Falcón o el arduo desmontaje del chantaje

Uno se sorprende de los retorcimientos de la razón a los que obliga la defensa de un compromiso previamente adquirido, cuando un argumento contundente destroza su base. Me ha pasado muchas veces, y estoy seguro que le ha ocurrido a mucha gente: el creyente ferviente muy bien puede acompañarnos en un razonamiento, puede asentir a una argumentación, incluso alcanza a admitir premisas que lo llevan al borde de la admisión del absurdo de su fe (con lo cual se distingue de un simple fanático, que resuelve el problema con una consigna y un insulto). Pero, entonces, se activa una especie de chip de emergencia en su cabeza que le imposibilita llegar a la conclusión lógica de lo que ha aceptado, incluso de buena gana, hasta ese momento.

El mecanismo de seguridad ideológico que tranca la razón, a veces es la simple negación. El individuo se aferra desesperadamente al NO, como a una saliente del barranco, para no caer en la aceptación, en el sí que presuntamente lo coloca "del otro lado", en el fondo del precipicio. Entonces acuden en auxilio del resistente un repertorio inagotable de pretextos: los apagones son sabotajes, no hay inflación, hay guerra económica, es "Dólar Today", hay infiltrados colaboradores del gobierno en la oposición, los marines sólo capturarán en una operación pinza a los delincuentes del gobierno y no lanzarán ni una bombita, debimos haber seguido con la guarimba o con la guerrilla porque ya estaba así cerquita la caída del gobierno, etc. Ya sabemos que la inventiva de los pretextos (los psicoanalistas lo llaman "racionalizaciones") es infinita.

Pero hay otro poderoso mecanismo de defensa que, últimamente, ha venido actuando en el debate: el chantaje. Son innumerables, pero he visto repetirse, sobre todo, el del enemigo sanguinario. Puede resumirse así: si te acepto eso, entonces gana el enemigo, y éste nos va a matar a todos. Si es un chavista defendiendo al gobierno para supuestamente cumplir con la orden del Comandante, una victoria de la oposición (así sea únicamente en teoría) equivale a una victoria del imperialismo y de una especie de Pinochet que nos meterá a todos en stadiums para torturarnos y aniquilarnos. Eso es lo máximo. La mínima maldad es suspender las ayuditas del carnet de la Patria y demás subsidios directos del gobierno, ayudas que, de paso, siempre han recomendado los técnicos del FMI en sus programas de ajuste, programas sociales que han implementado casi todos los gobiernos de antes de la V República. Si es un opositor abstencionista, votar legitima un gobierno que, ahora sí, aplicará las medidas más represivas del comunismo cubano y no queda otra que escapar como lo han hecho millones de cubanos en balsas. Hay otro grupo que se considera a sí mismo de izquierda, que igual repite el alegato de la legitimación. Por eso reduciré mi reflexión a los dos primeros tipos de chantajeados.

Tal vez, para no romper la comunicación, habría que tratar de desmontar el chip tranca-pensamiento, mediante un nuevo razonamiento. Es difícil porque el chip se aprovecha de elementos ciertos. Es verdad, por ejemplo, que el sector extremo de la oposición nunca ha aceptado el orden constitucional desde 1999 y, desde entonces, ha apostado por tumbar violentamente al gobierno. Además, se ha guiado más por la urgencia de una emoción movilizadora, pero también altamente destructiva si no se la encausa: la ira. Por eso ha repetido los mismos errores de la izquierda durante los 60 y parte de los 70: inmediatismo, vanguardismo, estrategicismo. Con una ignorancia histórica impresionante, ese liderazgo violentista ha lanzado a su base social (que es bastante grande) a aventuras como esta última de las guarimbas, esos disturbios localizados en determinadas zonas del país, que pretendían ser una "insurrección" sin armas, sin la organización debida, enfrentando irresponsablemente un armamento casero a un armamento industrializado. Además, esa dirigencia opositora rompió a última hora las negociaciones en Santo Domingo, como atestiguan los observadores internacionales presentes, justo cuando ya se estaba llegando a un acuerdo, como para contribuir al evidente (y cantado) montaje de una operación injerencista por parte de los Estados Unidos, cuyo presidente ha mencionado la opción invasora, con todos los elementos tradicionales de la historia de este continente, resolución de la OEA incluida.

Pero hay elementos nuevos. La oposición, resultado de su largo rosario de derrotas, además de fragmentarse y desmoralizarse en sus bases, acaba de tener una importante división. Rompiendo con el discurso abstencionista que, en este contexto, es también injerencista, porque entrega la función de cambiar de gobierno a la acción de Estados Unidos y sus seguidores latinoamericanos y europeos, Henri Falcón inscribió su candidatura para unas elecciones en las cuales el gobierno, con el control de todos los poderes y los recursos del estado, con una actitud ventajista descarada, tiene todas las de cumplir con el principio táctico que ha venido aplicando sistemática y cínicamente: hacer elecciones únicamente si las puede ganar. Este hecho por lo menos muestra una gran valentía y audacia de Falcón, Visconti y Quijada.

Por supuesto, la dirigencia opositora violenta es funcional al comportamiento oficialista. Juega con el argumento de la legitimación que termina siendo una falacia a favor del gobierno. Si recordamos (cosa que evidentemente no hace esa dirigencia) ya en 2005 probaron la táctica de la abstención en las parlamentarias y nada pasó; al contrario, un año después participaron en los comicios presidenciales. Además, una cosa es apoyar el gobierno y otra, muy distinta, legitimar un método para cambiarlo. La abstención legitima la injerencia en estas condiciones. Y si por legitimación entienden el reconocimiento de ciertos gobiernos, eso reitera la posición injerencista que los coloca como simples marionetas del Pentágono, que es lo que el gobierno dice. O sea, que los opositores abstencionistas, al final, le dan la razón al gobierno.

Porque una cosa es hacer catarsis emocional, dejar salir "la arrechera", y otra, muy distinta, hacer política. La táctica de votar, representada ahora por Falcón y otros candidatos (Visconti, Quijada), tiene importantes antecedentes históricos: desde las elecciones de 1952, cuando la participación de URD, con el apoyo del PCV, inició una nueva oleada de masas contra la dictadura de Pérez Jiménez, hasta situaciones de más abolengo izquierdista, por ejemplo: la participación de los bolcheviques en la elección de la Duma zarista, años antes de la revolución. Otra ventaja es que permite llevar el mensaje a mucha gente, organizar los apoyos y crecer organizativamente, y hasta medir, finalmente, el respaldo de masas una posición diferente al desastre actual. Cuidado si hasta se llega a una victoria total. La base de piedra de Maduro ya no es la misma que hace unos meses. Y los que quieren votar son muchos más que los que quieren votar por Maduro.

Pero, además, hay otras dos ventajas. Una, que abre la ventana a una opción diferente a la injerencia extranjera, que entrega al país a una negociación y reparto, entre los imperios en pugna, Rusia, China y Estados Unidos. Otra ventaja es que desmonta el chantaje de la supuesta alternativa pinochetista que implicaría una derrota de Maduro, el "coco" opositor preferido para, mediante el mecanismo del "más vale malo conocido que bueno por conocer", trancar la inteligencia de la base chavista. La experiencia nicaragüense, pero también la argentina, la brasileña y otras, muestran que una derrota electoral de un gobierno de "izquierda" (supongamos por un momento que este lo sea) no implica necesariamente un nuevo Pinochet. Más bien significa un período de reconstrucción, revisión y relanzamiento de las luchas populares; una nueva etapa en la cual, eventualmente, se podrán rectificar los errores y descartar a los dirigentes responsables del desastre de corrupción, crisis y entrega, que ya son sinónimos de este gobierno de Maduro. Y se abriría una nueva posibilidad de victoria y avance del proyecto de independencia, bienestar, producción y justicia social, por la cual, al final, todo el pueblo lucha. Y tal vez, sí, pueda darse el cambio.



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Jesús Puerta


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