Y ese indecente esteticismo es el aliado natural del más pernicioso conservatorio

—"Mira, amigo, si quieres cumplir tu misión y servir a tu patria, es preciso que te hagas odioso a los sensibles que no ven el Universo sino a través del Dólar. O algo peor aún. Que tus palabras sean estridentes y agrias a sus oídos. Para ellos, el culto al Dólar es fuente de poesía".

El pueblo, por su parte, el que llamamos por antonomasia pueblo, el que no es más que pueblo, la masa delos hombres y mujeres privados o idiotas que decían los griegos, los muchos de Platón, no responden. Oyen hablar de todo eso como quien oye llover, porque no entienden lo de la regeneración. Y el pueblo está aquí en lo firme; su aparente indiferencia arranca de su cristiana salud. Acúsanle de falta de pulso los que no saben llegarle al alma, donde palpita su fe secreta y recogida. Dicen que están muerto los que no le sienten cómo sueña su vida.

El destino individual del hombre y mujer, por importar a todos y cada uno de ellos(as), es lo más humano que existe. Y al hablarse aquí de regeneración, casi todos olvidan eso, y aun muchos afirman que para regenerarnos tenemos que olvidarlo. ¡Basta de rezar, a trabajar todo el mundo! ¡Como si la oración no fuese tan trabajo como es el trabajo oración! La conquista de la paz no es nada para todos esos aportadores del nuevo paganismo, que quieren aplastar bajo la ciudad al hombre y la mujer, al sencillo, al idiota, al manso, al pacífico, al pobre de espíritu.

¡Hay que producir, lo más posible, en todos los órdenes, al menor coste, y luego que desfallezca el género humano al pie de la monumental torre de Babel, atiborrada de productos, de máquinas, de libros, de cuadros, de estatuas, de recuerdos de mundana gloria, de historias!

Si al morir los organismos que las sustentan vuelven las conciencias todas individuales a la absoluta inconciencia de que salieron, no es el género humano otra cosa más que una fatídica procesión de fantasmas que vas de la nada a la nada, y el humanitarismo lo más inhumano que cabe. Y el hecho es que tal concepción palpita, aunque velada a las veces, en todos los idólatras del Progreso.

Ellos conquistaron el cielo a fuerza de brazos, porque el cielo padece fuerza, y yo hago hasta ahora no sé lo que conquisto a fuerza de mis trabajos; pero si saliese de los que padece, mejorándose mi ventura y adobándoseme el juicio, podría ser que encaminase mis pasos por mejor camino del que llevo. Elevó entonces un himno a la libertad, reputando venturoso a aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo, y se encontró en seguida que llevaban unas imágenes de talla para el retablo de su pueblo. Y el Progreso nos tritura como el carro de Yargenaut a sus fantásticos adoradores.

El dólar, que es instrumento de cambio, lo tomamos como fin, y para acumularlo vivimos miserablemente. Y la cultura no es más que dólar, instrumento de cambio. ¡Dichoso quién con ella compra su felicidad perdurable!

—Desgraciado pueblo, ¿quién le liberará de esa historia de muerte?

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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