¿Minería ecológica socialista? Ja, ja, ja. Puro Fárrago

I. La producción de la destrucción

El ecologismo es una propuesta teórica crítica radical situada en las antípodas del sistema de producción implantado por la modernidad capitalista. Procura dar respuestas firmes y definitivas al cúmulo de problemas generados por ese sistema de producción hoy prevaleciente en el mundo, pues tal sistema de producción es de suyo destructivo, destruye la naturaleza y por tanto destruye las fuentes de vida.

Lo destructivo está en los genes de la modernidad, tanto en su expresión capitalista como socialista. Tal orientación no es una deformación ni una circunstancia. Pertenece a su lógica, a su razón de ser, a su naturaleza. Tanto es así que no cometemos una incongruencia al hablar del modo de producción de la destrucción. Cierto, hoy día, en este momento evolutivo de la humanidad, nos encontramos en el estadio del sistema mundo capitalista en el que lo sobresaliente es la producción de la destrucción, destrucción de la naturaleza, destrucción de la vida, destrucción de los seres humanos. Entramos en la época del exterminio, la época del inicio de nuestra autodestrucción. Por ello, cuando uno dirige la mirada hacia cualquier lugar del planeta nos vamos a topar con procesos destructivos en curso. La barbarie reina por doquier. La barbarie el signo distintivo de estos tiempos, y su correlato, el sufrimiento, es la situación que soporta buena parte de la población mundial.

Tal sistema de producción ha puesto en evidencia su profunda perversión, pues destrucción es lo que sobresale por doquier. En este sistema se produce no con el propósito de satisfacer las necesidades humanas y resolver así los problemas que afectan a las personas, sino que se produce para enriquecer a unos pocos, sin importar para nada que al mismo tiempo ese proceso de producción va destruyendo el entorno natural en el cual ese proceso tiene lugar. Como expresión indubitable de este sistema de producción de la destrucción está la guerra, una de las actividades económicas más dinámicas y más prósperas hoy día. Detrás suyo está la industria armamentista, la industria de la guerra, la industria de la destrucción y la muerte, cuya mejor expresión son los miles de ojivas nucleares colocadas en la punta de otros tantos cohetes instalados en cualquier parte del mundo, listos para ser disparados y desatar así la destrucción absoluta de nuestro planeta.

Uno de los principios paradigmáticos de dicho sistema es el divorcio establecido entre sociedad y la naturaleza. Por este divorcio se piensa que la naturaleza ha sido dada a los hombres para ser utilizada al libre albedrío, está allí para que estos extraigan lo que requieran, es un simple instrumento en las manos de tales hombres. En este pensar la naturaleza contiene meros recursos, sean estos, bosques, animales, minas, aguas, suelos, etc.; de todos pueden disponerse sin cortapisas. Uno de los defensores de tal divorcio y tal creencia fue Francis Bacon allá en el siglo XVII, en los albores de la modernidad capitalista. Decía este pensador francés que la naturaleza había de ser torturada para extraerle así su sabia interior. Había que esclavizarla, reprimirla con todas las fuerzas, acosarla en sus vagabundeos, torturarla hasta arrancarle sus secretos. Y así ha ocurrido desde entonces. Se ha cumplido al pie de la letra tal formulación. La naturaleza ha sido tratada desde entonces como un cuerpo mecánico, como una cosa, como un instrumento bruto al que hay que golpear para adocenarlo y ponerlo al servicio del hombre. Por su parte las escuelas y universidades se han encargado de convencernos de que esta forma de pensar respecto a la naturaleza se soporta en principios científicos, con lo cual esa formulación ha arraigado con mayor firmeza en el pensamiento de las personas y adquirido el estatus de paradigma por el cual se tamizan todas nuestras creencias y conceptos.

Tenemos más de tres siglos pensando así y actuando en consecuencia. Dado ese largo tiempo de malos tratos hacia el entorno natural las consecuencias acumuladas de ello se han hecho por demás evidentes desde hace unos cincuenta años. El resultado de tal desafuero es la encrucijada crítica en que nos encontramos, el punto crucial al cual nos han conducido las tropelías cometidas con nuestra madre tierra, Gaia, la Pachamama, nuestra fuente de vida. Hemos llegado a los límites históricos del sistema, pues el planeta tierra no resiste más tanta destrucción. El planeta está enfermo. Y los mal llamados recursos naturales están llegando a su fin. Después de haber sido sometidos a una sobreexplotación son cada vez más escasos, se están agotando, por cuya razón la madre tierra está sufriendo un cambio climático cuyas consecuencias serán cataclísmicas de no detenerse en lo inmediato las acciones depredatorias que se realizan sobre ella.

Pensábamos que los recursos naturales eran infinitos, que eran inagotables. Pero no es así. Al contrario, son finitos, no son renovables. Se ha desmontado el mito de la infinitud de los recursos naturales y, por tanto, también se ha derrumbado el mito de la infinitud del crecimiento económico, ambos, mitos centrales del sistema en quiebra, sobre los cuales ha girado la actividad económica durante varios siglos. Crecimos en la creencia ciega de que los recursos naturales podían ser explotados por los siglos de los siglos. Y también creímos que la economía de todos los países podía crecer siempre, mostrar estadísticas positivas año tras año. Pero hoy día, a la luz de los terribles problemas que azotan al género humano, tales como: incremento de la temperatura terrestre, desertificación, contaminación atmosférica, lluvia ácida, escasez de agua potable, disminución de las nieves polares, destrucción de tierras fértiles, extinción de ríos y lagos, escasez creciente de alimentos, el hambre que azota a millones de personas, está demostrado que tales mitos son imposibles de sostener en el tiempo. La economía no puede mantener el actual ritmo de crecimiento pues la fuente nutricia de la producción económica son los recursos naturales y estos están agotándose, están llegando a su fin. Además, para sostener en el tiempo el actual nivel de producción y consumo de la población mundial se requiere de tres planetas iguales a la tierra, y esto es imposible. De manera que la conclusión lógica derivada del derrumbe de tales mitos es que se hace imprescindible cambiar el modelo económico. El modelo depredador hasta hoy vigente en el mundo está agotado. Es un suicidio continuar por ese camino. Estamos cada vez más cerca de un gran cataclismo ecológico capaz de provocar la extinción de todas las formas de vida existentes en la tierra. Por tanto nuestra obligación es cambiar el rumbo, asumir otra manera de vivir. La única opción que tenemos para salvar el planeta es adoptar sin dilación una forma de vida completamente amigable con la naturaleza, respetuosa con la tierra. Esto es el ecologismo.

II. El ecologismo.

El ecologismo es una propuesta que se alimenta de distintas corrientes de pensamiento provenientes de la ciencia, de las tradiciones místicas y de algunas religiones. Una de esas fuentes se origina en las comunidades indígenas americanas (Aimaras y Quechuas) depositarias de una cosmovisión divina de la tierra. Nuestro planeta, de acuerdo con estos originarios americanos, es una divinidad que interactúa con los seres humanos. Es la Pachamama, la madre protectora que nos provee de todo lo necesario para existir. Por tanto, nuestro trato hacia ella debe ser cuidadoso, respetuoso, agradecido. Otra fuente es la teoría de sistema de Ludwig von Bertalanffy, según la cual la realidad que nos rodea no está constituida por cosas aisladas, sino que la misma es sistémica, es decir una totalidad integrada. Nada está fuera, nada existe aislado. Todo pertenece a un conjunto, a una totalidad. Lo propio en esta visión son las relaciones, las redes, los vínculos. De manera que la realidad resulta ser un entramado, una red de redes, donde todo está conectado con todo en todos los puntos. Es la trama de la vida de que nos habla el físico norteamericano Fritjof Capra en su libro homónimo.

También proporciona buenos argumentos al ecologismo la teoría cuántica, desarrollada entre otros por Albert Einstein y Werner Heisenberg. En sus investigaciones acerca del mundo subatómico estos físicos descubrieron una realidad asombrosa, una realidad que tiene un comportamiento extraño. Descubrieron, en primer lugar, que en el mundo cuántico el vacío es una constante. En un átomo casi todo el espacio está completamente vacío; Apenas una pequeña proporción está ocupado por el núcleo. En segundo lugar, descubrieron que en este mundo no existe la materia básica, no existe esa partícula sólida que los científicos siempre estuvieron buscando. Lo que si existe a nivel cuántico son unos fenómenos que a veces se comportan como partículas, pero que otras veces se comportan como ondas, como destellos fugaces. Son fenómenos ambivalentes, indeterminados, impredecibles. Y por último, notaron los cuánticos que en este nivel resulta imposible divorciar el sujeto del objeto, de la misma manera que resulta imposible identificar las causas específicas de los fenómenos. A nivel cuántico los fenómenos no ocurren por sí mismos, ocurren solo cuando se hace presente un sujeto que pregunta y certifica. Y, según sea la pregunta, así también será la respuesta del fenómeno. Por ejemplo, si a un electrón se le interroga como partícula responderá como partícula, pero si se le interroga como onda responderá como onda. La actuación del electrón dependerá entonces del interrogador, del investigador, del sujeto. No hay aquí, por tanto, realidad objetiva, realidad con cosas u objetos preexistentes. La realidad aquí es realidad con sujeto, con pensador, con investigador. Por ser así tan complejo este mundo subatómico fue que James Jeans, otro físico dedicado a desentrañar la realidad cuántica, afirmó que "el universo está empezando a parecerse a un gran pensamiento, más que a una gran maquinaria". En fin, y ésta es la conclusión pertinente a la luz del presente ensayo, los descubrimientos del mundo cuántico obligaron a los científicos a cambiar su percepción de la realidad para afirmar de ahora en adelante que esta realidad, en vez de parecerse a un gran artefacto mecánico, como había sentenciado Newton, se asemeja más bien a un complicado tejido de acontecimientos en el que toda suerte de conexiones junta lo existente. En esta nueva visión no se admite divorcio, fragmentación, deslinde entre sujeto y objeto, entre pensamiento y fenómeno, entre sociedad y naturaleza. Ahora debemos admitir que materia y mente es la misma cosa, igual que lo son sujeto y naturaleza, pensamiento y fenómeno. La unidad es la característica sobresaliente en esta nueva visión. Por ser así, vivimos entonces en un mundo concatenado, no mecánico sino orgánico. En este mundo absolutamente integrado, único, relacional, los seres vivos y los no vivos cohabitan, conviven, se pertenecen. La naturaleza y la sociedad se entrelazan uno con otro, se requieren, se necesitan.

Por último, tenemos la teoría de la complejidad desarrollada por el sociólogo francés Edgar Morin, uno de cuyos libros más sobresalientes lleva por título Tierra Patria. Segú este pensador, todos los humanos comparten un destino común, que es el destino de la tierra. Somos, por tanto, ciudadanos, no de aquí ni de allá, sino ciudadanos planetarios. La tierra es el hogar de todos nosotros y de todos los demás seres que la habitan. Estamos unidos entonces por una comunidad de destinos, que puede ser el destino de la perdición o el de la salvación, según sea nuestro trato hacia la Tierra-Patria. Por tanto, si queremos continuar en cohabitación con el planeta, nuestra relación con él no ha de ser la del conquistador, la del amo que le infringe torturas, como postulaba Bacon, sino la del amigo que lo cuida, cultiva y quiere. Estos son los principios que deben regir nuestra relación con todo lo existente, sean estos las plantas, los animales, las rocas, el suelo, las aguas y los demás seres humanos. Y son tales principios, los que inspiran este nuevo paradigma de convivencia, el ecologismo.

La expresión ecologismo fue acuñada inicialmente por el biólogo alemán Ernst Kaeckel y significa estudio (logos) de la casa (oikos). En concreto, la ecología intenta hacernos ver la total interdependencia que existe entre los organismos vivos y el entorno o medio ambiente, de manera que si afectamos a uno eso tiene consecuencias en el conjunto. El ecologismo, por su parte, constituye un punto de vista, una manera de pensar, donde prevalece la totalidad, el conjunto, el sistema. Para una visión ecologista todo lo que existe coexiste. Cada criatura del universo se encuentra en relación con todo lo demás. Todos los seres cuentan en el mismo orden de importancia. Cada uno de ellos constituye un eslabón en la cadena universal, en la red de redes, en el sistema planetario. La Tierra-Patria está habitada de seres vivos, materia, cuerpos, energía y fuerzas, todos siempre en tensión y en relación y cada uno de ellos es importante para el conjunto. Desde esta visión se observan, no cuerpos, cosas, fenómenos, sino relaciones, nexos, conexiones. Se observa la retícula planetaria, la telaraña de filamentos de la que formamos partes. Cada uno de tales filamentos constituye un eslabón de la infinita cadena, y cada filamento es tan importante como cualquiera de los otros. En esta visión nadie es más importante, nada es superior, nadie domina al resto, nada está subordinado. Lo importante es el conjunto, la totalidad, el sistema. Entonces para una visión ecologista la conducta humana apropiada es la colaborativa, la convivencial, la cuidadosa, la que se entrega toda a favor de los otros.

La tierra en esta nueva visión no es una máquina, sino un cuerpo vivo que reúne en su seno las condiciones que hacen posible la existencia de las formas de vida que conocemos. Tales condiciones no deben ser alteradas, pues ellas se encuentran en su justa medida y proporción y de eso depende el equilibrio que garantiza la sobrevivencia de las especies que en su seno habitan. Pero tal equilibrio es lo que no ha respetado el modelo de producción depredador instaurado por la modernidad. Ese equilibrio se ha roto y de allí entonces el cambio climático que experimenta hoy día Gaia. Muchísimas voces nos advirtieron de este peligro inminente, mismas que reclamaron a gritos detener la destrucción del entorno natural y que adoptáramos otras prácticas en el trato con la tierra, con los demás seres vivos y entre los hombres mismos. Pero muy poco o nada se hizo al respecto y tal dejadez nos ha conducido al punto crucial, a la gran encrucijada, al momento actual en el que al frente la humanidad tiene un camino que se bifurca. Uno conduce al abismo infernal, el otro conduce a la civilización ecológica. No existe tercera opción.

III Minería es depredación.

En este camino, cuyo desenlace infernal está a la vuelta de la esquina, contribuye sobremanera la minería, la actividad económica más depredadora del entorno natural, junto con la guerra. Ambas actividades son ecocidas de suyo, destruyen todo a su paso. El rastro que dejan atrás las dos es terrorífico. La muerte cabalga a galopes en sus lomos. Todo ser viviente es aniquilado allí donde se posa la minería o se desata la guerra. El ejército de mineros con sus correspondientes maquinarias, y el de los hombres armados, vestidos con uniforme verde olivo, llevan consigo la muerte desde el mismo momento en que se inician las actividades bélicas que ambos concitan. Por tanto, así como no existe guerra humanitaria tampoco es posible una actividad minera amigable con la naturaleza. La minería en todas su formas, aun con las tecnologías más sofisticadas y avanzadas, se realiza siempre a costa de arremeter en contra de los suelos, agua, bosques, biodiversidad, seres humanos.

El trato de la minería hacia la naturaleza es como si ésta fuese un peligroso enemigo que debe ser aniquilado. Es un trato guerrero, agresivo, furioso, encolerizado. Por eso los instrumentos propios de las empresas mineras son los explosivos, las trituradoras, los buldócer, las excavadoras, las retroexcavadoras, topadoras y grúas, los camiones volcadores, las sustancias tóxicas como el mercurio y el cianuro, etc. Tales son las armas naturales de los mineros. Con ellas embisten contra tan terrible enemigo que los espera, sin embargo, inerme, indefenso, desarmado. Y así, con tan poderosos instrumentos les resulta demasiado fácil penetrar en el campo contrario, avanzar sin parar, cual si fueran ejércitos conquistadores, y, finalmente triunfar. Un triunfo que resulta paradójico, pues se trata ni más ni menos que del triunfo de la muerte total, una muerte que atenaza incluso a los propios triunfadores.

Visto lo dicho resulta un contrasentido hablar de minería ecológica, tal como lo afirmara el presidente Nicolás Maduro el día 6 de agosto de este año 2016, en ocasión de la firma de los contratos de entendimiento con las empresas transnacionales de EEUU, Canadá y Suiza, beneficiarias de concesiones en el Arco Minero; y como también lo ha dicho reiteradas veces el Ministro del Poder Popular para Desarrollo Minero Ecológico, abogado Roberto Ignacio Mirabal. Tamaño disparate solo es posible pronunciar desde la demagogia, desde la ignorancia o desde el pragmatismo. Nadie medianamente informado acerca de lo que comporta el ecologismo se atrevería a proferir tal exabrupto. Sin embargo el presidente de nuestro país lo ha hecho sin ruborizarse, así como el ministro del ramo y numerosos dirigentes de la tolda psuvista. Ante tamaño desafuero lo menos que podemos decir es que estamos en presencia de una dirigencia gubernamental irresponsable, mentirosa, demagoga, inescrupulosa, que por tal razón está dispuesta a convenir un negocio a todas luces lesivo para nuestro país.

Ahora bien, para desmontar lo anteriormente dicho por tan importantes funcionarios basta con lanzar la vista hacia atrás y escrutar en la historia de la minería en Venezuela y en cualquier parte del mundo. Así nos daremos cuenta que tal actividad no ha sido ni será jamás una actividad cuidadosa con la naturaleza. Tampoco ha existido ni existirá nunca una tecnología minera amigable con el entorno ambiental. En todos los lugares de la tierra donde la minería ha tenido lugar lo que ha ocurrido son tragedias desproporcionadas. Es que a las empresas del ramo y a los mineros particulares lo que interesa es la obtención del filón, a toda costa. Mientras mayor sea la cantidad obtenida mejor. Esta es su razón de ser, su horizonte de interés. Lo demás no importa nada. Pero ocurre que los metales no se encuentran aislados del entorno, apartados del ambiente. Por el contrario, ellos existen siempre incrustados en la naturaleza, asociados a las rocas, pegados a los suelos, hermanados con las plantas, hundidos en el cauce de los ríos, riachuelos, lagos, mares, océanos; cohabitando con los animales y personas. De manera que para extraerlos hay que destruir las rocas, la capa vegetal, los suelos, los ríos, las plantas, los animales, la gente. Son millones de toneladas de materia natural las que deben removerse para obtener unos pocos gramos, por ejemplo, de oro, de plata, de diamantes. Además, están las miserias sociales que vienen, en muchos casos, asociadas con la actividad minera, tales como la prostitución, el tráfico y consumo de drogas, el alcoholismo, los crímenes, robos, atracos, el contrabando, la organización de bandas delincuenciales, el pranato, las enfermedades venéreas, paludismo, etc., todo lo cual hace de tales zonas mineras verdaderos sitios lumpen, un mundillo donde reina la anomia, la violencia, el caos. Este ha sido el caso venezolano con la minería aurífera y diamantífera desde hace más de un siglo. Lo evidente allí es la desatención del Estado, cuando no la corrupción de los funcionarios civiles y militares designados para imponer el orden, la legalidad, la constitución. En la minería aurífera y diamantífera venezolana lo tradicional ha sido la dejadez del Estado, la ausencia de controles respecto a lo que allí sucede. Y por tal dejadez estatal nada bueno ha dejado para nuestro país esta minería. Basta con visitar los lugares donde tales actividades han tenido lugar para llegar a esta conclusión. No encontramos en esos pueblos surgidos al calor de tal actividad, universidades, hospitales, escuelas, industrias, edificaciones públicas, servicios públicos, acordes con la inmensa riqueza generada allí. Lo que si existe son pueblos empobrecidos, con muchas carencias, con muy pobre calidad de vida, pues las cuantiosas riquezas extraídas de su entorno no se quedaron en estos lugares. Se fueron bien lejos, a otros territorios fuera del país, gracias a la irresponsable connivencia de los gobernantes venezolanos, de antes y de ahora.

IV. Nicolás Maduro autoriza el ecocidio de Guayana.

Con estas premisas de fondo no dudamos en afirmar que en territorio guayanés adquirirá dimensiones mayúsculas el ecocidio, ya en curso desde hace más de un siglo, gracias a la decisión tomada por el Ejecutivo Nacional, presidido por Nicolás Maduro, de autorizar, mediante el Decreto 2248, número de Gaceta 40.855, la instalación de unas ciento cincuenta empresas, nacionales y extranjeras, para que exploten los diferentes tipos de minerales existentes en el llamado Arco Minero del Orinoco, un extenso espacio territorial situado en el Estado Bolívar, que comprende unos 114.000 Kilómetros cuadrados, y donde se ha constatado la existencia de oro, diamante, cobre, coltán, granito, bauxita, dolomita y otras riquezas naturales. Se trata de un inmenso espacio, equivalente a un tercio de todo el estado Bolívar y casi un 12% del territorio nacional, mucho más grande que los territorios pertenecientes a países como Portugal, Cuba, Guyana, Jamaica, Bélgica, Costa Rica, Guatemala, Panamá, República Dominicana, Suiza, El Salvador, Bulgaria, entre otros.

Preocupa esa decisión gubernamental pues se trata de un espacio territorial demasiado importante para Venezuela, pues allí la riqueza fundamental no está constituida por minerales y metales, sino por el agua y la compleja biodiversidad. Ese lugar es un reservorio de vida principalmente. Allí se encuentran las principales cuencas hidrográficas de Venezuela, como son la del Caroní, del Cuyuní, del Caura, del Cuchivero, del Aro y del propio Orinoco, algunas de las cuales alimentan los embalses donde se genera buena parte de la electricidad que se consume en los hogares venezolanos, que mueve las industrias y activa el comercio nacional. Además y principalmente, allí habitan desde hace varios siglos diversas poblaciones indígenas de las etnias Warao, Acawayo, E´Ñepa, Pumé, Mapoyo, Kariña, Arawak, Piaroa, Pemón, Sanema y Ye´kwuana, que en conjunto suman varios miles de personas. En total, incluyendo población indígena y criolla, en el extenso Arco Minero existen 465 centros poblados, que reúnen una población de más de un millón 660 mil personas, un número equivalente al 4,9% de la población nacional. Y se espera que para 2019, con la activación de la minería en el Arco, aumente esta cifra hasta superar el millón y medio de personas.

Como vemos, esta inmensa sección del Estado Bolívar es a todas luces demasiado importante para los venezolanos de ahora y del futuro, por cuya razón no debería ser objeto de una negociación cuyo único propósito es extraer, bajo criterios empresariales, las riquezas allí existentes. Además, es bastante conocido que algunas de tales empresas extranjeras, beneficiarias de concesiones en este Arco Minero, han cometido en distintos lugares del mundo crímenes ecológicos, denunciados así por gobiernos y organizaciones ambientalistas en los países donde tales fechorías se han presentado. Este es el caso de la empresa canadiense Gold Reserve, ya activa en la zona. Otras de las empresas instaladas en sus respectivas concesiones son las chinas Camc Engeerering CO. LTD y la Yakuang Group. El plan de inversiones compromete a 35 países de los que solo han sido mencionados Canadá, China, Rusia, Arabia Saudita, Sudáfrica, Estados Unidos, El Congo, Inglaterra, Alemania y Suiza.

Según vemos entonces, lo que allí acontecerá, de concretarse definitivamente las negociaciones, será un ecocidio de proporciones gigantescas, cuyas nefastas consecuencias se harán sentir no solo en el mismo territorio minero, sino también en Venezuela y el resto del planeta, pues como hemos explicado antes, en razón de que formamos parte de una realidad sistémica, integrada, relacional, la devastación que provocará la activación de la gran minería en tierras de Guayana se hará sentir en el sistema todo. Sus efectos serán tremendos pues estamos refiriéndonos a una sección de la gran Amazonía suramericana, el pulmón de la tierra, el proveedor de oxigeno de la madre tierra. Tal devastación actuará como un factor catalizador del cambio climático que hoy día experimenta nuestro planeta, con lo cual estaremos acercándonos en el tiempo al gran cataclismo planetario anunciado por los expertos del ramo, y cuyos primeros síntomas son evidentes en estos mismos momentos.

Para las empresas mineras ya en proceso de instalación, el filón más atractivo en esta subasta del territorio nacional adelantada ahora por el gobierno presidido por Nicolás Maduro, una subasta muy parecida a la que en su momento ejecutó el dictador Juan Vicente Gómez con el petróleo venezolano, está constituido por las 7.000 tonelada de oro que se han certificado existen allí. Se trata sin duda de la materialización ahora en el siglo XXI del viejo sueño de El Dorado, tan buscado por los conquistadores españoles hace más de 500 años atrás. El escurridizo Dorado es cierto, existe, está aquí en suelo Guayanés. Ha sido encontrado finalmente. Tenían razón aquellos aventureros del siglo XVI que llevaron adelante varias empresas en búsqueda del áureo metal, sólo que no lograron dar con la dorada veta; el dorado filón se les escurrió. Lo encontraron los aventureros de ahora, los empresarios de la minería provenientes de diferentes lugares del mundo, que vienen a chupar en las venas del territorio guayanés, abiertas ahora por este gobierno del siglo XXI que, en nombre de Bolívar y el socialismo, justifica este nuevo saqueo con su correspondiente devastación ambiental.

Esas 7.000 toneladas de oro constituyen una riqueza colosal, muy superior a todo el oro extraído de las minas de Guayana desde el año 1850, cuando se inició oficialmente la explotación aurífera en este territorio. Pero el precio que ha de pagar el país por la extracción de tal cantidad de oro es demasiado alto, demasiado oneroso, si tomamos en cuenta que para obtener entre uno y diez gramos de este metal es necesario remover materia natural en cantidades gigantescas.

Para extraer la totalidad de esas 7.000 toneladas de oro hay que remover más de 700 millones de toneladas de materia natural, constituida por rocas, suelos, árboles, aguas, etc. Esta materia removida se acumulará en inmensos cerros de desechos, contaminados con cianuro, mercurio y arsénico, que al final pasarán a formar parte del paisaje agreste, desértico y mortífero dejado por las empresas beneficiarias de la colosal riqueza extraída del lugar. Aquí quedarán los socavones, los suelos ácidos, las aguas cianuradas, las tierras empobrecidas, las comunidades indígenas expulsadas, el inmenso desierto. Un gigantesco cementerio sin ningún ser viviente en ningún lado pues allí habrán sido aniquiladas las condiciones que permiten la existencia de vida. Pasarán muchísimos siglos para que pueda de nuevo renacer algún animal o planta en ese escenario. Tal será la horrorosa herencia que dejará en el país esta fatal decisión del presidente Maduro, cohonestada por los integrantes del Ejecutivo Nacional y por el resto de los poderes públicos del país. Una decisión, cuya razón de fondo son las actuales urgencias fiscales del país, causadas por la brusca disminución de los precios del petróleo, la única fuente de divisas externas que ha tenido Venezuela a lo largo de un siglo. Con ese oro pretende el gobierno nacional tapar el hueco fiscal y proveerse de ingresos para seguir la fiesta del despilfarro, pues se trata del mismo gobierno que dilapidó en menos de tres lustros la mayor cantidad de dinero recibido por gobierno venezolano alguno, una cantidad tan grande que supera la sumatoria de los presupuestos percibidos por el país durante toda su historia republicana.

A los precios de venta actuales esas 7.000 toneladas de oro constituyen un potencial financiero superior a los 200 mil millones de dólares, una inmensa suma de dinero cuya suerte final será muy probablemente la misma que tuvo el oro de la mina El Callao, explotada en el siglo XIX; el mismo que han tenido los muchos miles de quilates diamantíferos extraídos de este territorio; y el mismo que han corrido los millones de barriles de petróleo venezolano. En todos estos casos, los usufructuarios de la mejor tajada han sido empresarios y gobiernos extranjeros, bien europeos o bien norteamericanos. La experiencia histórica a este respecto es que Venezuela pertenece al club de los países perdedores, al de los países desfalcados, al de los países cuyas riquezas naturales no le han pertenecido de hecho. Por tal situación, luego de casi dos siglos de historia republicana, nuestro país padece la enfermedad de la pobreza. En verdad, duele la vida en Venezuela. En medio de una tierra prodigiosa, bendecida por la naturaleza, los venezolanos sufren. Es mínima la calidad de vida aquí en este territorio. Tan paradójica situación se la debemos a nuestra dirigencia, a los políticos, a los empresarios y a los militares en cuyas manos ha estado siempre el destino del país. Estos son los mismos que acaban de autorizar la subasta de Guayana, la entrega a girones de una buena parte de este territorio a negociantes de la minería extranjeros. Y la invasión ya comenzó. Ya se escucha el trepidar de las grandes máquinas desfondar los suelos, derribar los árboles, destripar animales. Otra vez la misma historia. Se reitera el error. Se anuncia una gran tragedia.



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Sigfrido Lanz Delgado


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