La pirámide de la droga

En la punta de la pirámide, en este amplio mundo de inversión del delito de la droga y sus colaterales, abundan opositores y gobierno, comerciantes y ambulantes, guerrilla y paracos; unidos por la posibilidad de manejar gran capital.

Si bien este mercado atrae a muchos, son pocos los grandes beneficiados, la punta de la pirámide es reducida. En la dinámica social de la droga, pirámide abajo, están los pobres, los huidos, los desarraigados, los prófugos, los del sueño rápido. los que vigilaran siempre mientras otros duermen. Simple caleteros, correas de los planes de otros, los que ponen los presos y los muertos; el pobre no es un sujeto de la elite del capital de la droga. Los pobres, el comerciante de baja monta, como Pedro Wey, Nandito o los cientos de Arturos, que buscan la suerte, sus vidas son consideradas cosas, cosas para su uso, víctimas de un sistema que los requiere; por lo cual, allí los nombres cambian dinámicamente, al igual que en los comandos de los cuerpos militares.

La punta de la pirámide, los financistas, los responsables de que Colombia, haya, en menos de cuatro años, aumentado la producción de 1200 toneladas a 1700, las elites, los pocos, los tramitadores del juego del delito en cada país, sus nombres, esos nombres, son los mismos; invisibles para los cuerpos de inteligencia de Colombia, Venezuela y del mundo.

Pedro Wey, Nandito o los cientos de Arturos, viven sin preferencia por esto o por aquello, hijos del exilio, de la cárcel, de las cadenas y los azotes. Sus valores son deslucidos, sus referencias son las cantidades, no cualidades específicas, es un comportamiento cónsono, a las exigencias de lo que hacen, de sus relaciones de producción que establece la economía monetaria de la droga; ellos son buenos para lo que hacen, aquí y allá.

La droga es una herramienta de control de todas las interacciones sociales que se establecen. El dinero especulativo y diabólico envuelve todo; haciendo que de las instituciones salgan conejitos que se suman mágicamente.

En la cocaína los grandes jefes militares (Guerrilla, Ejército, paramilitares, cuerpos policiales), conforman los niveles medios de esta macabra estructura. Ellos o estos, son simples peones que participan en el contrabando en un plano segundón: cobro de peaje, extorsión, u apoyo logístico del delito; al igual que los productores agrícolas, son los que se queman las nalgas en el campo, en cada trocha, pero lo que deriva hacia ellos son migajas.

Como estrategia, en el campo de acción, en los caminos y vericuetos, este nivel se entiende y, se prestan para sobrevivir en una paz que huele a muerte; pero hay momentos de contradicción, cuando aparecen los visos de interés político, cuando se necesitan poner falsos positivos, lo que lleva a confrontación entre grupos o de estados, ya que los números se hacen necesarios.

Cada grupo busca reclutar sus adeptos, no a través de mensajes cristianos o ideológicos, acá manda es el dinero.

Los pobres, convertidos en delincuentes, en esta estructura del delito, son tercerones, son peones al destajo, los que resguardan las trochas, los de las fotos de los periódicos y los que cubren los huecos de las cárceles, es la máscara, son los números que cubren la eficiencia del estado; son los falsos positivos del narcotráfico.

Si bien las principales víctimas y objetivo de dominación, son los consumidores, las primeras víctimas de este largo camino, que altera la realidad, son aquellos, la delincuencia común, qué, llamados por la riqueza fácil, ponen sus muertos en los vericuetos de difícil tránsito hacia los Estados Unidos y Europa.

Esta estructura, como realidad de la frontera, hace que cualquier defensa se haga disímil, conformándose un ejército o aparatos policiales comprometidos; cuya característica es, no saber con quién están, ya que son amigos parciales, amigos tácticos, por lo que hoy, no se sabe quién es mi amigo, pero mañana tampoco. Acá la traición, no está a la vera del camino, la traición es el camino. Toda una tragedia, para que se concrete en una simple ahumada de mariguana o inhalación de droga, un estado psíquico con sabor a sangre, para complacencia de una estrategia de poder.

La traición, más, que la pesquisa investigativa, facilita la captura de miembros de uno u otro grupo, lo que permite poner números en los Wachos o, informe de los militares; a través de falsos positivos; así justifican la labor realizada por los cuerpos policiales y son aplaudidos por periodistas comprometidos y validados por el sentido común del pueblo "en algo andaban".

Estos difusos sentimientos del escalabro humano, que estas grafías tratan de narrar, sucede en los vericuetos y catatumbas del tránsito de la droga; envuelve el accionar de los días de febrero del 2020, en donde un alto comisionado del gobierno, da captura de paramilitares y busca situacionarse en la frontera de Francisco de Paula, a través del Ejército de Liberación Nacional (Elenos), como ejercito de Vanguardia, ante una eventual guerra entre naciones. Lo que ocurre, es que los Elenos, tienen que poner sus barbas en remojo, ya que la droga y la frontera tienen verdades ensordecedoras, entre ellas, depende del interés que se toque, o de quien mañana dirija este coroto; haciendo de esta Frontera del Sur, algo disímil, una antinomia de la verdad y la justicia, donde la presión social y una economía coyuntural, hace que sea en los pobres donde ronde la muerte.

Colombia en su política de falsos positivos, como estrategia de su ejército o, como política de grupos partidistas en poder o influencia, es un estado cómplice; certeza que hoy se confirma con el asesinato continuo de luchadores sociales; lo que corrobora su apoyo de inicio, a los grupos paramilitares. Como táctica, ayudó a desplazar la guerrilla de lugares donde estos dominaban, hasta convertirse en una estrategia de exterminio, consolidada por la elite colombiana, e ideada, por el entonces Gobernados de Antioquia (1994) y luego Presidente de Colombia (2002-2010), Álvaro Uribe Veles. Este ejemplo, tan criticado, como lo es la ubicación de grupos de terror, hoy, lo sigue el gobierno venezolano, bajo el lema "lo que es igual, no es trampa". Esto, que se circunscribía solo al sector campesino venezolano y de Colombia, hoy, en todos lados del territorio, en cada barrio de ciudad, la vida es una odisea, lo que se hace doble tragedia para el común.



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Gabriel Omar Tapias

Investigador

 gotapias@gmail.com

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