Burguesía argentina sin partidos para gobernar

No es algo nuevo. Impacta ahora porque está a la vista de todos: la burguesía argentina no tiene partidos con los cuales ejercer institucionalmente el poder.

Recomponer esos instrumentos es una de las tres tareas principales del frente amplio burgués que acompaña a Mauricio Macri. Las otras son sanear la economía desde el punto de vista de las necesidades del capital y limpiar al menos la fachada del Establo de Augías en que se ha convertido el sistema institucional, incluyendo al conjunto empresarial de las clases dominantes.

Aquellos tres eslabones rotos del poder burgués chirriaron a punto de estallar en las últimas semanas. Políticos y portavoces del gran capital observaron azorados la aceleración de la crisis mientras la intelectualidad y la prensa no atinó siquiera a describir el curso de los acontecimientos. A cambio, se limita a chismes y naderías repetidas ad nauseam por comentaristas de apariencia seria.

El aparato político cruje como si fuera a desplomarse. Una catarata de juicios, delaciones y arrepentimientos tiene procesados a medio centenar de ex altos funcionarios y empresarios principales, la mayoría de ellos ya encarcelados y el resto en la lista de espera, por una operación de saqueo expuesta ante los ojos de la nación. La ex presidente Cristina Fernández está acusada de encabezar la banda delictiva.

Se acumulan pruebas para develar un mecanismo sin precedentes de exacción de riquezas por cifras milmillonarias en dólares. Nadie entre los acusados esboza una defensa, excepto intentar presentarse como víctimas de represalias políticas. El conjunto social no lo entiende así. Detalladas denuncias de empresarios, delaciones minuciosas de ex funcionarios, suman montañas de documentos incriminatorios imposibles de desmentir.

Para agregar ridículo al escarnio, un ejército de ex secretarios de Fernández y Néstor Kirchner, corre cada día a tribunales para denunciar con fruición a sus ex jefes y acaso obtener algún beneficio procesal por haber participado en el mecanismo y por su propio enriquecimiento ilícito. Sus revelaciones asombran y repugnan: caídos en desgracia sus señores, se abalanzan sobre ellos como caranchos.

Todavía falta demasiado por descubrir: el papel de gobernadores, intendentes, sindicalistas, legisladores, jueces, políticos de prácticamente todos los partidos, cientos de otros empresarios, periodistas, consultores, clérigos. Difícil pensar que se llegue al fondo: es el sistema mismo el que está corroído hasta la médula. Por eso la prensa comercial y sus analistas balbucean en sordina o directamente callan.

En ese clima surrealista la proximidad de elecciones presidenciales empuja a los aparatos políticos a buscar fórmulas mágicas para contrarrestar la disgregación general, hallar un discurso (relato, se le llama ahora) capaz de ganar voluntades y arrastrarlas hacia las urnas para dar siquiera un lapso de sobrevida al sistema, con el actual elenco o con el recambio de peronismo dispuesto a seguir con el programa inexorable del gran capital.

En lugar de bipartidismo, triple alianza del siglo XXI

El hecho es que el gobierno de Cambiemos afronta la reaparición potenciada de la crisis que hizo estallar al país en 2001: vertical caída del poder adquisitivo del salario, devaluación superior al 100% y consecuente disparada de precios, hondo malestar social, recesión aguda con altísima inflación. A la vez, diferencias tajantes separan este período de los idus del siglo XX: no hay un movimiento obrero en pie de lucha; durante los últimos 15 años el ministerio de Trabajo y las cúpulas sindicales han logrado fragmentar y corromper al extremo las estructuras sindicales; la situación económica dista de la que había provocado la mantención de la convertibilidad, aunque en perspectiva histórica es más grave.

Como ha sido expuesto en oportunidades anteriores (Argentina en descomposición; Desconcierto general; Cómo evoluciona la coyuntura, etc), el conjunto de la gran burguesía ha formado un frente amplio en respaldo de Mauricio Macri. Ese frente lo integra además el conjunto de los partidos y fracciones comprometidas con el capital, las cúpulas sindicales y cabos sueltos de prácticamente todas las instituciones del sistema. Sectores de estos aparatos tienen la posibilidad de movilizar el descontento social y a la vez ponerle límites precisos. Es tal la magnitud del descontento subterráneo que en modo alguno podría descartarse una explosión espontánea que rompiera todos los frágiles diques de contención.

Cambiemos seguirá con su plan de recomposición capitalista, con más o menos disturbios entre sus múltiples componentes electoralmente hegemonizados por la socialdemocracia desdibujada en la UCR. Si el creciente malestar social llegara a un estallido, esta coalición se fragmentaría y desaparecería como posibilidad de victoria electoral en 2019. Allí tendría alguna chance el peronismo que hoy, precisamente en esa perspectiva, toma distancia de Cristina Fernández.

Con todo, ésa no es la perspectiva más probable: tiene mil tentáculos el pulpo que atrapa la voluntad popular y es amplio como nunca antes en la historia nacional el acuerdo de instancias procapitalistas convencidas de que se trata de la última oportunidad para sanear el sistema o entrar en un descontrolado torbellino sin fin.

En la hipótesis de que el proyecto en curso mantenga su rumbo sin una conmoción social que lo desbarate, la burguesía impondrá su plan y es esperable que para cuando comience la campaña de las previas para elegir candidatos, la economía haya recuperado su ritmo, con profusión de obras públicas y un alud de créditos hipotecarios.

En tal presunción, es improbable que el peronismo –fragmentado y en gran medida desmoralizado- pueda hallar un candidato expectable capaz de vencer al oficialismo. Por su lado Cristina Fernández puede constitucionalmente presentarse como candidata (incluso en caso de estar procesada y detenida). Consultores ad hoc repiten cada día que el escándalo de la corrupción no afecta electoralmente su figura. Esas afirmaciones muestran dos obviedades: la fauna consultoril desprecia a la población; una porción apetecible de lo saqueado está siendo utilizada para pagar encuestas a medida y a los periodistas y comentaristas que las propagan. Sin desconocer el papel destructivo de los medios de incomunicación sobre la conciencia colectiva, se puede afirmar que la revelación del mecanismo de corrupción impacta muy duramente en las masas y contribuye incluso a ocultar el mayor y más oneroso saqueo sufrido por el país: la plusvalía diariamente robada a los trabajadores y la fabulosa succión de riquezas de la nación en favor del capital financiero internacional.

Como sea, el panorama electoral se encamina hoy hacia la presentación de tres coaliciones principales (Cambiemos, Peronismo Federal (con apoyo de la CGT), Unidad Ciudadana, con respaldo de los desprendimientos de la CGT), con más la segura aparición de un bloque denominado "de centro izquierda" (restos del partido Socialista, flecos del GEN de Margarita Stolbizer, remanentes de Libres del Sur); otro bloque "nacional y popular" que, si resiste su convergencia con Cristina Fernández –línea que propugna la sigla PC y un puñado de sindicalistas en desbandada) reiterará el penoso desempeño de las últimas elecciones. Finalmente, dos o más agrupamientos de izquierda supuestamente en condiciones de ganar algunos cargos legislativos, pero en ningún caso cambiar la relación de fuerzas entre las clases y torcer el rumbo político.

Este panorama ya está diseñado. No se percibe a nadie que quiera de verdad hacer estallar este esquema, aún cuando esporádicamente levanten la consigna de que Macri renuncie ya.

En este panorama, Cambiemos (con Macri como candidato o en su defecto con la actual gobernadora de Buenos Aires, María Eugenia Vidal), tendría chance de salir victorioso y quedar en condiciones, entonces sí, de aplicar en toda su magnitud el plan de saneamiento estructural capitalista, por supuesto con el respaldo de las formaciones burguesas perdidosas en las elecciones.

Con mayor o menor demora, la crisis capitalista mundial combinada con la inexistencia de herramientas sólidas para que la burguesía ejerza su poder, llevará a un choque con las mayorías oprimidas. En la más feliz de las hipótesis, a mediados de 2019 los asalariados habrán perdido un 20% de su salario real y las clases medias sentirán una áspera cuerda apretándoles el cuello sin piedad. Desechos institucionales y fuerzas de seguridad a medio recompuestas, además cribadas por el narcotráfico y la corrupción, no serán suficientes para gobernar. El capital apelará al fascismo, que no es un gobierno represivo sino la represión contra la sociedad llevada a cabo por segmentos marginalizados y envilecidos de la propia sociedad.

Es comprensible que las estructuras de la burguesía no se preocupen por esta perspectiva y traten de medrar hasta la última instancia en el panorama actual. No lo es, en cambio, que hagan lo mismo cuadros y organizaciones empeñadas en cambiar la realidad social. Véase el panorama latinoamericano. Véase el curso del gobierno estadounidense y el desmoronamiento de las expectativas europeas. No queda demasiado tiempo para asumir la responsabilidad de abrir un nuevo cauce a la historia.



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Luis Bilbao

Escritor. Director de la revista América XXI

 luisbilbao@fibertel.com.ar      @BilbaoL

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