Margarita se desahoga con las lluvias y, además cae en alerta sanitaria

Llover en Margarita por ahora es un verbo transitable que molesta e irrita pareceres y hasta excita razones de subsistencia entre tanto pedales de razones que nos impone la naturaleza, de la que nadie escapa por más que, se maticen canciones folclóricas como polos y gaitas los ataje una jota margariteña o un galerón que vienen de la España remota con mucho ron para jumar un pasado que navega en el olvido y como no tenemos ríos, sino quebradas, que no van a parar a la mar con playas desoladas a no ser visitadas por los invasores rusos que como turistas de la ventrílocua Europa, nadan en ellas sin importarles la droga y el alcohol que surten de bienestar el poco frío que está entrando por el Norte sin ninguna pizca de neblina, aunque sea para granizar la esperanza de que ahora hay luz que no se apaga tan continuo.

Decir que nuestros campesinos están felices por la siembra que es irrisoria, quizás, unas maticas de patillas, de melones, de auyamas y, algunos escasos quimbombó para apretujar un poco lo erótico de su germinar en nuestros sueños, aunque el ponsigué añeje en algo el ron de beber en diciembre, dejando atrás un Puerto Libre que pasó de largo con tantas exquisiteces que ahora vienen con impuestos que no endulzan los sabores que se han perdido, pero todavía Conferrys va y viene sin mucho ruido de trasbordo y, por aire volaras si eres supermán, porque el valor de los pasajes entierra de por sí a los pobres que solo saben caminar y como los dólares tienen dueño, contarlos no distrae que, hasta los atardeceres juangriegueros se perdieron por la tanta lluvia que tiene al paisano y al posible turista nadando en el relleno que fue convertida, por lo que siempre ese pueblo está rodeado de agua que no corre, porque quebradas no le hicieron que hasta el puente de las bolas, perdió sus bolas después que los comerciantes árabes, turcos y asiáticos, la invadieron, pero eso sí sus negocios son lucrativos y al contado.

Tacarigua, un Paraíso en bajada, que nunca tenía agua, vivía seca, ahora se está en ella como peces en un acuario, pero se han quedado sin sol, nadie se los robó, por lo que la mayoría de sus habitantes son bizcos ultravioleta de baja densidad de brazos cruzados con más pájaros que gallinas ponedoras y, ellos sueñan más de día que de noche y solo el pandelaño les quita el ruido de la mar que no tienen y, la temiga ha comenzado a escasear.

Margarita, un pedazo de Venezuela que navega en el mar, donde la vida pasa como sino pasara y, en sus mercados, supermercados, tiendas y centros comerciales se consigue de todo, pero si no se tiene dólares es como sino existieran y, ver sin tocar ni meterlos en la boca es otro vivir, por lo que el margariteño todavía canta y se persigna y ríe y hasta se baña cuando llega el agua por los tubos de mes en mes. A veces sin pensar creo que nosotros somos como invisibles que solo se nos oye la voz cuando nos saludamos, aún así somos felices que el que no canta, baila y sino muere callado y, quizás morimos día a día quizás, por una guerra invisible que no vemos tampoco.

Y con lo caro que están los paraguas mejor es mojarse.

Y además estamos en alerta sanitaria por 90 días por la presencia de la influencia aviar de los alcatraces, animales que abundan en nuestras playas. No sé porque, pero lo malo parece que abunda acá.



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Esteban Rojas


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