El imperialismo sólo podrá caer a punta de golpes

1. Nos hemos enterado de la gran concentración realizada el Washington el sábado 24 de septiembre repudiando al gobierno del presidente Bush por su política guerrerista contra el pueblo irakí. Más de 250 mil manifestantes de diferentes profesiones y corrientes políticas corearon consignas acusando a Bush de asesino y exigiendo el retiro inmediato de las tropas yanquis invasoras de Irak. A pesar de que el número de protestas y participantes se ha incrementado en el país al mismo ritmo en que crecen los atentados contra el ejército de ocupación, Bush parece no hacer caso porque repite insistente que es un presidente reelecto por el pueblo norteamericano. Por eso da la impresión de que las marchas, por muy representativas que sean, sirven muy poco si no se transforman en bloqueos, en tomas de edificios y en acciones masivas que se extiendan al resto de la población.



2. En la década de los sesenta, cuando el ejército yanqui había invadido Vietnam asesinando a decenas de miles de inocentes, niños, ancianos y mujeres, se realizaron en varias ciudades de los Estados Unidos y del mundo cientos de grandes manifestaciones de protesta que mucho contribuyeron a desarrollar una conciencia antibélica y crítica; pero los gobiernos sucesivos de Kennedy, Johnson y Nixon poco caso hicieron a las magnas protestas pacíficas mundiales y sólo abandonaron Vietnam cuando fueron derrotados por los patriotas vietnamitas que con armas de mucho menor capacidad defendieron a su país respaldados por la pura dignidad y valentía. Los yanquis se cubrieron de vergüenza después que el presidente Ho Chi Minh, apoyado en los guerrilleros campesinos, obtuvo el triunfo que unificó al país. Nixon perdería después la Presidencia por el caso Watergate.



3. Las grandes manifestaciones sí le preocupan al gobierno yanqui, pero lo que los enloquece y los pone al borde de la caída, son los atentados violentos como los de las Torres Gemelas de Nueva York; la permanente angustia ante los estallidos de bombas en los EEUU, como sucedió en Madrid y posteriormente en Londres; la terrible competencia comercial y económica desatada por los empresarios y el gobierno chino y la amenaza de la naturaleza con desatar nuevos huracanes como el que destruyó Nueva Orleáns. Ese conjunto de amenazas podría expulsar del gobierno de Washington a la veintena de magnates guerreristas que dirigen la industria bélica y que tienen al mundo al borde de la destrucción. Y parece que eso puede suceder antes que el recalentamiento de la tierra nos haga saltar en mil pedazos por las agresiones que sufre de la industria imperialista.



4. Una o varias manifestaciones ejercen presiones importantes y despiertan la conciencia de lucha; pero además de esas concentraciones se requiere extender las protestas en todos los actos en que se presenten los altos funcionarios, es indispensable la práctica permanente del “boicot” o la interrupción de los actos y una intensísima campaña de prensa, de difusión y propaganda. Hacer una manifestación y retirarse pacíficamente a descansar hasta que se programe otra casi no sirve de nada; es más, los gobiernos se burlan de ellas porque saben que sólo sirven para desahogarse. Hay que hacer acciones que duelan a la clase gobernante y que profundicen la conciencia de lucha de los oprimidos. Los poderosos medios de comunicación gritarán adoloridos buscando engañar a la población, pero la continuidad en la batalla hará que la población adquiera la verdadera conciencia.

5. Un alto porcentaje de la clase media mexicana –sobre todo la que vive pegada a la televisión viendo series casi cien por ciento hechas en los Estados Unidos- sigue soñando en el modo de vida norteamericano. No saben, ni quieren enterarse del profundo racismo contra los negros, morenos y amarillos que aún siguen imperando en ese país; pero mucho menos de la historia de las invasiones, saqueos, asesinatos, que los yanquis han llevado a cabo en el mundo, particularmente después de la primera guerra mundial, para adueñarse de territorios y riquezas de más de medio centenar de países del universo. El mismo “bracerismo” o migración a los Estados Unidos provocado por la falta de empleos y de ingresos, por la miseria y el hambre, está contaminado con la idea de que ese país resolverá nuestros problemas, a pesar de la intensa explotación y racismo que se sufre.



6. Desafortunadamente, por la explotación y miseria económica de los oprimidos su visión es muy inmediatista y concreta. Sus luchas y sus demandas están directamente ligadas a la defensa inmediata de sus necesidades. Suelen culpar al tendero de la esquina o al presidente municipal de su pequeña población por la carestía y la pobreza que sufren, y cuando les ofrecen un pequeño remedio o mínima solución los mediatizan. Con mucha dificultad se entienden los problemas nacionales y, mucha más, los de carácter internacional. Muy poco podrían comprender que la carestía y las políticas son determinaciones nacionales y muchas veces internacionales; que los gobiernos local o estatal dependen de las políticas que arriba se establecen. ¿Podrían imaginarse acaso que las broncas internacionales definen el comercio, la producción, los empleos, el ingreso y nuestra propia vida?



7. Idealmente, si el gobierno yanqui y su poderosa clase empresarial se vinieran abajo el mundo podría sufrir una recomposición que beneficiaría a los países más pobres. Dado que los EEUU establecieron durante un siglo el imperio más agresivo y rapaz de la historia, al desplomarse lo acompañarían los gobiernos que han sido sus peleles: Israel, algunos gobiernos árabes, africanos y europeos, así como gobiernos de Latinoamérica. Estos caerían del poder automáticamente, las deudas multimillonarias se borrarían y los pueblos recuperarían sus valores nacionales como parte de una integración mundial. Sin duda países como China, los del Mercado Común Europeo o el Japón buscarían sustituirlo, pero su poder sería realmente mínimo comparado con lo que fue el yanqui. Esto es realmente un sueño pero es posible si miramos ese imperio que ahora puede tener los pies de barro.


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Pedro Echeverría


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