¿Larga vida?

Entonces… todas las fuerzas de los deseos y todas las miras por parte de los abanderados de la sociedad occidental se supone estaban dirigidos a proporcionarnos el máximo bienestar y una vida más larga. Pero erraron los cálculos. Porque la inteligencia de esos jefes de la sociedad era tan ciega como siempre lo fue. La verdadera inteligencia es individual, no la que ha de transigir con la de otros, pues el resultado final de la confluencia de varias inteligencias está a la altura de los menos inteligentes que asistieron al conciliábulo. En la historia del ser humano, son unos pocos, muchos de ellos absolutamente desconocidos, los que tras muchas energías consumidas abren caminos al progreso que muchos otros tratan de cerrar. De ellos parasitamos los demás. Son también muchos los adelantos asombrosos que tras infinidad de dramas, de persecuciones y de derramamientos de sangre al fin se imponen, y en muchos casos luego otros pocos al frente de millares o millones los malogran, y esos adelantos han de esperar lustros, decenios o siglos para triunfar. ¿Sabemos cuánto sufrimiento y frustraciones hubo durante mucho tiempo antes para que terminase exitosa la anestesia de la cirugía? Pero no creo que fueran menos los inventos que existen quizá siglos antes, que fueron entorpecidos e impedida su fabricación por ese género de inteligencia colectiva o grupal o societaria sin nombre ni identificación.

Y si examinamos los millones de disparates que a lo largo de la vida sobre el planeta han cometido quienes representaban la cima del raciocinio humano, al lado de pasmosos logros que configuran la post modernidad, se me daría la razón. La ciencia avanza a base de corregirse a sí misma sin reposo. Y en lo que tenga de ciencia la Medicina (que no es tanto como se le atribuye ordinariamente) ocurre lo mismo. Aún recordamos la vida envuelta en volutas de humo del tabaco que impregnaban la atmósfera de todas partes, y por supuesto de todos los lugares cerrados donde se concentraban las masas, al igual que en otras épocas el rapé. Con la diferencia de que el rapé era común sólo entre las capas ricas de la sociedad, mientras que el tabaco era para todos. Y la Medicina "no vio" sin embargo los gravísimos efectos en la salud y menos en la salud pública, hasta el extremo de padecer y morir por cáncer de pulmón muchas personas que no fumaban pero tenían un contacto persistente con fumadores… hasta que un buen día alguien dijo ¡basta! y todos le siguieron. Así es como el tabaco llegó a su fin como producto de consumo masivo. En definitiva, ¿cómo es que la ciencia, la medicina, no fueran capaces de detectar los efectos desastrosos del tabaco en la salud y no objetasen nunca nada durante al menos un siglo? Con la alimentación y los efectos de los alimentos pasa algo parecido. Hasta llegar al veganismo, que es el colmo de la austeridad nutricional, cuyos efectos a la larga se verán, se comía a lo bestia. Pero en cuanto alguien recomienda comer menos carne, ya vemos lo que ocurre... ¿Y qué podemos decir sobre el retraso de la ciencia y del pensamiento durante los siglos que la Inquisición, el santísimo oficio implantado en 1478 por los catolicísimos reyes católicos españoles, perseguía a toda clase de herejes o sospechosos de serlo, a los que torturaba y luego quemaba en la hoguera, y al mismo tiempo hacía del pensamiento libre un crimen?

Desde luego no puedo evitar que a menudo me venga aquello a la cabeza cuando, entre todos los que organizan a la sociedad, oigo y veo en radios y televisiones a tantos censores médicos y toda clase de super expertos predicar acerca de un virus y de un suero de composición desconocida que llaman "vacuna". Esos que señalan con el dedo acusador a quienes se niegan a que se les inyecte, aunque no conozco a ningún médico que, con su volante y su membrete, se atreva a recetar a alguien que se lo pida, la vacuna. Me refiero a esos que llaman "negacionistas" a los que, hartos de engaños y guiados por su simple instinto (un guía mucho más seguro que la razón), se niegan a "vacunarse", convirtiéndose, para los mandamases y sus acólitos los periodistas, en los herejes del siglo XXI, que si no van, todavía, a la hoguera es porque ya les tienen preparada una vida imposible. Situación está que no es la de la persecución por necios y enloquecidos motivos de negar a un Dios antropomórfico, sino por no cumplir con el mandato de una inquisición médico-farmacéutica, científica, política y mediática sin que dé la cara un Torquemada, diluidas sus respectivas responsabilidades entre todos esos agentes conjurados para acometer y cometer la infamia…

Quiero decir que así, por los senderos de una vida feliz pese a los errores de la ciencia, con expectativas de bienestar y de larga vida, caminábamos hasta hace nueve años, cuando una señora de las finanzas mundiales, como un papa desde el balcón del Vaticano, atronó urbi et orbe al mundo capitalista, con estas palabras traducidas a la jerga cheli: ¡hay muchos viejos, cada día se vive más. Hay que hacer algo, y !ya! Desde aquel momento, todas aquellas energías consumidas para proporcionar a la ciudadanía del mundo bienestar y longevidad, se fueron por un repentino sumidero. Y ahora, desde las más altas instancias de todos los poderes, del Poder, con una maniobra del demonio se finge proteger la salud de todos cuando la realidad es que no hacen otra cosa que contribuir a la desaparición de la faz de la Tierra de cuantos humanos mejor. La coartada es perfecta. Perfecta porque nada puede probarse. Al menos de momento. No hay pruebas resolutivas. Sólo contamos con pruebas indiciarias. Y esas pruebas, aún "sólo" indiciarias sólidas, pasan por poder contabilizar en el mundo un número de vidas desgraciadas y de muertes exponencialmente superior al de los fallecimientos directos por un virus; un virus que nadie ve, salvo ellos, sus manipuladores, los probables autores del esparcimiento del virus por el mundo y los probables beneficiarios hasta la náusea de inmensas y bíblicas riquezas…



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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