nuestra América era su carácter desvergonzadamente ideológico. Al escoger Chicago para formar economistas chilenos —una universidad en la que los profesores abogaban por el casi completo desmantelamiento del gobierno con tenaz insistencia— El Departamento de Estados estadounidense disparaba un torpedo bajo la línea de flotación en su guerra contra el desarrollismo, diciéndoles de hecho a los chilenos que el gobierno de Estados Unidos había decidido qué ideas debían aprender sus mejores estudiantes y cuales otras no. SE trató de una intervención tan evidente de Estados Unidos en los asuntos de nuestra América que cuando Albion Patterson contactó con el rector de la Universidad de Chile, la principal universidad del país, y le ofreció una donación con la que financiar el programa de intercambio, el rector rechazó la oferta. Dijo que sólo participaría si su claustro podía tener influencia sobre quién en Estados Unidos formaría a sus alumnos. Patterson contactó entonces con el rector de una institución de menor importancia, la Universidad Católica de Chile, un centro mucho más conservador que carecía de Facultad de Economía. El rector de la Universidad Católica aceptó la oferta encantado y así nació lo que en Washington y Chicago se conocería como "el Proyecto Chile".

Departamento de Estado (U.S.A), "el propósito principal del proyecto" era formar a una generación de estudiantes "que se convirtieran en los líderes intelectuales de los asuntos económicos de nuestra América" Inaugurado oficialmente en 1956, el proyecto permitió que cien alumnos chilenos cursaran estudios de posgrado en la Universidad de Chicago entre 1957 y 1970, con la matriculación y los gastos a cargo de los contribuyentes y de fundaciones estadounidenses. Gracias a más fondos de USAID, los Chicago Boy chilenos se convirtieron en entusiastas embajadores regionales de las ideas que en nuestra América llaman "neoliberalismo", y viajaron a Argentina y Colombiagranadina para abrir más franquicias de la Universidad de Chicago para así "expandir este conocimiento por toda nuestra América, enfrentándose a las posiciones ideológicas que impedían la libertad y perpetuaban la pobreza y el atraso" según lo expresó un graduado chileno. En 1965 se amplió el programa para incluir a estudiantes de nuestra América, con una proporción particularmente alta de argentinos, brasileños y mexicanos.

—Naomi Klein demuestra que el capitalismo emplea constantemente la violencia, el terrorismo contra los pueblos latinoamericanos. Lejos de ser el camino hacia la libertad, se aprovecha de las crisis para introducir impopulares medidas de choque económico, a menudo acompañadas de otras formas de shock no tan metafóricas: el golpe de la porra de los policías, las torturas con electroshok o la picana de las celdas de las cárceles.

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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