Cada día hay menos ciudadanía que se lo cree

Recuerde al lector el caso Dreyfus en 1894 en Francia y el "Yo acuso" del escritor Emile Zola al propósito. Pues algo de ello, salvando las distancias entre la envergadura de Zola y mi pequeñez literaria, encierra este escrito. Un escrito, un "yo acuso", no contra la justicia, que es lo que en dicho caso se ventiló contra la justicia francesa, ni contra el poder político, sino contra el poder médico, el poder farmacéutico del mundo y contra sus aliados: el poder político y el económico del momento asimismo del mundo. Asumo a mi vez y sin ningún rubor que se califique este escrito con los acostumbrados sustantivos conspiración y paranoia. Pero tengan presente los tentados a emplearlos, la sencilla filosofía de quien esto escribe basada en el siguiente principio soociológico: la realidad, lo que ordinariamente llamamos "realidad", no es más que el resultado de sucesivos consensos de sucesivas minorías; que la realidad es una construcción mental y por ende también social. Así fue siempre y ahora, quizá por disponer de recursos tecnológicos, más que nunca.

Pues en esto estamos...

No es que cada día haya menos ciudadanía que no crea que no hay muertos. Los muertos cada segundo en el mundo, como los nacidos por segundo, se pueden comprobar en un contador que existe en la Internet. Los muertos son reales, los contagiados por gripe y sus variantes también. Lo que se cuestiona cada día más son los motivos asimismo reales solapados por motivos mucho más reales, inconfesables, no declarados por los poderes, también reales, concertados del mundo. Unos poderes a su vez muy probablemente manejados como títeres por el poder médico-farmacéutico; un poder frente al que ilustrados políticos por carreras de letras y expertos médicos convencidos en su papel colaborador con ellos se inclinan hacia posicionamientos de libro, ordinarios y difícil o imposiblemente contestados por cualquiera que no pertenezca al poder de los titiriteros que manejan el asunto como otros muchos científicos han manejado a lo largo de la historia de la infamia en sus celosos experimentos, a seres humanos bajo el pretexto de contribuir al avance de su especialidad y en general de la ciencia médica...

Que el mundo y especialmente en España, que es donde está más cerca para mí el foco de la infección, el poder político, el poder médico y sus brazos armados estén llegando a los extremos que están llegando por el hecho de que haya, en el supuesto de que eso sea así pues ya nada es creíble, 35.000 o 40.000 muertos más que el pasado año (habría que descontar los cerca de 20.000 miles víctimas de la gripe común), sitúa a esta supuesta pandemia al nivel de una broma macabra tras la que se encubren graves y certeras sospechas. Quienes secundan la llamada "broma" en todos los estamentos, son simples asalariados agradecidos por tener una tarea remunerada a cuya atención se limitan sin poner de su parte juicio crítico público alguno. Policías, sanitarios, empleados, incluso los mismos médicos "fieles" a la causa que ignoran, sirven, ajenos a ellos, a los fines que están en la cabeza de todos esos manipuladores a su vez al servicio de la inventada "nueva normalidad". La gripe española en 1918 se llevó por delante a decenas de millones de personas y, sin embargo, nunca se llegó siquiera a decretar confinamientos. La comparación después de más de ocho meses entre los fallecidos por todas las causas años anteriores y el año en curso no se compadece con una situación tan extraordinaria y extravagante como la que se vive. En España y en casi todas partes.

Por su parte el poder, especialmente el español, tras 43 años de saqueo metódico de las arcas públicas y de toda clase de engaños; tras el silencio de los medios de comunicación de numerosas fechorías que sólo han salido a relucir cuando les ha convenido por motivos financieros o de inoportunidad/oportunidad pero no éticamente informativos asimismo espurios, etc siempre han tenido una escasa credibilidad. La credibilidad que hayan podido tener el poder y los medios de comunicación ha sido la que le conceden los correligionarios del poder partidista que se ha alternado durante cuarenta años y la de los miles o millones de crédulos que son inevitables en toda sociedad, principalmente la poco acostumbrada a la libertad de pensamiento. Y también la de los medios alternativos; esos que desde la irrupción de la Internet se han venido tildado de medios "contrapoder" pero que en este asunto se vienen sumando a los otros; quizá porque han logrado hasta ayer una credibilidad que, en mi consideración, ya tampoco merecen. Lo digo y escribo por experiencia propia. Todo lo que he enviado en estos términos, nunca haciendo asertos categóricos sino formulados como hipótesis y conjeturas que el oscurantismo, las contradicciones y la controversia entre los propios científicos, etc propician, no han sido publicados. Pero es que en realidad si la fiabilidad que ha inspirado siempre el poder político y el poder en abstracto es poca, estos tiempos caminan sin remedio hacia las cada día más frecuentes revueltas y reacciones populares que van a ir apareciendo en el mundo y terminarán causando muchas más víctimas, sufrimientos, desolación y crímenes por razones de Estado que las cifras oficialistas de muertos por el puto covid; cifras estas que nadie que no haya perdido la cabeza y sin miedo, tampoco las cree.

Mientras tanto, la sociedad y en especial la española pero sospecho la de todas partes, está cada vez más dividida. Aparte la derivada de la división ideológica, hay otra específica de este tiempo. Y esa división comprende dos bloques. En un bloque están, por un lado, los temblorosos que se acurrucan a los postulados y decisiones del poder político y médico. Y por otro están los llamados "irresponsables" y los "negacionistas", que no creen ni en la posibilidad de su contagio, o bien lo asumen, ni en los comunicados que les transmite el poder. En el otro bloque están, por un lado (aparte los "ricos" de fortuna propia más o menos legítima) los funcionarios de sueldo blindado y los empleados agradecidosde toda clase de oligopolios y empresas que medran, cuyo salario está en el aire en función de su sumisión. Y por otro lado, los pensionistas que forman parte importantísima en esta sociedad fracturada, de la columna vertebral del sistems, que amparan a más de la mitad de la población.

La situación, desde que la OMS asimismo bajo sospecha declaró tras muchos tiros y aflojas la pandemia; la pandemia no propiamente de una enfermedad vulgar, no de una peste bubónica, negra o incurable, sino la declaración de la agonía de un sistema político y económico que está asolando al mundo, es tan extraordinariamente retorcida tras su simpleza oficial, que permite una predicción equivalente a una profecía: La "nueva normalidad" es un intento pueril de retener el agua entre las manos. No es más que la necia decisión del poder instituido allá donde cada cual desee localizar, de reconducir el sistema ultracapitalista fallido por unos senderos por los que sólo conseguirá retrasar su fin. Caminos por los que pese a todo no evitará su precipitación al abismo; arrastrando tras él la aceleración de los efectos del cambio climático, la falta de agua potable y el enervamiento de las condiciones generales de la vida, tal como la hemos venido conociendo y viviendo, sobre la Tierra.



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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