La culebra que se muerde la cola

1º En "Los Papeles del Departamento de Estado" (250 mil documentos, unos secretos y otros confidenciales), entregados por Wikileaks a varios medios de comunicación, hay uno con la conversación entre funcionarios norteamericanos y brasileños sobre la preservación de materiales sensibles para la seguridad de Estado. Los brasileños muestran preocupación porque, según ellos, su país tiene debilidades al respecto, y, por tanto, agradecen el asesoramiento de EEUU. Con la divulgación de los documentos del Pentágono y del Departamento de Estado, se hace evidente la vulnerabilidad de la potencia imperial, así como la insolente fatuidad de quienes pretenden arrogarse el control del mundo. Con razón Lula dijo que "los norteamericanos no son tan listos como algunos creían y cometen las mismas tonterías de los demás". El material difundido por Julián Assange es fiel reflejo de la diplomacia norteamericana. De su colosal debilidad y mediocridad. Del deprimente equipo de diplomáticos especializados en hurgar en el basurero de los países donde están acreditados. Cuando la señora Clinton responde a las insólitas revelaciones afirmando que se trata de "un ataque a la comunidad internacional", traduce el desconcierto existente en organismos de la importancia del Pentágono y el Departamento de Estado. Calificar de ataque a lo que es una consecuencia del irresponsable comportamiento de quienes trabajan en el servicio exterior de EEUU, es síntoma de desesperación. Los documentos revelan la ruindad y desviaciones profesionales de aquellos que tienen en sus manos la relación directa con distintos países. Bien con los que son aliados, objeto de ataques soterrados o abiertos, o de aquellos con los que hay diferencias. La descalificación personal, política y moral de líderes mundiales es generalizada. Todo cuanto registran los papeles está dirigido, en forma denigrante, contra Jefes de Estado y políticos amigos: Merkel, Berlusconi, Sarkozy, Rodríguez Zapatero, el Rey Abdala, Karzai, o mandatarios que discrepan de la política norteamericana como Chávez, Cristina, Correa, Morales, Kadafi, Ahmadinejad, de otros como Putin, Medvédev, y el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, víctima de una grosera labor de espionaje ordenada por agencias del gobierno de EEUU.

2º ¿Sólo se trata del chismorreo de funcionarios a la caza de inefables anécdotas, profesionalmente deformados? En parte sí. Pero resulta que esas opiniones se trasmitieron oficialmente y, en muchos casos, fueron requeridas en documentos refrendados sólo con el nombre de "Clinton". Pregunta obvia: ¿toma conciencia el gobierno norteamericano de la gravedad de lo ocurrido? ¿Acerca de la traición embozada a países amigos? Aparentemente no. El poder imperial -de nuevo al desnudo- parece no captar la magnitud del caos de su diplomacia; de los daños que provoca un funcionariado irresponsable y sin control (?). Un comentarista del diario El País de Madrid señalaba: "El caudal de credibilidad y prestigio que EEUU había recuperado gracias a Obama, que formaba parte del capital político más apreciado de esta presidencia, está escapando por la vía de agua abierta por Wikileaks. Vuelven los peores estereotipos, cultivados durante la Guerra Fría y recrudecidos con la presidencia de Bush, a través de esta brecha informativa que ilustra sobre la mentalidad, formas de presión e incluso las sonrojantes expresiones de arrogancia de diplomáticos norteamericanos, así como la deferente actitud de sus contrapartes en distintos países". Pero lo que toma cuerpo en círculos dirigentes norteamericanos no es la autocrítica, sino la respuesta punitiva, consistente en dispararle al mensajero. En acabar con el osado difusor de las perversiones del sistema, en este caso Assange, convertido en pieza de caza por los defensores de la libertad de expresión. Sin tomar conciencia que la nación que dispone de los mayores recursos tecnológicos está cogida en su propia trampa y pretende salir de ella vulnerando principios de los que hace gala y ofrece como modelo. Todo indica que el imperio, no obstante su colosal poder, no sabe qué hacer con el desafío que implica el ritmo de las nuevas tecnologías comunicacionales. Sin duda, síntoma inequívoco de decadencia. Alguien se preguntaba una vez -creo que Rousseau-: "si Roma y Cartago cayeron ¿qué Estado es inmortal?". ¿Por dónde comienza la declinación? Por dentro y en cámara lenta.


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José Vicente Rangel

Periodista, escritor, defensor de los derechos humanos

 jvrangelv@yahoo.es      @EspejoJVHOY

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