...Y hasta el próximo degolladero

Dice la noticia que setenta Jefes de Estado fueron a París para "conmemorar" –léase festejar− el fin de la Primera Guerra Mundial. El acto fue en el Arco del Triunfo, donde está la tumba del Soldado Desconocido. Es prudente advertir que todas las guerras tienen su origen en la sociedad de clases. Las justas son las de liberación. Las injustas son las restantes, producto de los enfrentamientos internos de gobernantes dentro de una misma clase social, o las que llevan a cabo contra otras clases, pueblos y países enteros para apropiarse de sus riquezas, de sus mercados. En las primeras los pueblos luchan y mueren para lograr su libertad. En las segundas los obligan a luchar y morir defendiendo los intereses ajenos, propios de la clase dominante del momento, pues los pueblos son ‘legalmente’ obligados a arriesgar su vida por defender intereses ajenos a los suyos; peor aún, contrarios a los suyos, y terminan siendo verdaderas víctimas, porque las leyes del esclavista, del feudal y del capitalista las elaboran el esclavista, el feudal y el capitalista de turno según el momento histórico, y en ellas, -obvio-, prevén el servicio militar obligatorio para ‘la sagrada defensa de patria’; y claro, ellos, con sus intereses de clase, ¡’son’ la patria!

Muchos políticos y cuantiosos historiadores tarifados dicen que la guerra fue causada, o ‘precipitada’, −como deslizan hábilmente en segundo término−, por el homicidio, en Sarajevo, del archiduque Francisco Fernando de Austria y su esposa, dos figuras de una sociedad universal que ya no era monárquica, sino republicana.

El despreciable asesino fue un terrorista fanático, pero, cínicamente, la "causa" sirvió para justificar el enfrentamiento de millones de hombres, y la muerte de más diez millones de seres humanos de diferentes Estados, cuyos gobernantes simularon tomar el odioso crimen como el ofensivo y medieval guantazo a la cara, suficiente para rechazar la ‘afrenta’ -¿cuál?- y aceptar el reto -¿cuál?- de irse a una guerra falsamente necesaria y ciertamente criminal, puesto que los asesinados eran dos figuras de una sociedad universal que ya no era monárquica, sino republicana; o sea, el archiduque, heredero del trono de la monarquía austrohúngara, carecía de poder político, económico e histórico, pues representaba a una clase prácticamente desaparecida.

La burguesía capitalista recurrió al engaño para generar una guerra injusta, producto de las contradicciones internas dentro de la clase dominante, la cual utiliza su gran poder político para alcanzar el dominio imperial. Impusieron la masacre por los conflictos materiales entre sectores nacionales opuestos dentro de la burguesía capitalista mundial, pues "se odiaban como hermanos", que es el peor de todos los odios. Fingieron una ‘necesidad político-militar’, e involucraron a los países europeos más desarrollados, cuando las motivaciones auténticas, fueron: a) las alianzas de tipo económico-comercial.; b), la competitividad y el desarrollo industrial de Alemania, ansiosa de ampliar su poder; c), despojar a Bosnia y Herzegovina para anexarlas a Austria; d), incorporación de Trieste a Italia; e), armamentismo; f), expansión comercial de los intereses burgueses de los países beligerantes; g), aranceles; h), y otras exigencias de la geopolítica económica.

Después pactaron el fin del exterminio. Y el Vaticano, junto con los sectores burgueses enfrentados celebraron la ‘paz’ -siempre volátil- y el arreglo -siempre transitorio- salpicado con champaña y con la bendición papal como sello de garantía celestial.

Y apenas veinte años después, los mismos intereses volvieron a retarse por su inevitable contradicción, y provocaron la Segunda Guerra Mundial, cuyo resultado fue la muerte de más de sesenta millones de inocentes, por las idénticas causas de explotar, comerciar y expandirse. Y para no variar, surgió un arreglo similar al primero, pues contó con la misma fianza pía y caritativa que nuevamente bendijo la ‘paz’ ¡a escasos doscientos cuarenta meses -dijimos 240 MESES- de la ‘paz’ anterior!

Y la misma clase capitalista que generó el segundo matadero, remata el crimen con su habitual doblez, y con ofensivo fingimiento vimos sentados a sus representantes ante una simbólica tumba con una llama épica para "enaltecer" al heroico "Soldado Desconocido", cerca del cual se conmemoró el fin de la Primera Guerra Mundial. Imposible olvidar que para la burguesía la tumba digna es un eufemismo por ignorado, pues para ellos es anónimo, mientras que para la familia del "desconocido" es símbolo de la muerte injusta. Ese hombre de tropa era sociedad e historia, carne, hueso, dolor, amor, risa y alegría de hijo, padre, esposo, hermano, sobrino, amigo, novio, vecino, trabajador con nombre concreto, con registro civil, que pasó a soldado "no identificable", caído por el honor de "su" patria, a quien de tiempo en tiempo, una autoridad política con un manoseado protocolo le compensa su intrepidez con una corona floral y un corcovar de pescuezo y cabeza simulando reverencia. Esa es una manera muy canalla de sumarle el agravio al sacrificio. Y por añadidura, al día siguiente, el admirado por los medios de comunicación de la burguesía no será el ignorado ser humano obligado a inmolarse con el apelativo de "Desconocido", sino aquellos portadores de la ofrenda, que tuercen su honorable cogote para cumplir con el rito de un falso e innoble respeto ensayado y repetido, hipócrita e insolente.

¡Y hasta el próximo degolladero generado por la competitividad entre grupos internos de la clase explotadora, verdadera génesis de las víctimas ‘anónimas’ que producirá!

 

juliancabrerag@gmail.com



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