Terrible!, que se puedan repetir las vaguadas del año pasado… Miren esto…

En Mérida ya llevamos dos días con lluvias anunciadoras de vaguadas y deslaves como los que ocurrieron el año pasado, y pensar, que la fulana plata (represada criminalmente por los gringos), y que se iba a desembolsar con motivo de los diálogos de México, con parte de ella para atender precisamente estas calamidades, NUNCA LLEGO! Así volvemos a encontrarnos: crecen los ríos, quebradas y callejos, brama durante toda la noche el río La Pedregosa a cincuenta metros de mi apartamento; el río Mucujepe destroza un fornido y famoso puente en El Vigía, y otra vez se ven afectados los túneles que conectan a Mérida con el Municipio Alberto Adriani. Ni hablemos del estado en que se encuentran las carreteras y caminos todas de los Pueblos del Sur, a punto de incomunicarse totalmente con el resto del Estado Mérida, dado los graves deslizamiento que presentan en este momento. Un cuadro de nuevo infernal. En este diario retomaré lo que vi en la terrible vaguada que afectó gran parte de la aldea La Coromoto…

18-2-23: Hoy nos saluda un verdadero sol llanero, bueno para secar café.

He terminado de trillar la media carga de café que nos trajo Neptalí. Este es un café de nuestra cosecha que él tuvo la bondad de recoger, secar y cilindrar en su casa de El Cobre, un café en laja brillante como oro, de excelente aroma, muy hermoso. Yo he seguido recogiendo el poco café que en nuestra parcelita ha estado madurando, porque nunca lo hace parejo. Éste último lo he estado secando directamente al sol para luego trillarlo, y obtener lo que se llama por aquí CAFÉ CORRIENTE.

Por la tarde hemos ido a ver los desastres ocasionados por la vaguada de septiembre en la parte alta de la aldea. Saludamos a la señora Rosa (la de las rosas, quien posee uno de los más maravillosos jardines de la región), y vimos que en el patio estaba secando el resto de café de la cosecha que le ha quedado de este año. Seguimos subiendo, y comenzamos a ver la inmensa playa de lajas a lo largo del cauce del río, el que formó una descomunal cárcava. Descendimos por un caminito hacia un puente que antiguamente conducía a la casa de Fátima, encontrándonos con formidables promontorios de peñascos, como los que se vieron en la vaguada de Vargas. Allí nos topamos con Abel quien nos mostró el arrase que sufrió su extenso cambural. El señor Abel (hermano del señor Corsino y de 85 años) nos habla del pánico que hubo entre todos los pobladores durante el deslave, porque además ocurrió a media noche, ellos aterrados escuchando el horrible zumbido que producían las lajas y los destrozos a su paso, amenazando sembradíos, caminos, animales y viviendas. Ellos lo que podían hacer, impotentes, era correr y gritar, alertando del posible ahogo de toda la aldea, yendo de un lado a otro, digo, tratando de ver qué podrían salvar y cómo protegerse en caso de que la corriente pastosa e infernal del barro y de las lajas llegasen hasta sus casas. Lo que vimos fue, pues, que por alguna extraña razón, ese amasijo de fango y descomunales árboles sacados de raíz, se detuvo principalmente a la altura de la propiedad de Evencio. Ahora, parte del cauce del viejo río no se ve porque discurre por debajo de los pedregales y por debajo de un cieno que se ha horriblemente apelmazado.

Seguimos hacia lo que fue la más hermosa posada de los pueblos del Sur, Las Hortensias, todo allí, insisto, lo que fue un frondoso bosque, está ahora convertido en un erial, con varias hectáreas sepultadas por lajas y troncos de inmensos árboles, clavados como esos misiles que lanzan en una guerra y nunca estallan. Esto ocurrió, como dije, en septiembre, y fue desde entonces lluvia tras lluvia, sin parar, hasta diciembre, temiendo los pobladores que el deslave pudiera llevarse hasta el propio pueblo de Canaguá. Aluden algunos que la intensidad con que se abrió la cárcava fue producto de una represa que formó un finquero en la parte más alta de la montaña, aunque Carlos Chacón asegura que se trata del desborde de una laguna que allí ha existido de siempre.

Volvemos a casa estremecidos por lo que hemos visto, pensando qué podría ocurrir de volver de nuevo torrenciales lluvias, como las del año pasado. Todo en este mundo, parece estar destinado a sufrir cambios tremendos, hasta el punto de que no se pueda reconocer lo que fue hasta hace poco.

Al caer la tarde nos visita Antolín, hijo del recién fallecido don Antonio, quien fue nuestro gran amigo. Gran parte de las matas de café que están cerca de la caminería que da al patio, nos las trajo el señor Antonio. Ahí ha quedado su recuerdo perenne, de noble amistad que compartimos durante una década. Para nosotros ese señor era un santo.



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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