Ramos Allup, la MUD y el diálogo. De los cuentos de Anton Chejov

En “El amor de un contrabajo”, Anton Chejov, el genial “narrador breve” de la literatura rusa, dijo “Todos los que tocan los contrabajos y los trombones son, generalmente, hombres de limitados recursos intelectuales.”

            Chejov nació en 1860, por lo que es dudoso que haya conocido a Henry Ramos Allup, porque que el sirio-venezolano – hay que buscar la partida para que no nos quede duda – tiene sus cuantos años encima. Pero de lo que si no cabe duda es que, cuando el talentoso ruso dijo aquello, en aquel cuento donde el contrabajista Smechkoff, fue víctima de los malandros que le robaron la ropa mientras se bañaba en un río, pareció estar pensando en el alto dirigente adeco. Pues, los contrabajos y trombones suenan tan duro que hacen temblar las paredes y parecen opacar las débiles notas que salen de los otros instrumentos.

           Por cierto, que Ramos Allup es una adeco aliado a la vieja guardia. Aquella que se fue al exilio, vivió entre EEUU y los países de Centro América y el Caribe, en muchos casos se dio la gran vida, bajo el amparo de gobernantes que como ellos pensaban, mientras aquí adentro, hombres de la talla de Antonio Pinto Salinas, Alberto Carnevali y Leonardo Ruiz Pineda entregaban su vida por la causa, otros miles llenaban las cárceles por haber dado la cara y los más lucharon con denuedo en las calles de Caracas hasta el día que el dictador huyó en la “Vaca Sagrada” y un jovencito, a quien Betnacourt conoció cuando regreso a Venezuela a “comerse las maduras”, llamado Simón Sáez Mérida, emergió como el heroico Secretario General del Partido. Simón se fue asqueado y con él miles, mientras arribaron al partido cuando ya no había peligro y estando en el gobierno los tipos gritones como William Dávila Y Ramos Allup. Por cierto, el primero también parece un trombón y un contrabajo. Los dos son adecos que nunca supieron lo que era correr riesgo por su causa sino ocupar altos cargos y abusar del poder para gritar y ser faramalleros.

            Los parlamentarios gritones, hacedores de bulla, tira golpes y buscapleitos son habituales. Una vez mi gran amigo Moisés Moleiro me dijo, “fracción parlamentaria que se respete y se dé por bien estructurada debe tener por lo menos, uno o dos gritones y tira coñazos. Son útiles para cerrar ciertos debates”; sobre todo cuando nada se tiene por decir. Siempre los ha habido. Incluso en la Asamblea Nacional, después del proceso constituyente, estos asumieron sus roles. Tanto en la oposición como en el chavismo los ha habido; tanto mujeres como hombres. En esto no ha habido discriminación. Sólo que las mujeres suelen hacer uso de la lengua. ¡Pero hay que ver cómo con ella pegan y ensordecen!

        Ramos Allup pues parece un personaje sacado de los cuentos del escritor ruso. No solo grita, ronca y hace bulla sino que busca pleitos como si eso fuese, a cada instante, su último hálito de vida. Si le llaman a diálogo, entiende el asunto al revés, por lo eso agrede con su batería verbal, su quincalla como heredada de Luis Piñerúa, por lo menos en lo que la de aquél tenía de cursi, a quien le diga simplemente “hablemos”.

        Es lo más parecido a aquel sochantre, Gradusof, del cuento “De mal en peor”, que obligado a pedir perdón en público a quien había ofendido, bajo la amenaza de ser sancionado por un juez inferior, a un ciudadano que formaba parte del coro bajo su dirección, terminó ofendiendo más fuerte al antes ofendido y a tres personas más que se hallaban en el sitio de la acordada cita. Y así fue el sochantre de la catedral ofendiendo a cada autoridad a la que se enfrentase mientras su juicio ascendía en la escala judicial. Mientras todo aquello acontecía, Gradusof se afanaba en creer que sólo él tenía la razón y actuaba en orden, pues los demás no eran más que vendidos a una justicia que no se avenía con su manera de mirar las cosas.

            Ni más ni menos así ha actuado Ramos; en la Asamblea se ha peleado y ofendido con todo aquel que se le ponga en frente y cuando le toca lo hace en la misma actitud de Gradusof, el sochrante de la catedral, con los miembros del TSJ, Contraloría General, Defensor del pueblo y las damas del CNE en quienes se sacia en su saña verbal, sin olvidar al presidente. Pero tampoco se queda corto cuando se le atraviesa  alguno de la MUD.

            Ramos se empeñó en el ocaso de su vida en hacer real su viejo y oculto sueño, entrar a Miraflores con su corte de amigos que festejan sus chistes y soportan su ruidosa presencia. Para eso hizo lo que pudo y es capaz para llegar de presidente a la Asamblea y desde allí, empezó a gritar incoherencias y blasfemias, tal como si fuese un ejecutante de contrabajo y trombón, de acuerdo a la definición de Chejov, como que en seis meses sacaría a Maduro de Miraflores y siendo él lo que ahora es, estaría también maduro para ocupar el cargo. El tiempo cruel y paciente lo corroe. Pasa y corre, suenan las campanas de todos los relojes y ya mismo en enero, no estará en los planes de nadie, ni de él mismo. Pese a lo que ha gritado, asumido las poses destempladas y desafiantes que de verdad nunca antes pudo asumir, para ganarse el puesto. Por eso, la palabra diálogo le enloquece y su verbo violento descarga a todo aquel que la pronuncie. Diálogo es a su proyecto como aceite en el agua. Ante ella y quienes la pronuncian desata su odio y tenacidad ofensiva como el sochantre de la catedral.

            Como el párroco de la iglesia donde Gradusof era sochantre, dirán sus amigos de Ramos Allup, al acabarse su cuarto de hora y verle insultando a todo aquel que se le acerque, “¡No se puede hacer nada con ese tonto! ¡No entiende nada!”

           Pero no porque Ramos sea bruto, que tampoco lo era el sochrante, sino obcecado porque se le acaban los tiempos.



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Eligio Damas

Militante de la izquierda de toda la vida. Nunca ha sido candidato a nada y menos ser llevado a tribunal alguno. Libre para opinar, sin tapaojos ni ataduras. Maestro de escuela de los de abajo.

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