Con mi ignorancia no te metas

Una frase equivalente que puso de moda una encolerizada ama de casa, muy acostumbrada a visitar su Supermercado, suntuario por demás[1], al cual muchos clientes y clientas llevaban sus mejores galas como si se trata de una fiesta a la cual no podía llevar la misma ropita casera ya harto vista por sus vecinas y vecinos.

"Con mi arroz caro no te metas", de esta frase estamos hablando, frase que fue acompañada de un tremendo paquetazo de saborizado arroz lanzado al rostro del supervisor de precios que a la sazón y un mal día tropezó con la protagonista, una persona que, si a ver vamos, lo que quiso decirle, aunque de una manera muy vulgar, es que estamos en un país de rentas desiguales donde hay tiendas y tienditas, para todos los gustos y solvencias. Que eso de igualarnos a todos y todas de la noche a la mañana era atentatorio contra los arraigados hábitos sembrados en ella durante siglos.

Por supuesto, tenemos que darle la razón a esa disgustada ama de casa ya que resultó y sigue siendo de muy mal gusto, y una crasa piratería profesional en materia de regulación de precios, eso de regularle los precios, a precios de indigentes, la ropa, la comida, la medicina, el calzado, los estudios, etc., a una parte de la población que ha tenido como meta en su vida saltar de la pobreza en medio de tantas desigualdades económicas impuestas necesaria y sistemáticamente por el sistema capitalista, eso fue, decimos, y sique siéndolo, un tremendo desacierto político que saltó la realidad económica por creer que primero es lo político y después lo económico, una convicción muy curiosa en gente de izquierda.

Por supuesto que en el caso de la señora que nos ocupa lo económico se mezcló allí con lo político porque, por ejemplo, durante décadas el azúcar y la leche pasteurizada estuvieron reguladas a 1 bolívar kg y el litro respectivamente. Se comprende que no menos desacertado fue que la gente de mediano y altos ingresos recibieran subsidios de esa índole.

La diferenciación social de precios arrancó con la instalación de supermercados para los sectores de mejor poder económico, pero allí la leche y el azúcar llegaban sin problemas a todos los expendios. Hoy sólo los supermercados y las droguerías-estas que ahora fungen de monopolios detallistas sin que les pasa nada, absolutamente nada. La escasez sólo la sufren las pequeñas farmacias y las bodegas y panaderías de pobres.

Efectivamente, muy lejos de ir ganado adeptos dentro de la clase media, por el contrario, cada día parece abundar más los disgustados con la intednción del gobierno de hacer que pobres, medios pobres y medios ricos coman en el mismo plato, dejando a un lado, precisamente, el periodo de transición conocido como Socialismo que está establecido para que esas desigualdades vayan limándose con el menor número de dificultades sociales dada la tremenda desigualdad heredada de 100 años de capitalismo despilfarrador, parasitario, rentistas e ignorante de los más necesitados.

Por supuesto, el gobierno ha contado hasta ahora con cerrados staff de asesores invulnerables hasta ahora en materia de control de precios distribución de alimentos y mercancías afines, y de otros problemas que, a pesar de exigir una cualidad profesional muy delicada, que por ser en lo concreto de índole popular o comercial hasta los más atrevidos aventureros han gozado de licencias para opinar sobre sus bondades y dificultades.

Por ejemplo, ahora vemos que hasta los gatos están evaluando la importancia y cualidades del Petro, una materia que en sí misma está reservada para unos cuantos especialistas financieros. Creemos-y esperamos estar equivocados-que, de esa manera, lejos de robustecer la confianza en esa prometedora y poderosa moneda, el propio gobierno la está degradando sin darse cuenta.

A los ejecutivos del Banco Central de Venezuela, todavía, no les hemos oído su pronunciamiento al respecto, a quienes les compete por Derecho ser la primera y más acreditable opinión en tal materia que, si a ver vamos, es una moneda, una divisa adicionable al circulante nacional, como lo han hechos los cheque, las letras de cambio, etc., salvo diferente por su virtualidad y ahora porque deja de ser fiduciaria.

 


 

[1] Los costes de mantenimiento de esos suntuarios supermercados tienen un alto peso en los aparentes precios económicos que ofrecen esos centros detallistas o bodegas de gran envergadura. Antes se les conocía como "abastos" para diferenciarlos de las bodegas y bodeguitas las esquinas y medias cuadras. Los mercados municipales daban cuenta de las familias estiradas o empingorotadas-hoy llamadas escuálidas-porque su personal doméstico hacía los mandados de la cesta básica. En Valencia, por ejemplo, las señoritas ni las señoras bajaban hacia el sur más allá de la calle Colombia; y eso porque esa calle es el lindero sur de la Plaza Bolívar.



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Manuel C. Martínez


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