El Matacuras proclama: "Ahora nosotros los tenemos locos"

Por recomendaciones de Gustavo Cisneros, él entró a trabajar en Globovisión; el tal Leopoldo Castillo, individuo de número de la academia de los perfectos redomados, de ojillos pequeños, ladino y sangroso. Las catiras se le van retirando, pero él permanece impávido al pie del billete que le fluye como agua del Guaire. Fue alguacil de los Contras nicaragüenses y ganó muy buena reputación, trajo su carta de buena conducta a Globovisión cuando Mingo comenzó a volársele los tapones y a competir por jalar más de lo debido. Se ha revolcado insistentemente en los pantanos de sangre surtidos por el partido de la ultraderecha salvadoreña “Arenas” y se ha desempeñado como buen negociador de toda clase de mercenarios en Centroamérica y el Caribe. Pero aún así no pasa de ser un minúsculo portero, todo un cachiflero inflado de poder por las inyecciones de silicona (con sus dólares, claro) que le mete cada día la embajada norteamericana en Venezuela.

Su técnica mediática es la de jurungar el rumor, sostener el dedo en la llaga de la inquina, de la duda, de la calumnia, del invento, de la mentira. Fue unos de los masacradotes de la desinformación con aquello de los Guarimbazos. Cómo ha gozado con el tema de los presos políticos. Cómo ha batido la manteca con el asunto de la droga que se mete el Presidente. Cómo se masturbó mentando mil veces al día el asunto de los fraudes que aquí el Comandante ha cocinado con cada elección. Fue el que regó por el mundo que los muertos durante las embocadas de las Guarimbas fueron reprimidas con fusiles Fal, de la Guardia Nacional. Gozó inmensamente con los quemados de Fuerte Mara, y mantuvo en el aire a las víctimas de este accidente y a sus familiares hasta que aquella mierda de invento se les fundió. Este insigne verdugo es una perfecta funeraria o zamuro simiesco en permanente caza de un muerto, por el motivo que sea, para endosárselo al gobierno. No puede haber un muerto ni un accidente en el país tras el cual él no vaya con su oculta la mano ultra-peluda, para alzarlo como bandera y sacarles furias simiescas, estallidos histéricos, a sus hijos los escuálidos.

Tiene dos días temblando en silencio junto con la Janiot de CNN por el tema de los liberados congresistas: “No hay realmente noticias”, les ha gritado. Noticias para él sería que los congresistas hubiesen sido despaturrados por un ataque de los militares de Uribe, para luego decir que fueron los mismos guerrilleros. Noticia para él es que muera cuanto antes Ingrid Betancourt; que estalle en mil pedazos cualquier plan de acuerdo humanitario.

“Hurra por los muertos” –grita este desorbitado torturador cada tarde, y sus miméticos perros de Pavlov que le siguen con devoción, sueltan la baba aplaudiéndole.

Además, este descomunal mercenario se cree todo un atraco mediático, y siempre está guarnecido por un par de catiras iletradas que todo se lo ríen, que todo se lo celebran. Quería hacerle la competencia a “Alo Presidente”, y le juró a Federico Alberto Ravell que él inundaría de falsos estragos al país de tal manera que no le quedaría otra salida a Chávez que caerle a cañonazos a Globovisión.

Por eso goza cuando oye hablar de vigilias frente al canal, cuando escucha a Lina Ron decir que muchos chavistas ansían colocarle una bomba a esa lacra. “Ahora somos nosotros los que los tenemos locos”, le dice a Ravell, y el Malandro que le responde: “Los jodistes. Les diste en la madre. Los reventaste.”

La verdad es que casi todas las llamadas son filtradas, a menos que llamen personajes solicitados por ellos o solicitan hablar cualquier vaquilla, como a la Liliana Hernández, por ejemplo. En cuanto Liliana escuchaba al tal Leopoldo, sufría una congestión ganglionar: “¡Leopoldo! ¡Es Leopoldo! Mira, por aquí hay muchos muertos; no te puedo referir cuántos, pero es horrible; te aseguro que seguramente son muchos; muy, pero muy fea está la situación en la Tres Gracias, en la Francisco Fajardo. Fea, fea...”, y estallaba el enano en un delirante cacareo de nena histérica y sin hombre. Este Leopoldo, además de racista se guinda como Tarzan de la sesuda clase intelectual, porque el tipo además es muy fino. Tiene buen tono y agarra los nísperos de altura con guantes de seda. Llama “maestro” al adeco Manuel Caballero. “¿Maestro, y usted que opina de los asesinados, de los torturados y desaparecidos de esta tiranía?”. El “maestro” se relame los bigotes, y se mece la melena encanecida y plagada de caspa, pero envuelta en la boina de los luchadores del 28. El “maestro” responde: “Esta pesadilla es producto de un concepto cuartelero de las oscuras cavernas”. El “maestro” es tan antichavista como lusinchista lo fue en época de la reina Blanca Ibáñez. El “maestro” que se puso en cuatro manos ante Lusinchi para aclamarlo y ponerlo por encima de Bolívar: “Es más grande que el Libertador”, dijo. El “maestro” que le pareció muy bien que a Blanca Ibáñez la elevaran por los cielos altos oficiales en Maracay, vestida de General. Pues bien, el “maestro” ha recibido notas de agradecimiento de Gustavo Cisneros “por su valiente posesión frente a la tiranía”. Pese a su edad, Manuel Caballero ha tenido orgasmos valerosos gracias a la amistad que le ha mostrado Gustavo Cisneros. Nunca entre tantos dirigentes políticos e intelectuales es habían producido tan vastos corrientazos de orgasmos reivindicativos: Manuel Cova sufre dos cada día; La Causa R con tarugo Andrés Velásquez, Pablo Medina y Carlos Melo viven en un estado de sublime tembladera.

Dando y dando, porque cuando uno de estos miserables se guinda, el enano Leopoldo se siente toda una madre. Se caga en la futilidad de esos políticos, cuyas vidas dependen de unos minutos por televisión, porque repentinamente les grita como si entrevistara putas en un mercado: “¡LLÉVATELO!”. Nadie sabe qué carajo es lo que la gente se lleva, pero bueno, los imbéciles tienen que reír.

Van allí los que perdieron a la masa y les queda el cascarón de la pantalla. Van allí a besarle para poder existir un poco. Manuel Caballero se pone en cuatro manos y se ve forzado a reír con la risa del diablo, es decir, sin ganas. La bruja Ángela Zago quien había jurado no aparecer más en televisión porque y que la llamaban Ángela ¡Zape!, se fue al programa Aló Ciudadano, creyendo que el llévatelo es para que alguien se empate con ella. El tal Leopoldo se cansó de gritar Llévatela, y nadie se dignó buscarla.

También es asiduo de esta bazofia el contra-lechuguino y anti-petimetre Henry Ramos Allup, y cómo gozan: ambos ríen a mandíbula batiente, tanto como las catiras idiotas que amenizan la francachela.

Allí pueden encontrarse también a tambor batiente del Humberto Calderón Berti. Un programa en fin, para reír. Para hacer reír a la clase alta.

jrodri@ula.ve


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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