La muerte del neocolonialismo de Estados Unidos y el Reino Unido

Traducción desde el inglés por Sergio R. Anacona

Strategic Culture Foundation

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El colosal proyecto para la recolonización del mundo se inició con el presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan y fue entusiastamente apoyado por la Primera Ministro del Reino Unido, Margaret Thatcher el año 1981 y durante los siguientes veinte años pareció que barría con todo lo que se le oponía.

Pero, ahora podemos comprobar que la creación de la Organización de Cooperación de Shanghai (SCO sigla en inglés) y los ataques del 11 de Septiembre de 2001 marcaron un cambio en la tendencia.

Desde entonces el super ambicioso proyecto para la destrucción y reconstrucción de una nación tras otra generado por Washington y ansiosamente asumido por sus principales aliados de Europa Occidental, ha colapsado de manera espectacular.

Como saliendo de una de las fábulas de Esopo, el mazo del poderío cinético de Estados Unidos, asumido entusiastamente a instancias tanto de neoconservadores como de neoliberales luego del colapso del comunismo, agotó a los artífices del arma pero no así a sus blancos.

El recurrir incesantemente a un indiscriminado poderío militar en las invasiones encabezadas por Estados Unidos contra Afganistán e Irak, como también en las siguientes campañas para derribar los gobiernos de Libia y Siria, produjeron consecuencias inesperadas comparables a la Tercera Ley del Movimiento de Isaac Newton –Cada acción genera una reacción equivalente en sentido contrario.

No obstante, la confianza de Estados Unidos y Occidente en el triunfo del liberalismo, el libre comercio y de los ideales democráticos alrededor del mundo ha permanecido inmutable a pesar de las lecciones de las recalcitrantes realidades del mundo. El gran despertar del determinismo capitalista e imperialista occidental, proclamado por Reagan y asumido por sus leales alabarderos, Thatcher y sus sucesores como primeros ministros del Reino Unido, continuaron sin cesar hasta el año 2016.

Dos eventos contemporáneos ocurrieron ese año: El pueblo británico, para asombro, principalmente de la mayoría de sus dirigentes, expertos y platónicos guías auto seleccionados y los "mejores" votaron a favor del Brexit. Votaron en una estrecha pero decisiva votación de 52 contra 48 por ciento abandonar la Unión Europea compuesta por 28 naciones. El descalabro y el caos se pusieron en movimiento debido a aquel ominoso resultado que solo ahora ha comenzado a sentirse a través de los sistemas políticos y económicos de Europa.

Segundo, para mayor asombro aún, Donald Trump fue elegido presidente de Estados Unidos con gran indignación del "Estado Profundo" norteamericano que continúa en sus incesantes y frenéticos esfuerzos por derribarlo.

Sin embargo, los motivos por los cuales millones de norteamericanos votaron por él, fueron perfectamente claros. Optaron por el nacionalismo norteamericano y no a favor del Imperialismo Norteamericano. Estaban hastiados por los evidentes resultados de setenta años de imperio global post II Guerra Mundial que de manera arrogante y al desgaire permitieron que la industria y la sociedad marchitarse en aras del Beneficio Mayor del Liderazgo Global.

Una década y media de interminables, infructuosas y extremadamente caras guerras globales promovidas por el inútil y estúpido George W. Bush y continuadas por el complaciente y superficial Barack Obama, adelantaron este proceso de desgaste y rechazo.

A dos años de la elección de Trump y de la votación del pueblo inglés a favor del Brexit, el gran auge de Occidente que sobrevivió a la Unión Soviética está claramente en reflujo. Actualmente Estados Unidos está agotado, la Unión Europea se está cayendo a pedazos y la OTAN es una faramalla –un tigre de papel si Ud. prefiere. ¿Por qué está sucediendo esto? ¿Podrá ser revertido?

El libre comercio nunca fue la panacea universal como ha sido ridículamente proclamado hasta ahora por más de 240 años, desde que Adam Smith publicara La Riqueza de las Naciones. Todo lo contrario, los fríos y despiadados hechos de la historia de la economía indican claramente que los aranceles protectores para salvaguardar la producción nacional y los ventajosos superávits en la balanza de pagos de las exportaciones, constituyen la verdadera vía hacia el crecimiento económico y el duradero y sostenible poder y riqueza nacionales.

La idea que la democracia –por lo menos en la estrecha, altamente estructurada, manipulativa y desigual forma que se practica en Estados Unidos sería una especie de garantía universal para la felicidad, estabilidad y crecimiento nacional ha sido también repetidas veces confundida.

En cambio, los estados democráticos occidentales han caído exactamente en el mismo foso intelectual que atrapó y eventualmente destruyó a la Unión Soviética. Estos estados han lanzado una cruzada ideológica mundial y han derrochado riqueza y recursos ignorando el bienestar y desarrollo de sus propias poblaciones y economías nacionales.

Lejos de producir la eterna y universal paz mundial –el seductor Santo Grial de todo peligroso idiota idealista desde Jean-Jacques Rousseau e Immanuel Kant—estas políticas solo trajeron en cambio, fracasos, frustraciones y largas listas de militares muertos para los países que las promovían.

Este año, nuevos golpes de mazo prosiguen desde que fueron engendrados por Reagan-Thatcher con el propósito de revivir el liderazgo y la dominación mundial anglo-norteamericana.

Los mismos británicos, de manera palpable, han fracasado en delinear cualquier esquema seguro, ni siquiera un plausible proyecto económico para ellos mismos en el mundo para cuando salgan de la Unión Europea.

Irak, Afganistán, Siria y Libia todas ellas siguen siendo sociedades destrozadas, demolidas por los continuos ataques aéreos que la solidaridad y el respeto por los derechos humanos y la democracia han lanzado contra ellas.

Actualmente la India y Paquistán –dos democracias de habla inglesa y miembros de la antigua Comunidad de Naciones dirigida por Gran Bretaña –y aún hoy muy sentida por el anciano corazón de la Reina Elizabeth II—han decidido enterrar su rivalidad existencial y ambos ingresaron a la Organización de Cooperación de Shanghai—confirmándola así como la principal y lejos como la más poderosa alianza de seguridad en el planeta.

Estos desarrollos, recordando la reveladora frase del presidente norteamericano Thomas Jefferson pronunciada hace casi doscientos años, son una grave advertencia. Se trata de alarmas de incendio en medio de la noche. Sirven de aviso a Washington y Londres en el sentido que el simplista optimismo de "con éxito creciente e imparable" como meta para recomponer toda la especie humana a su propia imagen y semejanza, debe ser abandonada.

Ni Estados Unidos ni Gran Bretaña no constituyen ya ni remotamente una sociedad unida. Ambas necesitan volverse a su interior para resolver sus propios problemas y abandonar su fantástica misión de reeditar la dominación mundial que Reagan y Thatcher lanzaron hace casi cuarenta años.

Y más vale que se muevan rápido. Las alarmas de incendio de Jefferson están tañendo y se está acabando el tiempo.

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