Una vocería para la guerra de opinión pública de Trump

La opinión pública tiene un peso muy importante en la política exterior e interna de los Estados Unidos, tal vez en ningún otro país la elite que gobierna, se preocupe tanto por conservar algunos temas en un ambiente de relativa tranquilidad ante la opinión del ciudadano promedio.

Durante la era Vietnam los sectores guerreristas antes de ser derrotados militarmente, ya habían perdido la batalla de la opinión pública, el clima de protestas, marchas cívicas, programas de opinión, editoriales de grandes periódicos, acabaron por minar el prestigio de los halcones que conducían la guerra.

El temor a la opinión pública es una especie de miedo ancestral que anida en el conglomerado de poder, y que tal vez se remonta a la llegada de los peregrinos del myflower y toda la ortodoxia religiosa que se impuso como modelo ideológico en una nación tan poderosa.

El historiador Howard Zinn, define este miedo como la cultura de oposición permanente que comprende a millones de estadounidenses que no aceptan la imposición de los grandes conglomerados de medios de comunicación y elaboran su propia cultura de la resistencia. Para el investigador Morris Berman, el temor a la opinión de los otros está ligado a lo que se conoce como la identidad negativa, es decir la formación a partir de valores falsos.

Lo cierto es que el terror a la opinión pública ha dominado durante años la política exterior de los Estados Unidos, y muchas veces ha evitado daños mayores en el afán intervencionista y guerrerista del complejo militar-informático de ese país.

Eso puede explicar lo relativamente fácil que es para la elite política guerrerista invadir Libia, Irak, Afganistán, que son países con altos niveles de aislamiento internacional lo cual imposibilita muchas veces que el ciudadano promedio se entere del tipo de gobierno que tienen y los intereses reales que representan para sus pueblos.

Después del triunfo de la Revolución Sandinista el gobierno de Reagan preparo la intervención armada, y cuando estaba a punto de ejecutarla, uno de los asesores aseguró que ganaban la guerra militar pero perdían la política, porque el sandinismo había logrado imponerse en la opinión pública. Este detalle obligo a echar para atrás la invasión a Nicaragua, y buscar una salida negociada.

Esta anécdota refleja muy bien lo que significa la opinión pública en los Estados Unidos, hecho que Fidel Castro, uno de los acérrimos adversarios del modelo depredador e imperialista que impera en EEUU, entendió muy bien y por eso, pudo salir victorioso en batallas tan difíciles como el caso de la migración a través del Puerto de Mariel o el del niño Elián González.

En ambos el líder revolucionario se impuso en el escenario de la opinión pública internacional, logrando posteriormente victorias políticas que lo consagraron como el gran estadista que siempre fue.

Todo este recuento viene al caso ante el acoso permanente, y la guerra no convencional que se libra contra Venezuela, y donde el imperialismo y sus socios parecieran estar corriendo solos en la pista de la opinión pública internacional.

El gobierno bolivariano pareciera no poder conseguir penetrar el muro de la opinión pública en países europeos, las respuestas han lucido hasta ahora atrasadas, y llenas de retórica anti imperialista, la cual tiene su tiempo, y su momento. Hasta ahora nuestros voceros no han aprovechado suficientemente espacios como la presidencia del Movimiento no Alineados, nuestras embajadas parecen espacios sagrados aislados de la diatriba política, no existen delegaciones en el exterior explicando la situación real de nuestro país.

Ni siquiera dentro de nuestras fronteras se ha propagado el debate permanente para tratar de influir en la opinión pública, y lograr frenar las pretensiones intervencionistas del imperio más poderoso que ha conocido la humanidad.

A partir de enero un sector importante de la comunidad internacional va a desconocer al presidente Nicolás Maduro, lo cual se agrega a los problemas ya existentes en el campo de las relaciones internacionales, y obliga al gobierno bolivariano a mantener una ofensiva permanente sobre el carácter democrático de las últimas elecciones, solo con la constancia, la disciplina, la unidad de nuestros discursos, y el prestigio de nuestros liderazgos podremos influir en la opinión pública mundial.



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