La posesión

Dejando aparte la posesión pasajera de una mujer por un hombre o de un hombre por una mujer, que es recíproca si no media una modalidad de perversión no ya por razones morales (la moral tradicional se ha esfumado) sino por las deseables del equilibrio psicofísico; y dejando a un lado también la idea de que no parece inteligente desear lo que no esté razonablemente a nuestro alcance, lo cierto es que deseamos poseer, y si lo hemos poseído deseamos retener, a quien amamos, lo que nos gusta, lo que nos agrada, lo que nos entretiene, lo que nos atrae, lo que nos reporta un beneficio o lo que nos proporciona cualquier clase de placer. A fin de cuentas desear apasionadamente una cosa o a una persona es una forma metafísica de poseerlas...

Hasta que empezó a reinar la postmodernidad, el deseo de posesión sólo podía estar dirigido, además de a una persona, a algo material: un libro, un cuadro, una joya, una insignificancia, una vivienda, un viaje o vivir en un lugar. Pero el milagro de la tecnología ha incrementado de una manera extraordinaria las posibilidades de poseer también lo inmaterial que es su representación. El número de pulsiones de deseo y de posesión de antaño se han multiplicado al incluir lo inmaterial de tal manera, que podemos poseerlo "casi" todo para recrearnos cuantas veces deseemos. Esto es, en apariencia, en aspecto virtual. Todo está a nuestro alcance en esta modalidad: la música, los lienzos, un viaje que jamás antes soñamos ni hoy esperamos poder hacer... Hasta es posible ahora reproducir "ese" olor, "ese" aroma, que un día percibimos en "ese" lugar y en "ese" momento concretos gracias a un dispositivo no hace mucho inventado.

Estas condiciones actuales indudablemente han de haber adulterado la textura, el tejido, la trama del cerebro y la química del alma. El deseo que antes podía consumir a un espíritu, ahora tiene al menos el placebo de poseer la apariencia de lo deseado. La forma virtual de poseer en cualquier momento la representación de un paisaje o de un rincón, de una obra musical, de ese viaje... no "es" la material. Pero, como decía, lo mismo que no creo inteligente desear lo que esté fuera de nuestro alcance para no pasar por el trauma de la frustración, hoy esta modalidad artificial de satisfacer un deseo aplaca la sed de la imaginación de tal modo que es mucho más remota la posibilidad de que, por estos caminos, la razón genere los monstruos que generó... Si bien genera otros. Pero esto es otro cantar. Pues la índole del placer que aquella otra imaginación, aquel otro deseo, aquella otra ensoñación proporcionaban a la mente y al espíritu es incomparable con el que genera artificialmente la satisfacción instantánea de ese deseo, hasta el extremo de provocar otro terrible efecto: el tedio, causa de las mayores perversiones. Y quién sabe si no también causa de la causa de la situación desastrosa, delirante, esquizofrénica y neuropática que actualmente vive la población de todo el mundo, inoculada a través del éter por un puñado de canallas...



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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